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A La Costa


Enviado por   •  13 de Diciembre de 2011  •  2.113 Palabras (9 Páginas)  •  479 Visitas

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A LA COSTA

Luis A. Martínez

El matrimonio Ramírez era de un catolicismo ferviente y bajo la disciplina de los preceptos más estrictos de la Iglesia educaba a los dos únicos hijos, sin permitirles la más leve e inocente trasgresión de lo dispuesto en ese complicado y absurdo código llamado moral católica. Salvador, el primogénito, de cuerpo delgado y débil, de carácter manso y pasivo, poco comunicativo con los de su edad, al cumplir los ocho años, entró de interno al colegio de los jesuitas, y Mariana, la segunda, era el reverso de su hermano, bulliciosa, enérgica y atrevida, de temperamento ardiente, morena de ojos negros, labios abultados, pelo negro y ensortijado, apenas cumplidos los siete años de la pobre vida fue también de interna al colegio de las monjas se los SS.CC.

Don Jacinto Ramírez, el padre, había quedado huérfano porque sus padres habían fallecido en el terremoto de Imbabura, era de carácter huraño y con una eterna cara de melancolía, aunque muy bondadoso, no inspiraba confianza a sus hijos.

La fortuna de la familia Ramírez era apenas mediana, y el doctor con gran acopio de trabajo en su profesión de abogado, difícilmente alcanzaba a ayudar las necesidades de los suyos, bien moderadas por cierto. Los bienes consistían en la casa grande y vieja donde vivían, arruinada en parte, y en una quinta en el valle de Chillo que absorbía más dinero que el producido por las menguadas cosechas de maíz. El gran problema de la vida, de todo padre de familia sin patrimonio, acongojaba al doctor ya tan propenso al abatimiento y el pesimismo. En su imaginación fecunda veía, muy negro el mañana, veía que el pan, el triste pan del pobre, acaso faltaría con la muerte del encargado de suministrarlo cotidianamente.

La amiga más íntima de doña Camila era doña Rosaura Valle, vieja solterona, de aspecto de vieja, nariz larga, ojos miopes, una de esas frutas secas del celibato, una figura repulsiva en la que sin dificultad se adivinaba la enemiga acérrima de la belleza, de la alegría y de la juventud.

Rosaura nació fea, de padres plebeyos, artesanos que renegaron de la herramienta y adoptaron la vara y la balanza del comerciante al por menor. En la monótona vida de la familia Ramírez, fue un verdadero rayo de sol la amistad entablada con Luciano. Don Jacinto fue pronto conquistado por ese carácter vehemente, alegre y generoso de Luciano. A Mariana aunque al principio Luciano le parecía antipático, y trató algún tiempo de resistir, de engañarse a sí misma, imaginándose que ella estaba cubierta de imperfecciones y él de antipatías, que era una locura amar a u provinciano terminó por convencerse que amaba a Luciano; por su parte Luciano, pronto sintió en su corazón joven el nacimiento de una verdadera pasión por Mariana. El instinto le advirtió que Mariana le amaba, y luego sorprendió miradas elocuentes, frases aisladas, entonaciones extrañas, rubores súbitos, indicios todos, suficientes para poder ver algo en el corazón de una joven mujer.

Doña Camila, muy excitada por la rabia, contó a su marido. Don Jacinto trató de calmar a su mujer, aconsejándole prudencia y dejando al tiempo la resolución del problema. Mariana reconoció estar enamorada del joven Luciano, y enfrentó a su madre; Doña Camila muy rabiosa, prohibió a su hija volver a hablar con Luciano, pero Mariana a escondidas se atrevía a escribirle cartas apasionadas a Luciano declarándole su amor profundo por él; e igual hizo con su hijo Salvador, obligó al joven romper la amistad con su único y verdadero amigo. Para Salvador fueron más grandes aún las consecuencias que produjo el chisme de la beata. Tímido por educación y raza, formalista, sin tener la energía del no, érale insoportable la idea de un rompimiento con Luciano, pero fiel a sus principios y a la sumisión ante su madre fue a donde Luciano para terminar con esa amistad que tanto gozo le había dado.

Un día el doctor Ramírez regresó de la hacienda de Guayllabamba, y sintióse repentinamente enfermo. Pronto su estado empeoró, Salvador preocupado llamó al medico, pero este nada podía hacer ya, pues la muerte era inevitable. Al entierro nadie acudió, pues era el muerto un pobre abogado sin clientela, sin amigos. Doña Camila no podía aun crecer que estuviese viuda, Mariana lloraba desconsolada en su cuarto, no solo por la muerte de su padre sino porque se sentía impura, manchada, era una de tantas sacerdotisas del amor prohibido, sin hogar, sin virginidad. Ella solo quería morir.

Sólo a él y no a otro confesaría su falta, por medio de él, conseguiría el perdón del cielo por su falta. Rosaura maestra en artes infames y en complicad con el cura Justiniano, llevó a Mariana a una solitaria casa vieja, adecuada para albergar el crimen y el vicio, nido ruin de borrachos, rateros y prostitutas. Mariana sudando de angustia y vergüenza inexplicable, atravesó los sucios patios y entró al cuarto. Allí estaba esperándola, sentado en un sillón el padre Justiniano. La beata encontró algún pretexto los dejó solos y cerró la puerta por fuera con llave; dejando al cura realizar sus más bajos instintos de lujuria.

Jóvenes revolucionarios nativos de todas las provincias ecuatorianas, serranos y costeños venían reunidos, impulsados por una fuerza ciega y misteriosa llamada revolución, entre ellos se encontraba Luciano, que había sido nombrado capitán. En San Miguel de Chimbo, provincia de Bolívar, el 5 de agosto de 1895 se produjo un enfrentamiento entre tropas liberales y conservadoras. Las primeras, al mando del general Vernaza, derrotaron a los conservadores. En gran batalla también se encontraba Salvador, defendiendo sus grandes ideales conservadores, pero este fue capturado por tropas liberales, Luciano al ver a su amigo en peligro dio la orden de que no lo mataran, salvándole la vida.

Un joven, caballero, en una mula, quedó rato quieto en el punto culminante del desfiladero desde el cual se divisan esos dos admirables y diversos panoramas. Lanzó una última mirada al Chimborazo, y dando un fuetazo a la cabalgadura, principio la larga bajada de la cordillera. Al bajar observaba el continuo cambio del paisaje. Ya muy entrada la tarde llegó el viajero a Balzapamba, el primer caserío de tierra caliente, en el camino que de Guaranda va a Babahoyo.

Desmontóse el viajero delante de una casita mal llamada hotel, pidió hospedaje, y mientras descansaba en una hamaca, escuchó una voz que pedía un trago de coñac; el viajero que estaba en la hamaca, se levantó vivamente oyendo la voz, y gritó: Luciano. Los amigos se habían encontrado nuevamente, Luciano iba camino a Guayaquil para embarcarse en un barco camino a Europa, y Salvador iba refundirse en una hacienda llamada Bejucal.

Pronto

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