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EL ALMA VISTA DESDE UN CALABAZO


Enviado por   •  27 de Octubre de 2012  •  7.323 Palabras (30 Páginas)  •  889 Visitas

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EL ALMA DE AMÉRICA VISTA EN UN CALABAZO

Por su ignorancia del cristianismo, de la escritura, del dinero, del hierro, de la rueda, de la pólvora, de la monogamia, de muchas plantas y animales, los indios aparecieron como bárbaros ante los españoles. Por su destrucción de andenes, caminos, terrazas, templos, ciudades, graneros y tributos; por su ra¬piña, su crueldad, su lascivia y hasta su superioridad guerrera, los españoles aparecieron como bárbaros ante los indios.

Jorge Basadre.

EN EL SIGLO XV NADIE DESCUBRIÓ LA AMÉRICA

La afirmación de que los españoles descubrieron la América a finales del siglo XV y principios del XVI es inexacta y se funda en el vocabulario que por rutina heredamos de quienes se han consagrado a la tarea de escri¬bir lo que en el lenguaje figurado solemos llamar "Libros de historia". Si digo que no hubo tal descubrimiento, no lo hago porque en este momento me preocupen ni las excursiones que practicaron los mongoles entrando por Alaska diez o veinte siglos antes que los españoles, ni las posibles invasiones de los polinesios que pudieron llegar a la costa de Chile, ni las naves escan¬dinavas que seguramente tocaron los bordes de Groenlandia en los tiempos de Erik el Rojo. Me refiero al espíritu mismo del viaje de Colón, al hecho de que no es posible considerar como descubridores a quienes, en vez de levan¬tar el velo de misterio que envolvía a las Américas, se afanaron por esconder, por callar, por velar, por CUBRIR todo lo que pudiera ser una expresión del hombre americano.

Entre la posición que adopta el investigador de nuestro tiempo frente a lo desconocido, y la que adoptaba el hombre del siglo XV, hay dos crite¬rios que se oponen fundamentalmente. Nuestra curiosidad se dirige a bus¬car el alma de las cosas; nosotros no tenemos la pretensión de hacer que el negro o el amarillo o el piel roja se expresen a nuestro modo; sólo queremos conocer el proceso espiritual que se produce en las razas que no nos son cer¬canas para formarnos una idea más universal del hombre y cerciorarnos de que el ser humano es múltiple en la manera de manifestarse. Para que se vea hasta dónde esta actitud difiere de la de los pretendidos descubridores de la América, bastaría detenerse a pensar lo que haría uno cualquiera de nosotros que fuese a descubrir un mundo en este propio instante en que vivimos. Yo pienso, por ejemplo, en un sector escondido de la ciudad en donde me encuentro, en una barriada pobre que, no por estar a diez pasos de las calles principales, deja por eso de ser un mundo totalmente desconocido para nosotros, los caballeros de cuello limpio. Se albergan allí mujeres de las que llamamos de mala vida, y grupos de obreros mal pagados y peor educa¬dos, que se emborrachan el sábado y dejan para el domingo esa huella de sangre de que hablan los periódicos el lunes. Hay familias desventuradas, perros en las aceras, puercos en los solares y grupos de comunistas que suel¬tan su lengua los domingos en tribunas improvisadas. Si a mí me da la gana descubrir lo que hay en el fondo de esta barriada, no me presento como un conquistador para imponer mis maneras, mi idioma, mi religión y mis gus¬tos. Todo lo contrario. Como una sombra me arrastraré contra las paredes, acallaré mis voces, abriré mucho los ojos del cuerpo y más aún los del alma, pondré el oído en acecho, me sentaré con los borrachos en la taberna, entra¬ré a la casa de las vagabundas, iré buscando la imagen espiritual de los veci¬nos hasta tener de ella la copia más fiel.

Pensemos ahora en lo que querían los españoles de América. Cuando ellos llegaron, había aquí una civilización que yo considero en muchos as¬pectos superior a la que existía en la península. Del fondo de los lagos emer¬gían ciudades gigantescas, como en México; sobre el lomo de los Andes, la mano de los hombres había puesto esa estrella de piedra de las cuatro calza¬das que arrancaban del Cuzco y ataban las más distantes provincias de los incas; el comercio empezaba a tender hilos que iban desde Alaska hasta Ve¬nezuela; las religiones habían alcanzado a labrar la imagen de sus dioses en estatuas y pirámides que todavía se conservan y que empiezan a descubrirse en las regiones mayas, en San Agustín, en Tiahuanaco, en Machu - Picchu, en la Isla de Pascua. Todo esto vino a ocultarlo el español. En primer térmi¬no, ante sus propios ojos; y luego, ante los ojos del resto del mundo. Hay que ver cómo hasta las relaciones literarias de América se ocultaron en los Archivos de Indias, para que no llegaran a conocimiento de los europeos. Era la actitud natural de aquellos tiempos. Antes de venir a América, en la víspera del viaje de Colón, el mismo signo fatídico de los antidescubri¬dores había guiado a los reyes de España, victoriosos de los moros en la toma de Granada. Supongo a mis lectores informados acerca, por ejemplo, de la obra de Carlos V en los palacios árabes. Allí ocurrió en toda su materialidad el "cubrimiento" de que vengo hablando. El piadoso emperador, para adaptar a sus necesidades los palacios que habían sido de los moros, cubrió la orna¬mentación de los palacios —hecha en ese estuco fabricado con polvo de már¬mol y que sólo conocieron los árabes—, en donde se perpetuaban versículos del Corán, cubrió todo el arte del pueblo vencido, con argamasa, y sepultó para cuatro siglos la más fina expresión de aquel pueblo de poetas y gusta¬dores de la vida. Apenas ahora empiezan los descubridores a ver si es posible desenterrar la gracia que enterró el ilustre rey don Carlos.

¿Por qué el conquistador iba a ser descubridor? Descubrir y conquistar son dos posiciones opuestas en el hombre. Descubrir es una función sutil, desinteresada, espiritual. Conquistar es una función grosera, material, sensual. Yo advierto diferentes categorías entre los hombres que trajeron las naves españolas. Creo que hubo descubridores entre los estudiantes que venían por curiosidad a conocer el nuevo mundo. Creo que entre los cronistas no faltaron —como ya lo he dicho— sociólogos y observadores. Pero esos estudian¬tes y cronistas fueron eclipsados por los ricos negociantes, por los frailes y por los oficiales de la corona, en quienes no puede hallarse nada distinto del simple conquistador. Por este motivo el siglo XVI, que es el siglo en donde empieza con propiedad a verse la gran empresa española en América, puede considerarse como el siglo del cubrimiento del nuevo continente. De esa fe-cha en adelante, el alma de América se esconde, las manifestaciones suyas i se ocultan, y pasarán siglos —dos, tres, cuatro, quizás cinco— antes de que resurjan nuestras naciones para expresarse con entera libertad.

EL PROCESO DEL CUBRIMIENTO

¿Qué

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