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Andres Perez


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2012  •  2.368 Palabras (10 Páginas)  •  316 Visitas

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Corría el año 69 antes de Jesucristo cuando nace en Egipto una mujer cuyo nombre habría de ser recordado a través de los siglos. Ella era Cleopatra, última reina de Egipto de la dinastía lágida, nacida en Alejandría y que gobernara su país del año 51 al 30, antes de Jesucristo.

Hija de Tolomeo XIII Auletes, fue proclamada reina con su hermano Tolomeo XIV. Sin embargo, una serie de desavenencias entre los hermanos, obliga a los consejeros o "verdaderos gobernantes" a tomar otras medidas. A partir de entonces el distanciamiento entre los hermanos se hace más grande. Egipto tomaría un nuevo rumbo.

Una reina de 17 años

Es difícil saber hasta qué punto esta corte esplendorosa y unos amores, tal vez ambiciosos, tal vez sinceros, hayan sido eso. Algunos podrán hablar de amor interesado; otros, de amor sincero. Lo cierto es que Cleopatra fue la causa de la felicidad de un hombre y la desgracia del otro. Uno era Julio César y otro Marco Antonio.

El principio de la historia

La historia dice que Cleopatra subió al trono de Egipto cuando tenía apenas diecisiete años, a la muerte de su padre Tolomeo XIII Dionisio I, llamado Auletes. Debía compartir el poder con su hermano Tolomeo XIV Dionisios II, que en aquella época contaba con nueve años de edad.

Luego, siguiendo la antigua costumbre egipcia, la joven Cleopatra contrae matrimonio con su hermano. ¡Ah, pero de una cosa estaba segura. No tenía le menor intención de compartir el trono con nadie, aún así fuera su esposo...!

Es entonces que se dedica a intrigar contra el rey. Hace todo lo posible para bajarle y hacerle caer. Pero lo cierto es que, también, había otros al tanto de todo esto que sucedía. Dada la corta edad de ambos, quienes realmente reinan en Egipto son los altos dignatarios designados a tal fin por su padre Tolomeo XIII, y ellos se encargaban de que las cosas marchasen lo mejor posible.

Y si por un lado, Cleopatra hacía lo suyo; su hermano Tolomeo, tampoco se dejaba. Al darse cuenta de la ambición de la reina y descubrir los obscuros designios que ésta abrigaba contra él, los ministros sublevan al pueblo, y Cleopatra es bajada del trono y expulsada de Egipto. Tenía ella veinte años de edad.

Antecedentes

La reina se refugia en Siria, donde recluta un ejército para que luche contra su hermano. Por aquella época, el Imperio Romano se hallaba desgarrado por luchas intestinas. Julio César había vencido en Farsalia a Pompeyo. Éste, con el resto de su destrozado ejército, se había internado en Egipto.

César le perseguía cuando llegaron a él noticias de la grave situación social, político y militar del país donde se había refugiado su enemigo. Tolomeo Auletes, admirador y amigo de Julio César, le había nombrado su albacea. Confiaba tanto en su habilidad política como en el poderío de las legiones romanas.

El difunto faraón sabía que, si fuera necesario, César ordenaría los asuntos egipcios. Así pues, fiel a la palabra dada a Tolomeo, Julio César cita a ambos hermanos e intenta que lleguen a un acuerdo razonable. De este modo evitaría una guerra tan perjudicial tanto para Egipto como para Roma.

En espera de Cleopatra

César consiguió detener el avance del ejército de Aquiles en tanto parlamentaban y se entendían los dos hermanos. Cleopatra, deseosa de ganar para su causa al caudillo romano, le envió varios mensajeros, los cuales fueron recibidos fríamente.

César, que no conocía personalmente a la reina, estaba ansioso por resolver aquel enojoso asunto y regresar a Roma, donde la situación política se complicaba por momentos. Se había instalado en un lujoso palacio en terreno neutral y no lejos del lugar donde habían acampado sus gloriosas legiones.

Allí, impacientemente, esperaba reconciliar a Cleopatra con su hermano, aquellos dos niños caprichosos que al parecer tenían muchas ganas de jugar a la guerra. Algo le esperaba, pero aún no se imaginaba lo que ahí pasaría.

Ante Cleopatra

Cual si fuera una leyenda o un cuento de hadas, una noche, una noche fresca y agradable, César vio llegar a su palacio un cortejo. Al frente de éste venía un alto dignatario egipcio. Imaginaba la misión que les traía, quería saber de lo que se trataba, pero estaba dispuesto a no hacer concesión alguna.

Claro que a César le interesaba, de todos modos, la posición de cada uno de los hermanos. Por eso decidió estudiar la proposición que el emisario iba a hacerle en nombre de Cleopatra, ya que de ella era el alto dignatario y mensajero cuya visita le anunciaban.

El emisario penetró en el salón del trono y, después de inclinarse ceremoniosamente ante el general, dijo: "En nombre de mi reina, Cleopatra, ¡Oh César! Os ofrezco este presente". Dio dos palmadas y aparecieron doce esclavos rubios, cuatro de los cuales transportaban con gran cuidado y perfectamente enrollado, un gran tapiz, una alfombra...

César, sorprendido y divertido a la vez, observaba el extraño y ampuloso ceremonial con que los mensajeros de Cleopatra le ofrecían aquel soberbio regalo. De pronto, a un gesto del emisario, los esclavos desenrollaron el tapiz, y el caudillo romano, desconcertado por primera vez en su vida, vio surgir de aquel envoltorio una figura femenina. ¡Era Cleopatra...!

Julio César habla

A primeras de cambio, Julio César no reconoció a la mujer que de tan extraña forma se presentaba ante él. Sólo veía ante si a una figura delgada, morena, de pequeña estatura y vestida con una corta túnica blanca que apenas si cubría las esbeltas y delicadas formas de su cuerpo.

No era precisamente una niña, pero parecía como si lo fuese. Había en ella algo que cautivaba. En los labios de esta mujer, casi una niña, se insinuaba una leve sonrisa. Una sonrisa entre tímida y sensual. Algo que hechizó por completo al caudillo y tribuno romano.

"Cleopatra..." -dijo. César aún estaba absorto, no podía aún creerlo. Hombre experimentado en todos los ardides del amor, la audacia de aquella mujer le había sorprendido. César se había dado cuenta de lo que la reina de Egipto le ofrecía a cambio de su ayuda para reconquistar el trono. (Y estaba dispuesto a concederlo todo, o casi todo...)

Un reino compartido

Y

...

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