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Cuentos Cortos


Enviado por   •  7 de Abril de 2014  •  1.877 Palabras (8 Páginas)  •  267 Visitas

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La zorra y el león

Había una vez un león hambriento , y queriendo encontrar ocasión para comer, preguntó a la oveja cómo era su aliento. Y la oveja respondió la verdad, diciéndole que muy apestoso. El león, fingiéndose entonces ofendido, le dio un fuerte golpe en la cabeza y la mató diciéndole: - ¡Ahí va! porque no has sentido vergüenza de ofender a tu rey. ¡Ahora recibe eso!

Después preguntó el león lo mismo a la cabra, es decir, si su aliento olía bien. Y la cabra, viendo cuán mal lo había tomado con la oveja, le contestó que su aliento era maravilloso y olía muy bien.

Entonces el león le pegó un fuerte golpe en la cabeza y la mató exclamando: - ¡Ahí va! porque me has adulado con falsedades. ¡Ahora toma eso! Y después hizo aquella misma pregunta a la zorra, pidiéndole cómo tenía el aliento. Pero la zorra se alejó de él, recordando lo mal que les había ido a las otras y le contestó : - ¡ De buena fe, señor , le digo que no le puedo responder a su pregunta, puesto que me hallo resfriada y nada percibo de su aliento !.

Y así se escapó del león. Y los demás animales que se pusieron en el peligro, sin provecho murieron, ya que no supieron evadirse y alejarse de la respuesta.

La tortuga sabia

Era una tortuga que sabía de todo: qué día empezaba la primavera, quién descubrió América, por qué el elefante tenía trompa… y muchas otras cosas más. Sin embargo, el día que cumplió cien años descubrió que no sabía su nombre. Y se puso muy, pero muy triste. Tanto que empezó a llorar con grandes lagrimones…

—De qué me vale saber tanta cosa —se dijo— si no sé cómo me llamo.

Su amigo el tortugo, que había venido a visitarla y a festejar con ella su cumpleaños, quedó asombradísimo. Nunca había visto llorar a una tortuga. Pero en cuanto ésta le contó el motivo, lo comprendió enseguida. Y le aconsejó:

—¿Por qué no te vas de viaje, tortuguita sabia? A lo mejor, preguntando y preguntando, encuentras a alguien que sepa decirte tu nombre.

Así fue como la tortuga preparó su valija y, siempre llorando, se fue por el mundo a averiguar su nombre. Anduvo y anduvo, pero nadie supo informarla. Ni el elefante Elegante, ni la mariposa Rosa, ni el loro Coro.

Al cumplir doscientos años, llegó de vuelta a su casa. El tortugo la estaba esperando con una torta de doscientas velitas. Y un sobre grande, color rosa. Era una carta de la lechuza Fusa, el más sabio de los animales de este mundo; y en ella le anunciaba que su nombre era… ¡Raquelita!

¿Qué contenta se puso la tortuga!

—¡Raquelita!— murmuró

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