Los Juicios Orales En Mexico
Enviado por • 3 de Junio de 2014 • 2.180 Palabras (9 Páginas) • 250 Visitas
Introducción
Este libro nos habla sobre los problemas que han ido ayudando al desarrollo de América Latina desde épocas muy antiguas hasta tiempos contemporáneos tales como la conquista y algunos otros sucesos históricos de suma relevancia, hace mención de países como Estados Unidos así como de Cuba México etc.
Este libro es muy recomendable para todas las personas que tengan el interés de conocer como se ha desarrollado la sociedad de todo el continente Americano y asi de esta manera entender nuestra realidad que vivimos en nuestros tiempos.
También hace mención de Carlos Marx el tan conocido capitalismo de como la sociedad obrera era explotada laboralmente, después hace mención de todos aquellos, también hace mención de la antigua nueva España.
Es un libro muy recomendable para aquellos que quieran conocer la historia y orígenes de nuestro continente y por ende la historia de tu país.
Desarrollo
Este libro nos habla sobre división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos
América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en
que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar v le hundieron
los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus
funciones Este va no es el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la
fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los
yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de
sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y
reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias
primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan consumiéndolos,
mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Son mucho más altos
los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los
vendedores; y al fin y al cabo, como declaró en julio de 1968 Covey T. Oliver,
coordinador de la Alianza para el Progreso, «hablar de precios justos en la
actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena época de la libre
Comercialización...» Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se
hace necesario construir para quienes padecen los negocios. Nuestros sistemas de
inquisidores y verdugos no sólo funcionan para el mercado externo dominante;
proporcionan también caudalosos manantiales de ganancias que fluyen de los
empréstitos y las inversiones extranjeras en los mercados internos dominados. «Se
ha oído hablar de concesiones hechas por América Latina al capital extranjero, pero
no de concesiones hechas por los Estados Unidos al capital de otros países... Es que
nosotros no damos concesiones», advertía, allá por 1913, el presidente
norteamericano Woodrow Wilson. Él estaba seguro: «Un país --decía- es poseído y
dominado por el capital que en él se haya invertido». Y tenía razón. Por el camino
hasta perdimos el derecho de llamarnos americanos, aunque los haitianos y los
cubanos ya habían asomado a la historia, como pueblos nuevos, un siglo antes de
que los peregrinos del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth.
Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros
habitamos, a lo sumo, una sub -América, una América de segunda clase, de
nebulosa identificación.
A principios de noviembre de 1968, Richard Nixon comprobó en voz alta que la
Alianza para el Progreso había cumplido siete años de vida y, sin embargo, se
habían agravado la desnutrición y la escasez de alimentos en América Latina.
Pocos meses antes, en abril, George W. Ball escribía en Life: «Por lo menos durante
las próximas décadas, el descontento de las naciones más pobres no significará
una amenaza de destrucción del mundo. Por vergonzoso que sea, el mundo ha
vivido, durante generaciones, dos tercios pobre y un tercio rico. Por injusto que
sea, es limitado el poder de los países pobres». Ball había encabezado la
delegación de los Estados Unidos a la Primera Conferencia de Comercio y
Desarrollo en Ginebra, y había votado contra nueve de los doce principios
generales aprobados por la conferencia con el fin de aliviar las desventajas de los
países subdesarrollados en el comercio internacional. Son secretas las matanzas de
la miseria en América Latina; cada año estallan, silenciosamente, sin estrépito
alguno, tres bombas de Hiroshima sobre estos pueblos que tienen la costumbre de
sufrir con los dientes apretados. Esta violencia sistemática, no aparente pero real,
va en aumento: sus crímenes no se difunden en la crónica roja, sino en las
estadísticas de la FAO. Ball dice que la impunidad es todavía posible, porque los
pobres no pueden desencadenar la guerra mundial, pero el Imperio se preocupa:
incapaz de multiplicar los panes, hace lo posible por suprimir a los comensales.
«Combata la pobreza, ¡mate a un mendigo!», garabateó un maestro del humor
negro sobre un muro de la ciudad de La Paz. ¿Qué se proponen los herederos de
Malthus sino matar a todos los próximos mendigos antes de que nazcan? Robert
McNamara, el presidente del Banco Mundial que había sido presidente de la Ford
y Secretario de Defensa, afirma que la explosión demográfica constituye el mayor
obstáculo para el progreso de América Latina y anuncia que el Banco Mundial
otorgará prioridad, en sus préstamos, a los países que apliquen planes para el
control de la natalidad.
Cuando Cristóbal Colón se lanzó a atravesar los grandes espacios vacíos al
oeste de la Ecúmene, había aceptado el desafío de las leyendas. Tempestades
terribles jugarían con sus naves, como si fueran cáscaras de nuez, y las arrojarían
a las bocas de los monstruos; la gran serpiente de los mares tenebrosos,
hambrienta de carne humana, estaría al acecho. Sólo faltaban mil años para que
los fuegos purificadores del juicio final arrasaran el mundo, según creían los
hombres del siglo xv, y el mundo era entonces el mar Mediterráneo con sus costas
de ambigua proyección hacia el África y Oriente. Los navegantes portugueses
aseguraban que el viento del oeste traía cadáveres extraños y a veces arrastraba
leños curiosamente tallados, pero nadie sospechaba que el mundo sería, pronto,
asombrosamente multiplicado. A su paso por Tenerife, durante su primer viaje, había presenciado Colón una
formidable erupción volcánica. Fue como un presagio de todo lo que vendría
después en las inmensas tierras nuevas que iban a interrumpir la ruta occidental
hacia el Asia. América estaba allí, adivinada desde sus costas infinitas: la conquista
se extendió, en oleadas, como una marea furiosa. Los adelantados sucedían a los
almirantes y las tripulaciones se convertían en huestes invasoras. Las bulas del
Papa habían hecho apostólica concesión del Africa a la corona de Portugal, y a la
corona de Castilla habían otorgado las tierras «desconocidas cómo las hasta aquí
descubiertas por vuestros enviados y las que se han de descubrir en lo futuro...».
América había sido donada a la reina Isabel. En 1508, una nueva bula concedió a la
corona española, a perpetuidad, todos los diezmos recaudados en América.
En el primer tomo de El capital, escribió Karl Marx: «El descubrimiento de los
yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y
sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista
y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en
cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era
de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores
fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria».
Las colonias americanas habían sido descubiertas, conquistadas y colonizadas
dentro del proceso de la expansión del capital comercial. Europa tendía sus brazos
para alcanzar al mundo entero. Ni España ni Portugal recibieron los beneficios del
arrollador avance del mercantilismo capitalista, aunque fueron sus colonias las
que, en medida sustancial, proporcionaron el oro y la plata que nutrieron esa
expansión. Como hemos visto, si bien los metales preciosos de América
alumbraron la engañosa fortuna de una nobleza española que vivía su Edad Media
tardíamente y a contramano de la historia, simultáneamente sellaron la ruina de
España en los siglos por venir. Fueron otras las comarcas de Europa que pudieron
incubar el capitalismo moderno valiéndose, en gran parte, de la expropiación de
los pueblos primitivos de América. A la rapiña de los tesoros acumulados sucedió
la explotación sistemática, en los socavones y en los yacimientos, del trabajo
forzado de los indígenas y de los negros esclavos arrancados de Africa por los
traficantes. RUINAS DE POTOSÍ: EL CICLO DE LA PLATA
Analizando la naturaleza de las relaciones «metrópoli-satélite» a lo largo de la
historia de América Latina como una cadena de subordinaciones sucesivas, André
Gunder Frank ha destacado, en una de sus obras'", que las regiones hoy día más
signadas por el subdesarrollo y la pobreza son aquellas que en el pasado han tenido
lazos más estrechos con la metrópoli y han disfrutado de períodos de auge. Son las
regiones que fueron las mayores productoras de bienes exportados hacia Europa o,
posteriormente, hacia Estados Unidos, y las fuentes más caudalosas de capital:
regiones abandonadas por la metrópoli cuando por una u otra razón los negocios
decayeron. Potosí brinda el ejemplo más claro de esta caída hacia el vacío.
Las minas de plata de Guanajuato y Zacatecas, en México, vivieron su auge
posteriormente. En los siglos XVI y XVII, el cerro rico de Potosí fue el centro de la
vida colonial americana: a su alrededor giraban, de un modo u otro, la economía
chilena, que le proporcionaba trigo, carne seca, pieles y vinos; la ganadería y las
artesanías de Córdoba y Tucumán, que la abastecían de animales de tracción y de
tejidos; las minas de mercurio de Huancavélica y la región de Arica por donde se
embarcaba la plata para Lima, principal centro administrativo de la época.
Aquella sociedad potosina, enferma de ostentación y despilfarro, sólo dejó a
Bolivia la vaga memoria de sus esplendores, las ruinas de sus iglesias y palacios,y
ocho millones de cadáveres de indios. Cualquiera de los diamantes incrustados en
el escudo de un caballero rico valía más, al fin y al cabo, que lo que un indio podía
ganar en toda su vida de mitayo, pero el caballero se fugó con los diamantes.
Bolivia, hoy uno de los países más pobres del mundo, podría jactarse -si ello no
resultara patéticamente inútil- de haber nutrido la riqueza de los países más ricos.
En nuestros días, Potosí es una pobre ciudad de la pobre Bolivia: «La ciudad que
más ha dado al mundo y la que menos tiene», como me dijo una vieja señora
potosina, envuelta en un kilométrico chal de lana de alpaca, cuando conversamos
ante el patio andaluz de su casa de dos siglos. Esta ciudad condenada a la
nostalgia, atormentada por la miseria y el frío, es todavía una herida abierta del
sistema colonial en América: una acusación. El mundo tendría que empezar por
pedirle disculpas.
VILLA RICA DE OURO PRETO: LA POTOSÍ DE ORO
La fiebre del oro, que continúa imponiendo la muerte o la esclavitud a los
indígenas de la Amazonia, no es nueva en Brasil; tampoco sus estragos.
Durante dos siglos a partir del descubrimiento, el suelo de Brasil había negado los
metales, tenazmente, a sus propietarios portugueses. La explotación de la madera, el
«palo Brasil», cubrió el primer período de colonización de las costas, y pronto se
organizaron grandes plantaciones de azúcar en el nordeste. Pero, a diferencia de la
América española, Brasil parecía vacío de oro y plata. Los portugueses no habían
encontrado allí civilizaciones indígenas de alto nivel de desarrollo y organización,
sino tribus salvajes y dispersas. Los aborígenes desconocían los metales; fueron los
portugueses quienes tuvieron que descubrir, por su propia cuenta, los sitios en que
se habían depositado los aluviones de oro en el vasto territorio que se iba abriendo, a
través de la derrota y el exterminio de los indígenas, a su paso de conquista.
Conclusiones
Como conclusiones podemos decir que este libro nos muestra otra perspectiva de la historia de los países de América Latina la forma en la que se constituyo y la influencia de otros países que sirvieron como plataforma para poder lograrlo. Estos países que hicieron influencia sobre los demás países tales como países conquistadores como España, Estados Unidos etc.
Además sirve para valorar lo que otras personas tuvieron que hacer para que tengamos un país como lo conocemos, espero que después de leer este libro nos ayude para saber interpretar la historia de nuestro propio país al igual que los demás países tuvimos un desarrollo influenciado por otros países de manera directa e indirectamente como puede ser por la conquista que algunos países tuvieron que soportar y en ora forma por los movimientos que se dieron en otros países ya sea como la revolución industrial la máquina de vapor etc.
Ya después de esto espero que podamos valorar nuestra historia como país y como sociedad y la riqueza cultural que tenemos pero sin embargo a pesar de esto hay todavía mucha gene que no entiende y mucho menos valora todo esto que nos constituye como país.
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