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LA CRISIS DEL SUJETO EN LAS CIENCIAS DEL HOMBRE: EL PARADIGMA EMERGENTE


Enviado por   •  8 de Abril de 2012  •  10.133 Palabras (41 Páginas)  •  1.326 Visitas

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CAPITULO 8

LA CRISIS DEL SUJETO EN LAS CIENCIAS DEL HOMBRE:

EL PARADIGMA EMERGENTE

1. La crisis del sujeto

La primera sorpresa que nos encontramos es que el hombre como tal ha sido durante los últimos siglos el gran ausente de las ciencias del hombre. Por paradójico que parezca, las diversas disciplinas han ido fragmentando al hombre y reemplazándolo por sus componentes.

Fue un proceso doble; de una parte, se alejaron unas de otras especializándose y encasillándose en enfoques parciales que perdían de vista la perspectiva global del hombre, y, de otra, sustituyendo al hombre como conjunto por sus partes componentes. Es proceso que se inicia en el siglo XVII, como resultado de influencia del paradigma cartesiano-newtoniano de la física clásica y que tal solo hace unas décadas ha comenzado a recibir una clara contestación por parte del cuerpo académico. Vemos así que la crisis del sujeto no es un problema exclusivo de la teoría estratégica, sino que se ha generalizado por todas las ciencias del hombre. La búsqueda de un paradigma del hombre para, sobre el, construir una teoría de los jugadores tropieza aquí con un primer escollo. Porque como vamos a encontrar un nuevo paradigma si ni siquiera encontramos al propio hombre, si ni siquiera tenemos un sujeto.

La segunda sorpresa consiste en que – como reacción a su «desaparición», pero también como consecuencia de los nuevos hallazgos científicos – durante el siglo XX han surgido una nueva concepción del hombre tan revolucionaria que nos obliga a reajustar nuestros esquemas mentales. Y no me refiero ya a la llamada revolución biológica, sino a una autentica revolución interdisciplinar que iba a dar como un fruto un nuevo y apasionante enfoque del hombre.

¿QUE PRESENCIA TIENE HOY EL HOMBRE EN LA CIENCIA ACTUAL?

Psicología, sociología, medicina, biología, y antropología son claros ejemplos de cómo, en un momento dado, las distintas ciencias perdieron por el camino al hombre que se suponían estudiaban

Psicología

Para poder entender como la psicología ha perdido al sujeto, parece recomendable partir de una primera noción de sujeto. Pinillos (1975)¹ nos propone con carácter provisional la siguiente: «podemos entender por sujeto el substrato de los procesos y estados psicológicos». Pero enseguida nos advierte acerca de que ese substrato ha sido interpretado de muy diversas formas a lo largo de la historia. Siempre siguiendo a Pinillos, el sujeto ha estado presente en la psicología.

Como sustancia

Para Aristóteles, el sujeto era el hypokheimenon, esto es, lo sustente, algo que se supone debajo de lo que se observa pero que no es en si mismo observable. Aristóteles (animista) difería así de la interpretación (dualista) de Platón. Todavía encontramos hoy en nuestra cultura el eco de las dos escuelas, pero fue la aristotélica la que habría de dominar hasta el siglo XVII a través de la tradicional psicología de las facultades. Para esta escuela, las operaciones de las facultades son accidentes de una hipotética sustancia, que entendían como «soporte entitativo y dinámico, responsable de la identidad individual en los cambios y animador de la actividad vital».

Como conciencia

Niels Bohr (1958) nos recuerda que el progreso de la física renacentista consistió sobre todo en su liberación de la idea aristotélica del principio interior de movimientos. La supresión en la física de este postulado arrastro consigo la noción de principio anímico como cualidad oculta y dio origen a nuevos planteamientos. La idea de un sujeto oculto e inobservable se compaginaba mal con las aspiraciones empiristas de los nuevos saberes.

De hecho, ni Aristóteles ni Platón hicieron la distinción entre el espíritu y el cuerpo. Habría que esperar al siglo XVII para que esta brecha fuese abierta. Fue René Descartes (1596-1650) el primero en formular de forma explicita esta división. En 1619 se refugio en un albergue holandés para reflexionar sobre los secretos del espíritu. Aquella noche tuvo una inspiración repentina: si bien la percepción puede ser engañosa y nuestros sentidos nos pueden traicionar, si todo se podía poner en duda, incluida la habitación en que se encontraba o la silla en la que estaba sentado, había una única cosa que no podía cuestionarse: el hecho mismo de que el dudaba. El hecho de pensar/dudar precedía los objetos del mundo exterior. Descartes expreso esta idea en su famosa formula: «Pienso luego existo.» La semilla de la concepción platónica dualista –consagra en el «mito de la caverna»-- había germinado con efecto retardado de la mano de Descartes tomando el relevo a tantos siglos de influencia aristotélica. En ese contexto, es decir, como reminiscencias platónicas, debemos entender las ideas innatas y la ambición de explicarlo todo desde la razón y de actuar siempre bajo su guía. De hecho la separación entre mente y materia no fue otra cosa que una estratagema que le permitió a Descartes ponerse del lado del espíritu para concentrarse en la materia como mecanismo puro.

La mecánica clásica, basada en el racionalismo dualista de Descartes y sustentada en las teorías matemáticas de Newton y en la metodología inductiva de Bacon, se convertiría en el ejemplo mas evidente de una ciencia exacta y en un modelo para las demás ciencias. Cada vez que un sociólogo, un psicólogo o un economista necesitaba de una base científica para sus teorías, recurría a los conceptos básicos de la física newtoniana, sin pensar demasiado en el hecho de que esta concepción de la física estaba trabajando con el nivel mas simple de organización estructural y, por lo tanto, producía unas verdades relativamente simples (Martínez Minguelez, 1993). Dentro de este proceso hacia la racionalidad y la fragmentación, las distintas escuelas psicológicas fueron sustituyendo al sujeto por algunos de sus elementos y manifestaciones. Llegamos así, en este recorrido, a comienzos del siglo XX, donde nos encontramos con una psicología que, persiguiendo la vieja aspiración de ser incluida en el club de las ciencias positivas, acepto perder su alma y su mente, como denuncia con acierto Jesús Bermejo (1998). En este contexto, un sector de la psicología de la conciencia, que había renunciado ya a la idea del sujeto como sustancia,

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