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CELESTE


Enviado por   •  13 de Octubre de 2013  •  Exámen  •  994 Palabras (4 Páginas)  •  294 Visitas

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Antonio terminó de leer Rayuela de Cortázar y miró el reloj que colgaba en la pared de enfrente. Faltaban trece minutos para que fuera 9 de diciembre. Se levantó y colocó el libro en la repisa color caoba junto a Gazapo de Sáinz y El Juguete Rabioso de Arlt. Supo en ese instante que aquel momento era irrepetible. Irrepetible como el momento en el que conoció a Celeste.

El tiempo en la memoria se vive anacrónico. De pronto volvía a ser el joven preparatoriano, de diecisiete años, que temblaba por el frío y bebía café cuando Marcelo le presentó a Celeste.

―Antonio Ribeira, mucho gusto.

―Celeste.

―¿Celeste a secas?

Cómo olvidar ese momento. La cafetería estaba atestada de jóvenes exageradamente abrigados que bebían café o chocolate acompañado de un cigarrillo. Cómo no recordar la humedad de sus labios sobre aquella mejilla reseca y fría. Cómo dejar de saborear su perfume.

―…Sí, Celeste a secas.

Pensar que aquella joven, de aspecto duro, con un rictus de indiferencia, sería su compañera los próximos veintidós años, le hubiera parecido una broma en ese momento; sin embargo, ahora le parecía que lo supo en cuanto la vio. Le parecía que el destino era más que atinado en sus sortilegios. Uno no reconoce a la persona precisa y especial desde el primer instante, pero sí suele inventarse esa sensación en futuros recuerdos para afirmarse que la elección fue la correcta y evadir los errores propios.

Antonio se fue a la cama y besó en la boca a su mujer. Se dieron las buenas noches y se perdieron en la fascinación de seres inexistentes el uno y en un infinito oscuro y parsimonioso la otra.

A la mañana siguiente, Antonio fue recibido en el despacho por Susana, aquella chica de veintitrés años, pasante de Derecho, que solía coquetearle a todas horas. Después de haber aclarado las conjeturas del caso “Sánchez y Asociados” fue asaltado a media lectura, esta vez El rey se acerca a su templo, de José Agustín. Susana le entregaba un café cargadísimo, no pedido, y un sobre.

―¿Y esto?

―Si me permite, señor, es un regalo.

―Gracias pero...

―De nada ―interrumpió Susana―. Pero ande, ábralo.

Antonio abrió sin ánimo el sobre y sacó una hoja. El mensaje era claro: me gusta mucho. Aun así, Antonio miró interrogante a Susana y ésta contestó con una mirada sensual y retadora.

―Es cierto, señor, me gusta mucho. No le pido nada, ni dinero ni que me quiera. Sólo le comento, no es advertencia, que sé muy bien lo que tengo y pocos se han atrevido a rechazarme. Se hizo un silencio funesto, luego, con voz sensual, prosiguió. ―Con permiso, señor; si se le ofrece algo, llámeme. Besos. Mandó un beso al aire y se marchó. Antonio seguía pasmado.

Esa tarde visitó una librería al salir del trabajo. Tenía que hacer tiempo. Compró el Pasto Verde de Parménides García Saldaña y se sentó en un parque. Hojeó el libro, se compró unas galletas que comió lenta y placenteramente. Supo que era hora: en ese momento su mujer estaría bañándose para preparar la cena. Era martes por la noche así que la visita del hombre con el que tenía que compartir a su mujer, Marisol, ya había concluido.

Hacía ya siete meses que Antonio lo había descubierto. Todo sucedió un martes en el que él llevaba

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