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Metafisica, Resumen De Los Dos Primeros Capitulos


Enviado por   •  19 de Diciembre de 2013  •  5.402 Palabras (22 Páginas)  •  674 Visitas

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I

Hay, según Aristóteles, dos maneras de conocer, la experiencia y la ciencia; la experiencia, que nos revela los hechos, y la ciencia que demuestra y enseña la razón de los hechos, su causa y su principio. La ciencia tiene grados. En primera línea se coloca, hasta por la opinión vulgar, la especulación pura. La ciencia, a la que debe dedicarse el hombre sólo por ella misma, independientemente de todo resultado práctico, y cuyo fin no es la utilidad ni el placer, tiene ciertamente un valor propio que no tienen las artes ni los oficios. En fin, si a los grados de la existencia [14] corresponden siempre los del conocimiento, la ciencia especulativa por excelencia es la ciencia de las primeras causas y de los primeros principios. Ahora bien, esta es la Filosofía en sí misma, la Ciencia de la verdad, la Ciencia del ser, la Teología, porque estos son los nombres que Aristóteles da sucesivamente a lo que nosotros llamamos Metafísica.

Después de haber desenvuelto de un modo admirable esta idea de la supremacía absoluta de la filosofía, después de haber demostrado que este ventajoso juicio nace de la opinión que se forma comúnmente de la filosofía y de los filósofos, Aristóteles pregunta cuáles son estos primeros principios, estas primeras causas, objeto de la ciencia que se propone tratar. Hay en su opinión cuatro causas primeras, cuatro principios primeros:

La sustancia,

La forma,

El principio del movimiento,

La causa final

En efecto, bajo las diversas modificaciones que presenciamos, concebimos algo que persiste; hay, por ejemplo, una sustancia única invariable bajo la variabilidad de los fenómenos del alma. Pero esta sustancia no existe en el estado de sustancia pura sin forma, sin cualidades; porque no sería entonces más que una abstracción, y sólo el pensamiento puede separar la forma de la sustancia. A la sustancia es preciso, por consiguiente, unir la forma, como segundo principio, y por forma Aristóteles no entiende sólo lo redondo o lo cuadrado, sino que entiende por ella la esencia misma de los seres, lo que los hace ser lo que son. La forma del hombre no la constituyen los brazos, las piernas, una cabeza dispuesta de tal o cual manera; consiste en el alma, en aquello que hace que sea un ser racional, en aquello que le distingue de los animales. Hay, pues, seres, sustancias, no sustancias abstractas sin atributos ni cualidades, sino sustancias realizadas, sustancias, ya pensadoras, ya materiales, con tal forma o tal cualidad. Pero no por esto se da una explicación del universo, aunque se haya referido todo él a estos dos principios, porque si sólo existiesen la forma y la sustancia, el mundo sería un teatro sin vida, y todo permanecería en una perpetua inmovilidad. Cada ser se daría en él con su forma y su sustancia, pero inerte, sin acción sobre sí mismo, sin poder mudar su manera de ser, siendo eternamente lo que era en un principio. No es esto el mundo que tenemos a la vista, no es esto el hombre que forma parte del mundo. Todo cambia; una transformación sucede a otra; el hombre sucede al hombre, la planta a la planta, y un eterno movimiento anima a todo el universo. La naturaleza no se ha dado a sí misma el movimiento; no puede decirse (sirviéndonos del ejemplo de que en alguna parte de su obra se sirve Aristóteles), que el hombre ha sido puesto en movimiento por el aire, el aire por el sol, el sol por la Discordia y así hasta el infinito{3}, sino que es absolutamente necesario elevarse a la [15] concepción de un primer motor, inmóvil y causa eterna de todo movimiento; y este motor único es Dios. Por último, si estudiamos la naturaleza, veremos que nada es obra del acaso, que todo tiene un fin, porque la razón nos dice, que todo movimiento debe tener una dirección, un fin. Este fin es un cuarto principio. La causa final, como se la llama, es el bien, el bien de cada ser, el bien del universo, el bien absoluto, que es Dios bajo otro punto de vista.

Tales son los principios fundamentales de la ciencia, siendo evidente, que ni existe una serie infinita de causas ni una infinidad de especies de causas. Es preciso fijarse necesariamente en las causas primeras, que no tienen otra razón de ser que ellas mismas. El pensamiento necesita de un punto de parada, de un punto fijo{4}; la ciencia sólo es posible con esta condición.

Deberemos observar al llegar aquí, que si bien es cierto que la inteligencia se eleva a la noción de estas cuatro causas, que bastan para explicar el universo, siendo inútil recurrir a un mayor número de ellas, no lo es menos que la ciencia no se para aquí. No basta haber sentado, por una parte, la existencia de la materia y de la forma, la existencia de los individuos, y, por otra, el principio eterno, causa de todo movimiento y de todo bien; es preciso combinar estos principios, generalizar y elevarse a esa unidad a que aspira la ciencia, fuera de la cual no se encuentra esa armonía, que es la única que puede satisfacer a la razón. Conforme al pensamiento de Aristóteles, la materia y la forma son eternas; son principios independientes, y en este concepto la materia es Dios lo mismo que él es el motor eterno. Si, como él dice, la planta produce la planta, si el hombre engendra al hombre, ¿cuál es la relación de estas existencias individuales con la causa primera de todo movimiento, toda vez que la cadena de las producciones no puede continuar hasta el infinito? ¿Es Dios solo el organizador de una materia eterna independiente de su propia sustancia? Este es el resultado que ofrece el estudio de la Metafísica de Aristóteles. Faltaba sólo, por tanto, identificar la forma con el pensamiento eterno, la materia con la forma, y elevarse o la idea de un Dios creador, causa y sustancia de todo lo que existe. Sólo en este punto se encuentra la unidad y la verdadera conciliación de todas las contradicciones. Quizás Aristóteles vislumbró este adelanto; algunas páginas del libro XII dan lugar a sospecharlo. Sin embargo, no expresó esta idea con claridad, y preciso es confesar que este abismo no tocaba a la antigüedad el salvarlo.

Aristóteles no habrá generalizádolo bastante, pero por lo menos no olvida ninguno de los hechos de la ciencia; y si al admitir un crecido número de causas ha podido rodear de alguna oscuridad cuestiones importantes, estas cuestiones subsistirán, y no se ha cerrado el paso para que las resuelvan los siglos futuros. Por lo demás, esto no ha podido embarazarle para [16] hacer la crítica de los sistemas. Los filósofos anteriores tampoco trataron de realizar esta conciliación, y bajo otro punto ele vista era mucho menos completa su obra. Platón admitió la existencia eterna de la materia, o por mejor decir, omitió (tal es

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