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Como Una Novela Resumen


Enviado por   •  5 de Agosto de 2011  •  1.801 Palabras (8 Páginas)  •  1.914 Visitas

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El verbo leer no soporta el imperativo. Se ha dormido sobre el libro. Y es por ahí por donde ha huido para escapar al libro. Pero es un sueño vigilante: el libro sigue abierto delante de él. El libro es sagrado, ¿cómo es posible que a uno no le guste leer? No, nos dirá que las descripciones son demasiado largas. —¡Apaga la luz! ¡Es tarde! Sí, siempre hacía demasiado buen tiempo para leer, y de noche estaba demasiado oscuro. Fijémonos en que se trata de leer o no leer, el verbo ya era conjugado en imperativo. De manera que leer era entonces un acto subversivo. ¡Dios mío, qué gran amor! y qué corta era la novela. En un primer momento sólo pensamos en su placer. Era una cualidad que no conocíamos en nosotros. Su placer nos inspiraba. Más aún, éramos el Libro. Un auténtico lector, en suma. Ésa era la pareja que formábamos entonces, él el lector, ¡oh, qué pillo!, y nosotros el libro, ¡oh, qué cómplice!En suma, le enseñamos todo acerca del libro cuando no sabía leer. Así descubrió la paradójica virtud de la lectura que consiste en abstraernos del mundo para encontrarle un sentido. Era la mañana y había otras cosas que hacer. A decir verdad, no intentábamos saber lo que había obtenido allí. Era, como se dice, su universo. ¡Gran placer del lector, este silencio de después de la lectura! Sí, le enseñamos todo acerca del libro. Un libro es algo extraordinariamente compacto. y sus márgenes son inmensos. Un libro es espeso, es compacto, es denso, es un objeto contundente. Oye la pregunta unánime de los compañeros: —¿Cuántas páginas? —Trescientas o cuatrocientas... Un libro es un objeto contundente y es un bloque de eternidad. Es el libro. «El libro.» Jamás lo nombra de otra manera en sus disertaciones: el libro, un libro, los libros, unos libros. «En su libro Pensamientos, Pascal nos dice que...» Por mucho que el profe proteste en rojo anotando que ésa no es la denominación correcta, que hay que hablar de una novela, de un ensayo, de una colección de cuentos, de poemas, que la palabra «libro», en sí, en su aptitud para designado todo, no expresa nada concreto, que una guía telefónica es un libro, al igual que y ahí le tenemos, adolescente encerrado en su cuarto, delante de un libro que no lee. Está sentado ante la ventana, la puerta cerrada a su espalda. Página 48. No se atreve a contar las horas pasadas a la espera de esta página cuarenta y ocho. El libro tiene exactamente cuatrocientas cuarenta y seis. ¡5OO páginas! Si tuviera diálogos, pase. ¡Sigue un bloque de doce páginas! ¡Doce páginas de tinta negra! ¡Te ahogas! ¡Oh, cómo te ahogas! ¡Puta, joder, mierda! Suelta tacos. ¡Puta, joder, mierda de coño de libro! Página cuarenta y ocho... Ha caído la noche de invierno. Nada que hacer, la palabra se impondrá de nuevo a su pluma en su siguiente redacción: «En su libro Madame Bovary, Flaubert nos dice que...» Porque, desde el punto de vista de su soledad presente, un libro es un libro. y cada libro pesa su peso de enciclopedia, de aquella enciclopedia con tapas de cartón, por ejemplo, cuyos volúmenes deslizaban debajo de sus nalgas cuando era niño para que estuviera a la altura de la mesa familiar. Y el peso de cada libro es de los que tiran de espaldas. Pero, al cabo de unas páginas, se ha sentido invadido por esa pesadez dolorosamente familiar, el peso del libro, peso del tedio, insoportable fardo del esfuerzo inalcanzado. El libro le arrastra.¿Habéis visto alguna vez los dibujos animados japoneses? —No es solamente una cuestión de programa... Entonces, alguien, a media voz: —¡Leer, desde luego, es otra cosa, leer es un acto! —Está muy bien lo que acabas de decir, leer es un acto, «el acto de leer», es muy cierto... -En la lectura hay que imaginar todo eso... La lectura es un acto de creación permanente. (Entre «creadores permanentes», esta vez.) Leí unas estadísticas sobre eso. —¡Debe ser escalofriante! —Una por cada seis o siete. —Evidentemente, la escuela no funciona. Tercer silencio. —¿Efectivamente? —No he dicho efectivamente, he dicho afectivamente. Una acumulación de «hechos sociales» que podrían resumirse en que nuestros hijos son también hijos e hijas de su época mientras que nosotros sólo éramos hijos de nuestros padres. Comercial y culturalmente hablando, era una sociedad de adultos. 1 Beaubourg... —¿Tus hijos frecuentan el Beaubourg? —Rara vez. Silencio... Silencio... una miseria! Y la parte infinitesimal reservada al «Libro» en esta dotación microscópica. ¿Cómo pretendes

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