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El Pequeño Vigia Lombardo. Edmundo De Amicis


Enviado por   •  7 de Noviembre de 2013  •  1.315 Palabras (6 Páginas)  •  425 Visitas

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En 1859, durante la guerra por el rescate de Lombardía, pocos días después de las batallas de Solferino y San Martino, donde los franceses y los italianos triunfaron sobre los austriacos, en una hermosa mañana del mes de junio, una sección de caballería de Saluzo iba a paso lento, por una estrecha senda solitaria, hacia el enemigo, explorando el campo atentamente. Mandaban la sección un oficial y un sargento, y todos miraban a lo lejos delante de sí, con los ojos fijos, silenciosos, preparándose para ver blanquear a cada momento, entre los árboles, las divisiones de las avanzadas enemigas.

Llegaron así a cierta casita rústica, rodeada de fresnos, delante de la cual sólo había un muchacho como de doce años, que descortezaba una gruesa rama con un cuchillo para proporcionarse un bastón. En una de las ventanas de la casa tremolaba al viento la bandera tricolor; dentro no había nadie: los aldeanos, izada su bandera, habían escapado por miedo a los austriacos. Apenas divisó la caballería, el muchacho tiró el bastón y se quitó la gorra. Era un hermoso niño, de aire descarado, con ojos grandes y azules, los cabellos rubios y largos; estaba en mangas de camisa y enseñaba el pecho desnudo.

-¿Qué haces aquí? -le preguntó el oficial parando el caballo-. ¿Por qué no has huido con tu familia?

-Yo no tengo familia -respondió el muchacho-. Soy expósito. Trabajo al servicio de todos. Me he quedado aquí para ver la guerra.

-¿Has visto pasar a los austriacos?

-No, desde hace tres días.

El oficial se quedó un poco pensativo, después se apeó del caballo, y dejando a los soldados allí vueltos hacia el enemigo, entró en la casa y subió hasta el tejado: no se veía más que un pedazo de campo. "Es menester subir sobre los árboles", pensó el oficial; y bajó. Precisamente delante de la era se alzaba un fresno altísimo y flexible, cuya cumbre casi se mecía en las nubes. El oficial estuvo por momentos indeciso, mirando primero el árbol y luego a los soldados; de pronto preguntó al muchacho:

-¿Tienes buena vista, chico?

-¿Yo? -respondió el muchacho-. Yo veo un gorrioncillo aunque esté a dos leguas.

-¿Sabrías tú subir a la cima de aquel árbol?

-¿A la cima de aquel árbol, yo? En medio minuto me subo.

-¿Y sabrás decirme lo que veas desde allí arriba, si son soldados austriacos, nubes de polvo, fusiles que relucen, caballos...?

-Seguro que sabré.

-¿Qué quieres por prestarme este servicio?

-¿Qué quiero? -dijo el muchacho sonriendo-. Nada. ¡Vaya una cosa! Y después... si fuera por los alemanes, entonces por ningún precio: ¡pero por los nuestros!... Si yo soy lombardo.

-Bien; súbete, pues.

-Espere que me quite los zapatos.

Se quitó el calzado, se apretó el cinturón, echó al suelo la gorra y se abrazó al tronco del fresno.

-Pero, mira... -exclamó el oficial, intentando detenerlo como sobrecogido por un repentino temor.

El muchacho se volvió a mirarlo con sus hermosos ojos azules, en actitud interrogante.

-Nada -dijo el oficial-; sube.

El muchacho se encaramó como un gato.

-¡Miren adelante! -gritó el oficial a los soldados.

En pocos momentos el muchacho estuvo en la copa del árbol, abrazado al tronco, con las piernas entre las hojas pero con el pecho descubierto, y su rubia cabeza, que resplandecía con el sol, parecía oro. El oficial apenas lo veía: tan pequeño resultaba allí arriba.

-Mira hacia el frente, y muy lejos -gritó el oficial.

El chico, para ver mejor, sacó la mano derecha, que apoyaba en el árbol, y se la puso sobre los ojos a manera de pantalla.

-¿Qué ves? -preguntó el oficial.

El muchacho inclinó la cara hacia él, y, haciendo portavoz con su mano, respondió:

-Dos hombres a caballo en lo blanco del camino.

-¿A qué distancia de aquí?

-Media legua.

-¿Se mueven?

-Están parados.

-¿Qué otra cosa ves? -preguntó el oficial después de un instante de silencio-. Mira a la derecha.

El chico dijo:

-Cerca del cementerio, entre los árboles, hay algo que brilla; parecen bayonetas.

-¿Ves

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