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Sicologia Para Un Hombre Interesante


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2014  •  2.018 Palabras (9 Páginas)  •  359 Visitas

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Para una psicología del hombre interesante

1 .

Nada hay tan halagüeño para un varón como oír que las mujeres dicen

de él que es un hombre interesante. Pero, ¿cuándo es un hombre

interesante, según la mujer? La cuestión es de las más sutiles que se

pueden plantear; pero a la vez, una de las más difíciles. Para salir a su

encuentro con algún rigor sería menester desarrollar toda una nueva

disciplina, aún no intentada y que desde hace años me ocupa y

preocupa. Suelo darle el nombre de Conocimiento del hombre o

antropología filosófica. Esta disciplina nos enseñará que las almas

tienen formas diferentes, lo mismo que los cuerpos. Con más o menos

claridad, según la perspicacia de cada uno, percibimos todos en el trato

social esa diversa configuración íntima de las personas, pero nos cuesta

mucho trabajo transformar nuestra evidente percepción en conceptos

claros, en pleno conocimiento. Sentimos a los demás, pero no los

sabemos.

Sin embargo, el lenguaje usual ha acumulado un tesoro de finos atisbos

que se conserva en cápsulas verbales de sugestiva alusión. Se habla, en

efecto, de almas ásperas y de almas suaves, de almas agrias y dulces,

profundas y superficiales, fuertes y débiles, pesadas y livianas. Se

habla de hombres magnánimos y pusilánimes, reconociendo así tamaño

a las almas como a los cuerpos. Se dice de alguien que es un hombre de

acción o bien que es un contemplativo, que es un «cerebral» o un

sentimental, etc., etc. Nadie se ha ocupado de realizar metódicamente

el sentido preciso de tan varias denominaciones, tras de las cuales

presumimos la diversidad maravillosa de la fauna humana. Ahora bien:

todas esas expresiones no hacen más que aludir a diferencias de

configuración de la persona interna, e inducen a construir una

anatomía psicológica. Se comprende que el alma del niño ha de tener

por fuerza distinta estructura que la del anciano, y que un ambicioso

posee diferente figura anímica que un soñador. Este estudio, hecho con

un poco de sistema, nos llevaría a una urgente caracterología de nuevo

estilo, merced a la cual podríamos describir con insospechada

delicadeza las variedades de la intimidad humana. Entre ellas

aparecería el hombre intetesante según la mujer.

El intento de entrar a fondo en su análisis me produciría pavor, porque

al punto nos encontraríamos rodeados de una selva donde todo es

problema. Pues lo primero y más externo que del hombre interesante

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cabe decir es esto: el hombre interesante es el hombre de quien las

mujeres se enamoran. Pero ya esto nos pierde, lanzándonos en medio de

los mayores peligros. Caemos en plena selva de amor. Y es el caso que

no hay en toda la topografía humana paisaje menos explorado que el de

los amores. Puede decirse que está todo por decir; mejor, que está todo

por pensar.

Un repertorio de ideas toscas se halla instalado en las cabezas e impide

que se vean con mediana claridad los hechos.

Todo está confundido y tergiversado. Razones múltiples hay para que

sea así. En primer lugar, los amores son, por esencia, vida arcana. Un

amor no se puede contar: al comunicarlo se desdibuja o volatiliza. Cada

cual tiene que atenerse a su experiencia personal, casi siempre escasa,

y no es fácil acumular la de los prójimos. ¿Qué hubiera sido de la física

si cada físico poseyese únicamente sus personales observaciones?

Pero, en segundo lugar, acaece que los hombres más capaces de pensar

sobre el amor son los que menos lo han vivido, y los que lo han vivido

suelen ser incapaces de meditar sobre él, de analizar con sutileza su

plumaje tornasolado y siempre equívoco. Por último, un ensayo sobre el

amor es obra sobremanera desagradecida. Si un médico habla sobre la

digestión, las gentes escuchan con modestia y curiosidad.

Pero si un psicólogo habla del amor, todos le oyen con desdén, mejor

dicho, no le oyen, no llegan a enterarse de lo que enuncia, porque todos

se creen doctores en la materia. En pocas cosas aparece tan de

manifiesto la estupidez habitual de las gentes. ¡Como si el amor no

fuera, a la postre, un tema teórico del mismo linaje que los demás, y,

por tanto, hermético para quien no se acerque a él con agudos

instrumentos intelectuales! Pasa lo mismo que con Don Juan. Todo el

mundo cree tener la auténtica doctrina sobre él -sobre Don Juan, el

problema más recóndito, más abstruso, más agudo de nuestro tiempo-.

Y es que, con pocas excepciones,

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