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El Ensayo, Un Producto D La Ignorancia


Enviado por   •  25 de Abril de 2013  •  4.016 Palabras (17 Páginas)  •  764 Visitas

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El Ensayo, un producto de la ignorancia

Juan Diego Restrepo

Resumen.

Este trabajo pretende dar cuenta de los conceptos que definen el género Ensayo desde sus orígenes en el marco de un propuesta que relaciona ignorancia, entendida como principio de conocimiento, desde la perspectiva socrática de “sólo sé que nada sé”, con la provocación de las ideas para propiciar diálogos personales entre aquellos que se atreven a ensayar sus conceptos de manera pública.

Nada más notable que la ignorancia para escribir ensayos; es quizás la razón más provocadora para la creación. Nada sé, entonces puedo partir de allí para construir el mundo; claro, a mi manera. Y creo que no digo nada nuevo. Sólo trato de reafirmar, varios siglos después, lo que dijera Miguel de Montaigne, creador del género ensayístico según la posición tradicional de la crítica literaria. En efecto, fue el primero en usar el término, en su acepción moderna, para caracterizar sus escritos, y lo hizo consciente de su arte y de la innovación que éste suponía.

En el ensayo número 50 del Libro Primero, que tituló De Democritus et Heraclitus, da una definición que todavía posee hoy algo más que valor histórico: "Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado desde lejos; y luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración. A veces imagino dar cuerpo a un asunto baladí e insignificante, buscando en qué apoyarlo y consolidarlo; otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y discutido en el que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino está tan trillado que no hay más recurso que seguir la pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se le antoja, y entre mil senderos decide que éste o aquél son los más convenientes. Elijo al azar el primer argumento. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a ninguno contemplo por entero: no declaran otro tanto quienes nos prometen tratar todos los aspectos de las cosas. De cien miembros y rostros que tiene cada cosa, escojo uno, ya para acariciarlo, ya para desflorarlo y a veces para penetrar hasta el hueso. Reflexiono sobre las cosas, no con amplitud sino con toda la profundidad de que soy capaz, y las más de las veces me gusta examinarlas por su aspecto más inusitado. Me atrevería a tratar a fondo alguna materia si me conociera menos y me engañara sobre mi impotencia. Soltando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no se espera de mí que lo haga bien ni que me concentre en mí mismo. Varío cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que es la ignorancia".

Contundente el escritor francés. De ahí que reitere mi posición al respecto: el Ensayo es una producto de la ignorancia. Quien piensa y escribe consciente de la incertidumbre que lo rodea, de las dudas que lo asaltan, de que no sabe, es pues un ensayista. No le cabe la ciencia, las afirmaciones salen de sí, de sus intuiciones, de sus creencias, de sus ideas personales, de sus maneras de ver el mundo, de sentir su entorno. Lo opuesto sería un tratadista.

El escritor español José Ortega y Gasset no ha vacilado en apoyar el concepto de la subjetividad como punto de partida del ensayista: "Se trata, pues, lector, de unos ensayos de amor intelectual. Carecen por completo de valor informativo; no son tampoco epítomes –son más bien lo que un humanista del siglo XVII hubiera denominado salvaciones–. Se busca en ellos lo siguiente: dado un hecho –un hombre, un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un dolor– llevarlo por el camino más corto a la plenitud de su significado. Colocar las materias de todo orden, que la vida, en su resaca perenne, arroja a nuestros pies como restos inhábiles de un naufragio, en postura tal que dé en ellos el sol innumerables reverberaciones".

Esta "definición" que ofrece Ortega y Gasset, tres siglos después de que Montaigne diera la suya, sigue siendo fundamentalmente la misma. La forma, el contenido, ha evolucionado; la esencia del ensayo es, sin embargo, aquella que Montaigne proporcionó.

Una disputa inicial.

El ensayo moderno, pues, data de 1580, fecha en que apareció la primera edición de los Essais. Dentro del mismo siglo XVI, en 1597, comenzarían a publicarse los primeros ensayos de Francis Bacon. Con ambos escritores quedan fundamentados los pilares del nuevo género literario y se concede a éste su característica más peculiar: el Ensayo es inseparable del ensayista. Por ello desde entonces, excepto en raras aunque notables ocasiones, se hablará de ensayistas y no de tal o cual ensayo. Si comparamos un ensayo cualquiera de Montaigne –Des menteurs, por ejemplo– con otro semejante de Bacon –Of Truth– se observa que mientras Montaigne lo basa en vivencias, Bacon lo hace en abstracciones. El ensayo de Montaigne gana en intensidad, el de Bacon en orden. El primero es más natural, el segundo más artístico. El primero intensifica lo individual, el segundo lo prototípico. En Montaigne, en fin, domina la intuición poética, en Bacon la retórica.

Así, desde sus comienzos, Montaigne y Bacon representan dos opuestas posibilidades de ensayo, que profetizan el futuro individualista del género: el ser de Montaigne está en sus ensayos, tanto como el de Bacon en los suyos. Unos y otros son exponentes de sus personalidades y preocupaciones.

Que se consideren a Montaigne y, en cierto modo, a Bacon creadores del ensayo moderno, no impide, sin embargo, el poder rastrear los orígenes del estilo ensayístico en la época clásica. Ya Bacon disputó a Montaigne la originalidad que éste se atribuía, al señalar explícitamente: "La palabra es nueva, pero el contenido es antiguo. Pues las mismas Epístolas a Lucilio de Séneca, si uno se fija bien, no son más que ensayos, es decir, meditaciones dispersas reunidas en forma de epístolas".

En efecto, tanto en los Diálogos de Platón como en las Epístolas a Lucilio de Séneca (las más cercanas al ensayo actual), en las Meditaciones de Marco Aurelio, en las Obras Morales o Vidas paralelas de Plutarco, se pueden encontrar los gérmenes de las que después llegarán a

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