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La Carta Del Seattle


Enviado por   •  9 de Marzo de 2013  •  710 Palabras (3 Páginas)  •  446 Visitas

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Cada día el planeta Tierra se puebla más y se hace más frágil y pequeño. La humanidad crece y crece poniendo en peligro su equilibrio y supervivencia de un modo casi inexorable. La Tierra es nuestra gran casa, porque todos vivimos en ella: sin embargo, algunos apenas si podemos verla ya que nuestras otras casas, las pequeñas, nos la ocultan. Hemos construido tantas ciudades colmenas y tan grandes que, a veces, no somos capaces de ver el paisaje en el que vivimos.

Es posible que nuestra cultura haya perdido mucho del sentido de la Tierra. Ya lo dice el refrán: "¡Ojos que no ven, corazón que no siente!". Otros pueblos que vivían más en contacto con ella, con sus elementos naturales, el río, los bosques, las montañas, las praderas, el mar, el viento, las estrellas... han sido capaces de sentirla con mucha más profundidad.

REFLEXIONES

Esta carta del Jefe Seattle es. además de una joya literaria injustamente olvidada, una profesión de fe y un código ético de admirable profundidad. Por ello no merece convertirse en mero objeto de debate y discusión. Exige erigirse en tema de meditación y reflexión.

Algunas pistas para encauzar estos filones ricos de pensamiento pueden ser:

- La primera frase, que se reiterará en el texto, resume el principio fundamental. Todo está enlazado. La vida sobre la tierra forma una trama continua, en la que todo es interdependiente, nosotros también formamos parte de esta trama.

• La sola idea de comprar o vender la tierra resulta sorprendente ¿Cómo puede pertenecer a alguien lo que es de todos? No sólo de los vivos, también de los muertos. No sólo de los hombres, también de los demás seres vivientes. No sólo es de todos, sino que todos somos la Tierra.

- La tierra es sagrada, porque ella es la memoria de nuestros antepasados. Los hombres pasan, pero los lugares permanecen y fueron los testigos de sus hechos.

- Todos somos parte de lo mismo. Hay una hermandad universal entre los hombres, los seres vivos y los inanimados. Los ríos son nuestros hermanos ...

• El hombre blanco no lo siente así. Los reproches son contenidos y emocionados, pero certeros y terribles. Hay un premonición sorprendente para estar hecha en 1854, pero que hoy encuentra ya defensores abundantes: "Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto.

- Las ciudades del hombre blanco no son envidiables, causan pena porque impiden vivir la vida.

El hombre blanco no puede apreciar lo mejor que ofrece la vida. No puede escuchar los pájaros; no es capaz de sentir el aire, el aire que es el aliento que todos los seres respiramos.

• Si les vendemos las tierras deben conservarlas como cosa aparte y sagrada. Deben respetar a los animales, deben respetar el suelo. La Tierra no' es del

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