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JUAN MONTALVO


Enviado por   •  2 de Junio de 2013  •  540 Palabras (3 Páginas)  •  405 Visitas

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El chagra llega a ser coronel, Dios misericordioso. Al que le dice coronel, es capaz de darle un ojo de la cara aun cuando sea tuerto… Un gran señor libertino es terrible cosa, dice un moralista; un chagra gran señor, con cacofonía y todo, es la cosa más graciosa que puede nadie imaginar… La loza blanca no ha penetrado aún en el palacio del chagra: allí se ven platos de mariposas azules y escudillas moradas como para frailes… En resumidas cuentas, venga el chagra-galán, el chagra-diplomático, antes que el chagra-militar; porque este aun cuando se halle él mismo en amena conversación con amigos y señoritas, de repente se acuerda de que es soldado, y ¡juego mochachos!...”“… Volvamos a nuestra amable política. Viejos del lazareto de Urbina y jefes flamantes, chagras-soldados, hicieron elecciones a ¡juego mochachos! ¿Qué mucho que la Convención de Ignacio de la Cuchilla haya sido una junta de dioses, no de los romanos…? Ignacio de Veintimilla va a decir que hubo libertad de sufragio, puesto que yo mismo fui electo para la Convención; pero trabuca sus recuerdos: electo fui, verdad, a juego mochachos. Cuando pálido de cólera, trémulo de miedo, despechado y balbuciente oyó mi nombre, ¿no dijo: “Yo había dado orden de que el más insignificante de los ecuatorianos fuese electo por la más insignificante de las provincias”? Debe ser la provincia más pundorosa y valiente, cuando a fuero de atrevida pudo elegir al que desde entonces tenía proscrito en su ánimo ese excremento de García Moreno. Eligiole haciendo caso omiso de gobernadores, comandantes de armas, comisarios y sicarios, haciéndoles temblar la barba, como dicen, y metiéndose en petrina. O fue más bien que no hubo allí apóstoles de la libertad que anduviesen predicando su doctrina con las culatas de los fusiles”.“No puedo menos que hacer una salvedad, cuando doy en las galeras con esa canalla delincuente que se llamó Convención de Ambato. Hubo en ella tres o cuatro hombres que pudieran haber pertenecido a una junta grave y majestuosa, y un anciano con cuya presencia brillaría un colegio de senadores virtuosos. Don Pedro Carbo extremó su santidad hasta el punto de sufrir esa danza macábrica, y han de tomar parte en ella; y esto es lo que admiro en él sobre toda ponderación. ¿Hubiera yo visto esa cara de caballo que se asomaba por ahí a intimidar y a amenazar a los legisladores, sin echarle el agraz en el ojo? ¿Hubiera llevado en paciencia ver ese fauno asqueroso, durmiendo y roncando en el sitial del presidente, un palmo de boca abierta, adonde acudían las moscas de los alrededores? ¿Hubiera sufrido el alzamiento de esa manga de urdemales contra la honra nacional y la vergüenza pública? Bien apurada la cosa, podemos decir que hubo en la comunidad de fetiches nueve hombres de conciencia… y fueron los que le negaron su voto para presidente de la República a Ignacio Fraudador de los Ardides. Un clérigo pasó tan adelante en el

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