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Como Integrar Una Mujer En Un Grupo De Hombres


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2014  •  3.379 Palabras (14 Páginas)  •  287 Visitas

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Como un arroz en los frijoles

"La mujer será realmente igual al hombre el día en que se designe a una mujer incompetente para un puesto importante." Giraud, Françoise

Introducción

En este trabajo se tratara de involucrarse un poco en ese ambiente, que para algunas mujeres es pesado y para otras no tanto, que hace algunos años no se pensaría que pudiera encontrarse un grupo integrado por una mujer y varios hombres por la discriminación que había pero que en la actualidad es tan frecuente y más en las carreras técnicas y licenciaturas. En este escrito no hablare de todas las carreras técnicas o licenciaturas que presentan este escenario porque son muchísimos solo nos enfocare en mi área de trabajo que es un ejemplo de lo que podría estar pasando en las demás, la carrera de manufactura asistida por computadora en el CBT N° 2 “ing. Juan celada salmón”.

La labor de nosotros los docentes denota su importancia especialmente en la actitud para con nuestros alumnos, la motivación y la influencia que ejercemos sobre los aprendices, con el uso de la motivación se puede lograr que cada acción cotidiana se convierta en una actividad potencial para el aprendizaje y es la función del docente que en cada actividad en las aulas tenga relación con lo cotidiano y el alumno pueda utilizar el conocimiento en su vida dentro de la sociedad.

Es muy difícil romper estereotipos pero no imposible, y eso lo veremos en el transcurso de este escrito donde varias mujeres fueron abriendo brecha en este ambiente tan difícil, así mismo la razón con que las alumnas de la institución seleccionaron esta carrera y a que problemas se enfrentan clase por clase

El docente sabe que todos los alumnos son muy diferentes y que cada uno tiene su forma de aprendizaje pero que pasa cuando se habla de grupos donde la mayoría son hombres y solo existe de una a tres mujeres, como motivarlas y no hacerlas sentir “como un arroz en los frijoles”.

“La mujer no está para trabajos mayores. Su carácter no es obrar, sino sufrir. Paga su deuda a la vida, con los dolores del parto, con los cuidados a la familia y con la sumisión al “hombre". Bebel Augusto.

Abriendo brecha

La integración de las mujeres al estudio y ejercicio de las carreras liberales en México no fue tarea fácil. Como en otras partes del mundo, este proceso implicó largo tiempo y, sobre todo, el pujante esfuerzo de una minoría para enfrentar la serie de prejuicios que durante siglos impidieron el avance intelectual y profesional de este sexo. En nuestro país, fue hasta bien avanzado este siglo, cuando las mexicanas irrumpieron de manera significativa en las aulas universitarias. Sin embargo, los antecedentes de esta especie de conquista de las profesiones “masculinas” se remontan a las postrimerías del siglo XIX, cuando un reducido grupo de mujeres, “contra viento y marea” logró abrirse paso en las escuelas superiores de aquella época. Con ello, no sólo dieron la primera batalla contra quienes temían que su entrada al mundo cultural y laboral masculino rompiera el “equilibrio” existente, sino que su ejemplo contribuyó a abrir la brecha por la que habrían de transitar las nuevas generaciones. Tales fueron los casos de Matilde Montoya, Columba Rivera, Guadalupe Sánchez, Soledad Régules, Ma. Asunción Sandoval de Zarco y Dolores Rubio Ávila, cuyas difíciles trayectorias académicas representan un hito en las historia cultural del país.

El retraso con que se inició y desarrolló dicho proceso, no se debió a circunstancias casuales o aisladas; fue consecuencia directa de la concepción socio-cultural vigente que, bajo reglas más implícitas que explícitas, impidió el acceso de las mujeres a la educación superior formal. Un ejemplo representativo de esta corriente de pensamiento es JOSÉ DÍAZ COVARRUBIAS, a cargo del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública hacia mediados de los setenta de la pasada centuria y franco partidario de la modernización del sistema educativo. Desde su punto de vista, la educación femenina no debía orientarse hacia las carreras profesionales, pues consideraba que aún no existían las condiciones necesarias para compartir con ese sexo “la alta dirección de la inteligencia y de la actividad”. Prueba de ello, decía, era la naturalidad con que ellas mismas asumían dicha situación, al abstenerse de tomar parte en “las funciones sociales de los hombres, no obstante que con excepción de las costumbres, nada les prohibiría hacerlo en muchas de las esferas de la actividad varonil”. Por tanto, concluía el político y escritor de manera por demás simplista, dos eran las razones del retraimiento profesional del “bello sexo”: su “organización fisiológica” y su tradicional “lugar en sociedad”, juicio muy a tono con su tiempo y con el que se justificaba la continuidad del statu quo.

Y en efecto, de acuerdo con las leyes de Instrucción Pública de 1867 y 1869, no existían impedimentos formales que prohibieran a las mexicanas matricularse en la Escuela Nacional Preparatoria y, una vez acreditados dichos estudios, optar por alguna de las escuelas profesionales existentes. Aquel plantel nunca se definió como exclusivamente masculino y si en sus primeros años de vida funcionó como tal, fue debido a la presión social y al peso de la tradición, abiertamente en contra de la presencia femenina en dominios varoniles. Ello explica la posición de Díaz Covarrubias, pues cuando publicó su obra sobre la instrucción pública en México (1875), las mujeres continuaban excluidas de las aulas preparatorianas. No sería sino hasta las siguientes décadas cuando ese sexo se atrevió a franquear las trincheras de la instrucción superior..

Paulatinamente surgían nuevas voces en favor de la incorporación femenina a la Preparatoria. El Correo de las Doce, por ejemplo, tomaba partido en favor de Matilde Montoya, quien -opinaba- había sido injustamente evaluada por Francisco Rivas, profesor de lógica, no obstante que la alumna había dado suficientes muestras de “ilustración y talento”. El Diario del Hogar invitaba a la población femenina que deseara alcanzar “mayor honra y provecho” a seguir el ejemplo de la primera médica, opinión a la que se sumaba El Correo de las Doce, el que responsabilizaba a algunos empleados y funcionarios del gobierno de la escasa presencia femenina en las instituciones de educación media y superior. Eran ellos -acusaba el articulista-, los que “prevalidos de su posición social en los establecimientos de enseñanza secundaria procuran estorbar el ingreso [de] las jóvenes”, tal y como recientemente había acontecido al negárseles inscripción en el plantel a “varias jóvenes

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