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Presencia Del Culto A La Corte Malandra En La Ciudad De Puerto La Cruz-Edo. Anzoátegui.


Enviado por   •  1 de Febrero de 2012  •  1.184 Palabras (5 Páginas)  •  1.084 Visitas

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Un tatuaje que tenía Ismael -un halcón en una motocicleta- es el símbolo de los devotos de la Corte Calé o Corte Malandra, (una de las principales cortes del Culto a Maria Lionza) conformada también por “Malandro Ratón”, “Isabelita”, “Luis”, “Miguelito”, “Antonio” y otros antiguos malhechores que vivían en barrios pobres.

Este “santo” y sus compañeros son buscados como guardianes contra la delincuencia y la maldad. Unos los buscan para que los protejan, otros los buscan para hacer el mal, aunque dicen que a ellos no les gusta hacer el mal porque ya hicieron bastante en vida y lo que quieren es reivindicarse.

Si bien la Corte Malandra es parte del culto marialioncero (conformado por la Santísima Trinidad Alternativa de María Lionza, el cacique Guaicaipuro y el Negro Felipe), en la mayoría de las tiendas esotéricas que hay en la avenida Urdaneta, avenida Lecuna, avenida Baralt y Quinta Crespo, no saben ni dicen nada de los santos Calé, mucho menos venden objetos relacionados con ellos. La razón: no son bien vistos en muchos círculos de santería por tratarse de malandros que cargan energías negativas.

Los santos malandros eran en vida individuos comunes y corrientes que, tras 10 años de su muerte, pasaron a formar parte de una comunidad divina a la que el resto de los mortales comenzó a rendirle culto.

Aunque vivieron durante la década de los años 70, la revelación de sus espíritus y la adoración por parte de los creyentes aumentó luego de los sucesos del “Caracazo” o “Sacudón” de febrero de 1989, cuando el aumento de la gasolina desató una rebelión popular en contra de las duras medidas económicas tomadas por el entonces presidente de la República, Carlos Andrés Pérez. A partir de ese suceso, y en los años siguientes, la violencia callejera y las represiones incrementaron sus índices a niveles casi insoportables.

El “Caracazo” es punto de inicio de este fenómeno ya que, según Fernando Coronil y Julie Skurski (en Dismembering and Remembering the Nation: The Semantics of Political Violence in Venezuela) tras este acontecimiento el pueblo pasó de ser la “fundación virtuosa de la democracia” a convertirse en parásitos sociales que debían ser disciplinados por el Estado.

A diferencia del concepto de malandreo como forma de rebelión e innovación que plasmó Juan Carlos Echendía en el CD “Venezuela Subterránea”, en este contexto la figura del malandro es prueba de la discriminación que se tiene hacia los ciudadanos con menos recursos económicos. Todos, alguna vez, hemos sentido el acecho de un malandro en alguna esquina de la ciudad, ya que desde finales del siglo XX se le han atribuido a este personaje características de violencia, agresividad y criminalidad dentro del imaginario urbano. Para ser un “malandro en potencia”, solo basta pertenecer a una de las zonas marcadas y tener algunos rasgos de esta cultura satanizada.

En el trabajo de investigación “Memorias afligidas. Historias orales y corpóreas de la violencia urbana en Venezuela” de Francisco Ferrándiz Martín se apunta que los malandros son “espíritus más bajos, más terrenales, de menor luz mística dentro de la jerarquía del panteón de María Lionza, cercanos a las ánimas del purgatorio”. Es decir que están en un primer nivel de lo que sería la escala espiritual (encabezada por la reina de Sorte y los santos católicos) y están más próximos a las tentaciones y pecados mortales.

Quizás por eso cuando poseen el cuerpo de un mortal, éstos reaccionan bailando, riendo, cantando, fumando y bebiendo. Piden drogas y se muestran nerviosos si hay algún efectivo de seguridad en un perímetro de varios kilómetros. Y es que

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