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Lluvia De Ideas Sobre La Importancia De Conocer El Significado De Los Conceptos Para La Comprension De Lectora


Enviado por   •  23 de Octubre de 2013  •  1.696 Palabras (7 Páginas)  •  820 Visitas

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Los primeros Dioses

Los primeros dioses. Existía un dios llamado Tonacatecuhtli, este tenía 4 hijos con una diosa llamada Tonacacihuatl. Los 4 hijos de estos dioses serian conocidos en la tierra como los primeros dioses, los creadores del mundo y por tal motivo serian adorados por muchos.

El primer dios era Tlantlauhqui, el segundo Tezcatlipoca, Quetzalcóatl fue el tercero, por último estaba Huitzilopochtli quien había nacido sin carne. Cuando los dioses eran mayores se reunieron para discutir el rumbo del universo, en su gran sabiduría decidieron crear a la tierra y al hombre.

Los deseos de los dioses rápidamente se cumplieron, ellos habían creado un nuevo mundo lleno de personas las cuales los adoraban. Aunque algunas más que a otros. Estos 4 primeros dioses se encargaron de crear más para poder proteger y ayudar a las personas las cuales necesitaban ayuda con su nuevo mundo.

 

Diosa Afrodita. La diosa afrodita era la diosa del amor y la belleza, pero también de la pasión.

Afrodita nació cuando el rey del tiempo Cronos, corta los genitales de su padre Urano y los arroja el mar para que este no procreara más hijos y por tal motivo Cronos no tendrían rival alguno.

Después de un tiempo de entre las olas nace una bella y atractiva diosa, esta era producto de las olas mezcladas con la sangre del dios Urano. Cronos al percatarse decide no intervenir para evitar que Afrodita llegue al cielo.

Mientras Afrodita vagaba por el mar los vientos la llevaran hasta Citera, donde las Horas la vistieron y la educaron, Esto le sirvió a la diosa para convertirse en una verdadera diosa del amor, lo que la ayudo a enamorar.

LA LLORONA 

Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del siglo XVI, los vecinos de la ciudad de México que se recogían en sus casas a la hora de la queda, tocada por las campanas de la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando había luna, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda, honda pena moral o tremendo dolor físico. 

Las primeras noches, los vecinos contentábanse con persignarse o santiguarse, que aquellos lúgubres gemidos eran, según ellas, de ánima del otro mundo; pero fueron tantos y repetidos y se prolongaron por tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados, quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era aquello; y primero desde las puertas entornadas, de las ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir por las calles, lograron ver a la que, en el silencio de las obscuras noches o en aquellas en que la luz pálida y transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las altas torres, los techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos. 

Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada noche distintas, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo lamento; puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo, al llegar a orillas del salobre lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos barrios, como una sombra se desvanecía. 

"La hora avanzada de la noche, - dice el Dr. José María Marroquí- el silencio y la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de aquella mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su gemido, que daba siempre cayendo en tierra de rodillas, formaba un conjunto que aterrorizaba a cuantos la veían y oían, y no pocos de los conquistadores valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte, quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de mármol. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer en llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba, se le dio el nombre de La Llorona." 

Tal es en pocas palabras la genuina tradición popular que durante más de tres centurias quedó grabada en la memoria de los habitantes de la ciudad de México y que ha ido borrándose a medida que la sencillez de nuestras costumbres y el candor de la mujer mexicana han ido perdiéndose. 

Pero olvidada o casi desaparecida, la conseja de La Llorona es antiquísima y se generalizó en muchos lugares de nuestro país, transformada o asociándola a crímenes pasionales, y aquella vagadora y blanca sombra de mujer, parecía gozar del don de ubicuidad, pues recorría caminos, penetraba por las aldeas, pueblos y ciudades, se hundía en las aguas de los lagos, vadeaba ríos, subía a las cimas en donde se encontraban cruces, para llorar al pie de ellas o se desvanecía al entrar en las grutas o al acercarse a las tapias de un cementerio. 

La tradición de La Llorona tiene sus raíces en la mitología de los antiguos mexicanos. Sahagún en su Historia (libro 1º, Cap. IV), habla de la diosa Cihuacoatl, la cual "aparecía muchas veces como

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