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Mito De La Caverna - Platón


Enviado por   •  6 de Abril de 2015  •  499 Palabras (2 Páginas)  •  224 Visitas

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“Imagínate una caverna subterránea, que dispone de una larga entrada para la luz a todo lo largo de ella, y figúrate unos hombres que se encuentran ahí ya desde la niñez, atados por los pies y el cuello, de tal modo que hayan de permanecer en la misma posición y mirando tan sólo hacia delante, imposibilitados como están por las cadenas de volver la vista hacia atrás. Pon a su espalda la llama de un fuego que arde sobre una altura a distancia de ellos, y entre el fuego y los cautivos un camino situado en alto flanqueado por un muro, semejante a los tabiques que se colocan entre los charlatanes y el público para que aquellos puedan demostrar, sobre ese muro, las maravillas de que disponen.

- Ya me imagino eso, dijo.

- Pues bien, observa ahora a lo largo de ese muro unos hombres que llevan objetos de todas clases que sobresalen sobre él, y figuras de hombres o de animales, hechas de piedra, de madera y de otros materiales. Es natural que entre estos portadores unos vayan hablando y otros pasen en silencio.

- ¡Extrañísimas imágenes describes, y extraños son también esos prisioneros!

- Sin embargo, son semejantes en todo a nosotros, observé. Porque, ¿crees en primer lugar que esos hombres han visto de sí mismo o de otros algo que no sean las sombras proyectadas por el fuego de la caverna, exactamente enfrente de ellos?”.

(PLATÓN, República, VII, 514ª)

Las sombras de la caverna es una novela de Jesús Carazo que narra la historia de Rubén, un joven de 20 años obsesionado por las imágenes de la televisión. Rubén vive como los prisioneros de la caverna de Platón, y ha tomado las imágenes de la pequeña pantalla como si fueran la auténtica realidad:

“Una tarde, alguien les habló en clase del mito platónico de la caverna y Rubén comprendió que él formaba parte de aquellos patéticos prisioneros condenados a permanecer durante toda su vida cara a la pared. La única diferencia era que los dioses de la Grecia antigua sólo dejaban que los hombres percibieran sombras, siluetas, vislumbres de la “verdadera realidad”; los del siglo veinte, en cambio, permitían que todo el mundo la viese allí cerca, al otro lado de la pantalla dotada de brillantes colores, pero igualmente deliciosa e inalcanzable. (...)

A las diez y diez, cuando sonaba el último timbre, salía deprisa de aquel viejo edificio y atravesaba corriendo las tenebrosas galerías de la noche – la explanada solitaria, la avenida repleta de automóviles petrificados, la placita absolutamente terrorífica que delimitaban los bloques de ladrillo, por los que se entraba a su casa- y llegaba por fin al comedor de muebles oscuros donde todos los miembros de su familia –prisioneros también de la caverna- miraban en silencio hacia un cristal luminoso y parpadeante a través del cual podía

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