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Soy Yo Acaso Guarda De Mi Hermano


Enviado por   •  9 de Noviembre de 2012  •  2.284 Palabras (10 Páginas)  •  478 Visitas

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Soy yo acaso guarda de mi hermano? (I)

Lunes, 28 de Mayo de 2012 09:24

«Sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo» (Gál. 6:2).

«Este es tu problema, no el mío»; «¿Y a mí qué? Yo paso».

Estas frases, tan populares hoy en una sociedad individualista en grado sumo, reflejan la tendencia natural del ser humano desde que Caín hizo la cínica pregunta que aparece como título de este artículo refiriéndose a su hermano Abel, a quien acababa de matar.

Por naturaleza, todos llevamos algo de «cainismo» en el corazón: indiferencia y egoísmo en las relaciones con el prójimo.

Incluso muchas personas creen y hacen suyo de buena fe aquel refrán que dice: «Cada uno en su casa y Dios en la de todos». Es una versión «espiritualizada» que pretende justificar la comodidad del individualismo. No se trata, pues, de un problema moderno ni exclusivo de egoístas empedernidos. Nos afecta a todos y ha sido así desde siempre.

Es cierto que la actual crisis económica en Europa está estimulando formas de solidaridad alentadoras, ya sean en anónimos actos de amor o mediante organismos -las ONG- donde podemos encontrar a personas que de manera voluntaria y sacrificada, a veces casi de forma heroica, se desviven por ayudar al prójimo. Como decía Pascal, el ser humano no es ni ángel ni bestia y, en el fondo, es las dos cosas a la vez. Todos llevamos «un ángel» dentro porque conservamos la imagen de Dios, este sello imborrable que persiste aunque esté profundamente alterado por el Pecado. Esta impronta del carácter divino nos lleva a luchar contra el «demonio» que también anida en nuestro corazón y que convierte al hombre con frecuencia en esclavo de su codicia, su egoísmo, su ambición sin límites, su amor por el dinero fácil etc. Precisamente todas estas conductas -la Biblia las llama pecados- están en la raíz de la actual debacle económica. El problema de Europa hoy no es en primer lugar un problema de mercados financieros sino de ambiciones sin límite y de egos desbordados. Ahí empieza todo.

Surge entonces una pregunta natural: ¿cómo podemos promover estas actitudes y conductas de solidaridad y de preocupación mutua? ¿Es una asunto sólo de sensibilidad social? ¿Qué aporta el cristianismo a la cura -el cuidado- del prójimo? No es este el lugar para hacer un repaso detallado, pero la Historia nos muestra cómo el cristianismo, y en particular su énfasis distintivo en el amor al prójimo, ha sido una de las columnas de la civilización occidental. Frente al innato egoísmo humano la ética del Evangelio se ha alzado -y sigue alzándose hoy- como una poderosa fuente de sanidad en las relaciones humanas. Ha transformado personas, familias y países enteros. Esto ha sido así porque el seguidor de Cristo no puede lavarse las manos indiferente ante las necesidades de otros y es llamado a preocuparse activamente por su hermano.

El sobrellevar los unos las cargas de los otros constituye uno de los mayores privilegios -y deberes- del discípulo de Jesús que afirmó con rotundidad en la frase conocida como «regla de oro»: «Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Mt. 7:12).

De esta manera, la exhortación del apóstol Pablo a sobrellevar los unos las cargas de los otros deviene un examen clave de la vida cristiana. Viene a ser como una reválida de nuestra fe que evalúa tres aspectos esenciales de la madurez cristiana: por un lado mide nuestro egoísmo; en segundo lugar, nuestro amor al prójimo y, finalmente, nuestro compromiso con el pueblo de Dios, con la iglesia.

Vamos a considerar en este artículo y en el siguiente tres aspectos fundamentales del cuidado mutuo. Estos principios son extensivos a todo prójimo, aunque los hermanos en Cristo -«la familia de la fe»- constituyen nuestra prioridad tal como enseña el apóstol Pablo (Gá. 6:10), de ahí nuestro énfasis en las relaciones con los hermanos en la fe. El que no ama y cuida de su hermano al que tiene al lado, dificílmente podrá cuidar al que está más lejos.

• Motivaciones correctas: ¿Por qué he de sobrellevar las cargas de mis hermanos?

• La puesta en práctica del cuidado mutuo: ¿Cómo hacerlo?

• Los resultados: ¿Qué consecuencias tiene?

1. Motivaciones correctas: ¿Por qué?

Tener las motivaciones correctas es el paso inicial que nos abre la puerta a una práctica correcta. La motivación es como el motor que nos «mueve» y genera la fuerza para avanzar. El creyente, en la tarea de cuidar del hermano, necesita tener una buena motivación por dos razones: primero porque su vieja naturaleza -«la carne»- le impele al egoísmo y al individualismo. La conversión no garantiza un cambio automático de nuestros impulsos egocéntricos. La lucha espiritual entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu persistirá hasta que estemos en la presencia de Cristo. Ello explica las deficiencias -«manchas y arrugas»- de nuestra vida de fe y, en consecuencia, de nuestras iglesias. En el tema que nos ocupa, ya Pablo expresaba su preocupación por esta conducta en la carta a los filipenses: «No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo que es de los otros» (Fil. 2:4). Y más adelante, en el versículo 21, reitera esta triste realidad: «Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús». Así pues, una buena motivación le ayudará a luchar mejor contra su «ego» carnal.

La segunda razón para una buena motivación radica en la influencia constante del mundo, que nos «contagia» de sus valores y nos obliga a navegar contracorriente. Hoy, la presión de la sociedad en esta línea es muy fuerte. Incluso pensadores no creyentes, como el sociólogo Lipovetsky, nos advierten de los peligros sociales del individualismo exacerbado de principios del siglo XXI. Por todo ello, una buena motivación es imprescindible en la tarea -noble, pero agotadora- de sobrellevar las cargas.

¿Cuáles son entonces los motivos para cuidar al prójimo en general y a mis hermanos en Cristo en particular?

Ante todo, debemos considerar la motivación incorrecta. Cuidar de mi hermano no debe ser, por lo menos en primer lugar, una forma de autorrealización personal. No lo hago para sentirme yo mejor. Desde luego es legítimo esperar una satisfacción personal en el servicio a los demás. No hay nada que llene tanto como darse a otros. Pero esta satisfacción es la consecuencia,

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