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AGUSTIN DE HIPONA


Enviado por   •  30 de Abril de 2013  •  1.673 Palabras (7 Páginas)  •  303 Visitas

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AGUSTÍN de Hipona

Agustín, considerado el más grande entre Los Padres de la Iglesia y uno de los filósofos cristianos más importantes de todos los tiempos, nació en el año 354 en la ciudad de Tagaste, en la provincia romana de Numidia (hoy Argelia, en el norte de África). Su padre era pagano y su madre cristiana (santa Mónica).

Estudió Retórica en Cartago. Allí cayó en sus manos el Hortensius de Cicerón, que contenía una exhortación a dedicarse a la Filosofía. “El libro cambió las intenciones de mi corazón —dice Agustín—. De repente se marchitaron para mí todas las vanas esperanzas, con increíble fervor del corazón anhelé una sabiduría incorruptible.” Comenzaba así su largo camino de búsqueda interior, camino que lo llevaría en primer lugar al maniqueísmo.

Entre los quince y los treinta años convivió con una mujer con la que tuvo un hijo (Adeodato) en el 372.

Ya distanciado del maniqueísmo, marchó a Roma, donde trabajó como maestro de Retórica. Allí entró en contacto con el escepticismo de la Academia de su tiempo y con el epicureísmo. Se trasladó luego a Milán, donde comenzó a frecuentar las homilías del obispo Ambrosio (luego san Ambrosio), para deleitarse y aprender de su afamada retórica. Leyó por esta época las Enéadas de Plotino y comprendió que más allá de este mundo material había otro ideal y que, contra lo que afirmaban los maniqueos, Dios debía ser inmaterial.

Según cuenta él mismo, un día creyó escuchar una voz de niño que le decía: «Toma y lee.» Interpretó que Dios le estaba pidiendo que tomara la Biblia y la leyera, y así lo hizo. La abrió y leyó el primer pasaje que apareció ante sus ojos: “[…] nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (Rom. 13, 13-14). A partir de ese momento abrazó el cristianismo. Neoplatonismo y cristianismo se constituyeron en las dos fuentes principales de su pensamiento.

El propio Ambrosio lo bautizó en el año 387. A este período corresponden sus primeras obras. Al año siguiente murió su madre (su padre ya había fallecido en 371) y en 388 regresó a su ciudad natal, donde fundó un monasterio, continuando, a su vez, con su labor de escritor.

Fue ordenado sacerdote en 391 y obispo de Hipona en 396. Le tocó ser pastor de la Iglesia en una época difícil, en lo que se refiere a la política. En el plano político, el Imperio se desmoronaba y sufría invasiones que llegaban hasta la mismísima ciudad de Roma. En el plano religioso, distintas herejías confundían a los fieles y dividían a la Iglesia. Entre estas últimas se destacan el maniqueísmo, que el propio Agustín siguió en su juventud, con su afirmación de que hay dos principios igualmente poderosos, uno del bien y otro del mal, doctrina de origen persa que se presentaba con un ropaje cristiano; y el pelagianismo, que negaba la doctrina del pecado original. Estas discusiones le permitieron desarrollar sus doctrinas sobre el pecado original, la gracia divina y la libertad humana. Agustín murió en Hipona, en el año 430, durante la invasión de los vándalos.

Entre sus obras se destacan Contra académicos, contra el escepticismo de la Academia nueva (386); De beata vita, sobre la vida feliz (386); De ordine, sobre el orden de las cosas y el mal (386); Soliloquia, sobre el conocimiento y la inmortalidad (386-387); De libero arbitrio, sobre la libertad y el mal -contra los maniqueos- (388-395); De magistro, sobre la educación (399); Confesiones, donde realiza una introspección de una profundidad inigualable (387-401); De trinitate, sobre la relación entre la razón y la fe, y el misterio trinitario (400-416); De civitate Dei, sobre la ruina del Imperio, el cristianismo y la Historia (413-426).

Al dejar el maniqueísmo, Agustín pasó por un período de escepticismo. No creía que el hombre pudiera llegar a la verdad y consideraba más bien que sólo era capaz de emitir opiniones probables. Pero encontró la superación del escepticismo en los datos de conciencia, inmediatamente evidentes, lo que lo acerca a Descartes y a Husserl. “¿Duda alguien de que vive, de que recuerda; de que conoce, quiere, piensa, sabe y juzga? Pues si duda, vive… Podrá alguien dudar acaso sobre lo que quiere, pero de esta misma duda no puede dudar.” Incluso “si me engaño, existo”, y de ello no cabe dudar.

Agustín entendía que la verdad era eterna y necesaria. Y a estas características sólo respondían los contenidos ideales (como 2 + 2 = 4), pero no el conocimiento de las cosas obtenido a través de los sentidos, que es siempre particular y circunstancial. Por eso no creía que los sentidos fueran la fuente del conocimiento. Incluso afirmaba que la experiencia sensible es posible porque el alma la guía con sus reglas e ideas. Así, por ejemplo, necesitamos el conocimiento de lo uno para percibir lo múltiple,

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