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Cuento El Rubi


Enviado por   •  18 de Junio de 2014  •  1.371 Palabras (6 Páginas)  •  365 Visitas

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Trabajando con un cuento:

Nombre:_____________________________________________________________Curso:____________

E L RUBÍ

RUBÉN DARÍO (nicaragüense)

¡Ah! ¡Conque es cierto! ¡Conque ese sabio ha logrado sacar del fondo de sus retortas, de sus matraces, la púrpura cristalina de que están in¬crustados los muros de mi palacio! Y al decir esto el pequeño gnomo iba y venía, de un lugar a otro, a cortos saltos, por la honda cueva que les servía de morada y hacía temblar su larga barba y el cascabel de su gorro azul y puntiagudo.

Agitado, conmovido, el gnomo —que era sabedor y de genio harto vivaz— seguía monologando.

¡Fusión por veinte días, de una mezcla de sílice y de aluminado de plomo; coloración con bicromato de potasa o con óxido de cobalto. ¡Palabras, en verdad, que parecen lengua diabólica!

El cuerpo del delito estaba allí, en el centro de la gruta, sobre una gran roca de oro; un pequeño rubí, redondo, un tanto reluciente, como un grano de granada al sol.

El gnomo tocó un cuerno, el que llevaba a su cintura, y el eco resonó por las vastas concavidades. Al rato, un bullicio, un tropel, una algaza¬ra. Todos los gnomos habían llegado.

Era la cueva ancha, y había en ella una claridad extraña y blanca. Era la claridad de los diamantes que en el techo de piedra centelleaban, incrus¬tados, apiñados, en focos múltiples; una dulce luz lo ilumina todo.

A aquellos resplandores podía verse la maravillosa mansión en todo su esplendor. En los muros, sobre pedazos de plata y oro, entre venas de lapislázuli, formaban caprichosos dibujos gran muchedumbre de piedras preciosas. Los diamantes, blancos y limpios como gotas de agua, emergían los iris de sus cristalizaciones; las esmeraldas esparcían sus resplando¬res verdes, y los zafiros, en amontonamientos raros, en ramilletes que pendían del cuarzo, semejaban grandes flores azules y temblorosas.

Los topacios dorados, las amatistas, circundaban en franjas el recinto; y en el pavimento, cuajado de ópalos, sobre la. Pulida ágata, brotaba de trecho en trecho un hilo de agua que caía con una dulzura musical, a gotas armónicas, como las de una flauta metálica soplada muy leve¬mente. El rubí falsificado, estaba ahí, sobre la roca de oro como una profanación entre el centelleo de todo aquel encanto.

Cuando los gnomos estuvieron juntos, unos con sus martillos y cortas hachas en las manos, otros de gala, con caperuzas flamantes y encarna¬das, llenas de pedrería, todos furiosos, se los mostró:

Los gnomos se tiraban de los bigotes; y dieron su opinión después, acerca de aquella piedra falsa, obra de hombre.

— ¡Vidrio!

— ¡Maleficio!

¡Química!

— ¡Pretender imitar un fragmento del iris!

— ¡ El tesoro rojo de lo hondo del globo!

— ¡Hecho de rayos del poniente solidificados! v El gnomo más viejo, andando con sus piernas torcidas, su gran barba nevada, su aspecto de patriarca, su cara llena de arrugas:

— ¡Señores! —Dijo— ¡no sabéis lo que habláis! Todos escucharon.

—Yo, que soy el más viejo de vosotros, puesto que apenas sirvo ya para martillar las facetas de los diamantes; yo, que he visto formarse estos hondos palacios; que he cincelado los huesos de la tierra; que he amasa¬do el oro; yo, el viejo, os referiré cómo se hizo el rubí.

Todos los gnomos rodearon al anciano cuyas canas palidecían a los resplandores de la pedrería, y cuyas manos extendían su movible som¬bra en los muros, cubiertos de piedras preciosas, como un lienzo lleno de miel donde se arrojasen granos de arroz.

—Un día nosotros, los escuadrones que tenemos a nuestro cargo las minas de diamantes, tuvimos una huelga que conmovió toda la tierra, y salimos en fuga por los cráteres de los volcanes.

Yo había salido por un cráter apagado. Ante mis .ojos había un campo extenso. De un salto me puse sobre un gran árbol, una encina vieja. Luego bajé al tronco, y me hallé cerca de un arroyo, un río pequeño y claro donde las aguas charlaban diciéndose bromas cristalinas. Yo tenía sed. Quise beber; y allá entre las espumas, bajo las verdes ramas jugaba un grupo de muchachas hermosas.

—Yo sabía cuál era mi gruta. Con dar un golpe en el suelo, abría la arena negra y llegaba a mi dominio... ¡Vosotros, pobrecillos, gnomos jóvenes, tenéis mucho que aprender!

Bajo los retoños de unos helechos nuevos me escurrí sobre unas pie¬dras y rapté a la más bella, gritó, pero golpeé el suelo y descendimos.

Un día yo martillaba un trozo de diamante inmenso, que brillaba como un astro y que al golpe de mi maza se hacía pedazos.

El pavimento de mi taller se asemejaba a los restos de un sol hecho trizas. La hermosa niña descansaba, en un lecho de cristal de roca, como una diosa.

Pero en el fondo de mis dominios, mi reina, mi amada, me engañaba.

Ella amaba a un hombre, y desde su prisión le enviaba sus suspiros.

Había acabado yo mi trabajo: un gran montón de diamantes hechos en un día; la tierra abría sus grietas de granito como labios con sed, espe¬rando el brillante despedazamiento del rico cristal. Al fin de la faena, cansado, di un martillazo que rompió una roca y me dormí.

Desperté al rato al oír algo como un gemido.

De su mansión más luminosa y rica que las de todas las reinas del Oriente, había volado fugitiva, desesperada, la joven robada. ¡Ay! y queriendo huir por el agujero abierto por mi maza de granito, destro¬zó su cuerpo en los filos de los diamantes rotos. Heridos sus costados, su sangre teñía lentamente de rojo las blancas rocas.. . ¡Oh, dolor!

Cuando el gran patriarca nuestro, el centenario semidiós de las en¬trañas terrestres, pasó por allí, encontró aquella muchedumbre de dia¬mantes rojos que antes no existían.

—¿Habéis comprendido?

Los gnomos, muy graves, se levantaron.

Examinaron más de cerca la piedra falsa, hechura del hombre.

— ¡Mirad, no tiene facetas!

—Brilla pálidamente.

— ¡Falsificación!

...

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