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Reconocimieno Como Ideología


Enviado por   •  6 de Agosto de 2012  •  2.418 Palabras (10 Páginas)  •  380 Visitas

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Entrevista con Axel Honneth

Texto Daniel Gamper

“Nunca ha habido tantos intelectuales como ahora”

En su visita a Barcelona, invitado por el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB) dentro del ciclo “Impureses. Apunts sobre la condició humana”, Axel Honneth impartió una conferencia con el título “Reconocimiento y desprecio. Sobre la fundamentación normativa de una teoría de la sociedad”. En su presentación abundó en la transición operada en la filosofía política de las últimas décadas, una transición que en parte ha sido influida por su propia labor como filósofo.

Según el profesor Honneth, la discusión académica filosófico-política ha modificado su foco de atención. Hace más de tres décadas el énfasis se ponía en la redistribución como forma de reducir la desigualdad social. El problema que suscitaba la indignación moral y que, por tanto, instigaba el debate filosófico, era la distribución desigual de los bienes y de las oportunidades, una distribución considerada injusta dado que no obedecía a la lógica de los méritos. Para reparar esta injusticia se requería una reparación en forma de redistribución. Pero en los años ochenta se operó una modificación que puso en el centro de la reflexión, sustituyendo a la redistribución, el concepto de “reconocimiento”. Este cambio supuso que la solución no se viera exclusivamente en términos de redistribuir los bienes que estaban repartidos de manera arbitrariamente injusta. Lo que importaba pasaba a ser el reconocimiento de la dignidad dañada de las personas y de los grupos minoritarios. No se trata, en este nuevo paradigma, de redistribuir los bienes y las oportunidades, sino de garantizar que la dignidad de las personas sea respetada.

El pensamiento de Axel Honneth está íntimamente vinculado con la denominada Escuela de Frankfurt, ciudad en cuya universidad ejerce como catedrático. Desde hace años se habla de él como del representante más aventajado de la tercera generación de la Escuela, es decir, como heredero de la tradición moderna iniciada con Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, y proseguida por Jürgen Habermas, maestro y mentor del propio Honneth. Tras su paso por la Freie Universität Berlin, volvió hace unos años a Frankfurt, donde dirige el Instituto de Investigaciones Sociales (Institut für Sozialforschung) que ofreció el caldo de cultivo de los filósofos citados y de otros, como los influyentes pensadores de los años sesenta Herbert Marcuse y Erich Fromm. Lo que caracterizó a todos ellos era una percepción de la situación social, que analizaban y sobre la que querían influir, como un estado de negatividad social. El problema que los unía no era la injusticia social, sino las barreras interpuestas al despliegue de la vida buena. El vocabulario que utilizaron y las expresiones con las que han pasado a la posteridad ilustran el punto de vista metodológico que adoptaron así como la fuerza evocativa con que se propagaron hasta nuestros días. Basta recordar conceptos como “organización irracional” (Horkheimer), “mundo administrado” (Adorno), “sociedad unidimensional” o “tolerancia represiva” (Marcuse) y “colonización del mundo de la vida social” (Habermas). La sociedad descrita en estos términos es deficiente porque no permite la verdadera autorrealización de los individuos, que sólo encuentran obstáculos para devenir en lo que desean ser. El déficit que observan estos autores es de razón social: las vidas están dañadas y no encuentran cura posible debido a la falta de racionalidad, siguiendo en esto el argumento hegeliano que, con el tiempo, los propios autores de la Escuela de Frankfurt modificarían. El énfasis en la emancipación a pesar de las deformaciones de la racionalidad social sigue siendo el hilo conductor de los actuales herederos de la teoría crítica.

Profesor Honneth, en su libro Patologías de la razón. Historia y actualidad de la Teoría Crítica (Katz, 2009), escribe usted sobre el papel de los intelectuales en el panorama actual. ¿Qué lo motivó?

Mis reflexiones sobre los intelectuales y el papel que deben desempeñar en los debates políticos están motivadas por el hecho de que en mi país, la República Federal Alemana, cada cuatro años más o menos, se discute sobre si tenemos o no intelectuales. Este debate me pone muy nervioso, justamente porque se repite una vez tras otra.

¿Cuál es el lugar específico de los intelectuales en los medios actuales?

No es verdad que los intelectuales hayan desaparecido. Nunca ha habido tantos como ahora. Los intelectuales se encuentran en puestos de responsabilidad, escriben en los buenos periódicos, yo mismo participo a menudo en los debates de actualidad. Se trata de un fenómeno propio de nuestra época en la que un porcentaje mucho mayor de personas ha accedido a la educación superior, lo cual ha llevado a que los intelectuales accedan a los medios de comunicación de masas, pudiendo ejercer una influencia que no tenían antes. Sin embargo, pienso que el filósofo que habla en público sobre asuntos públicos debe trascender el quehacer de los intelectuales tal y como los he descrito. El filósofo que participa en la deliberación debe aportar las herramientas específicas de su disciplina, lo que le lleva a cuestionar su propia legitimidad, a poner en duda el medio en el que colabora, los problemas a los que supuestamente debe reaccionar, el orden del día político. El filósofo trasciende de este modo las tareas tradicionalmente atribuidas a los intelectuales, ya que se pregunta por los presupuestos ocultos, los conceptos siempre aceptados, los puntos de vista considerados obvios, etcétera.

Su pensamiento está ya conectado de manera ineluctable con el concepto de reconocimiento, en concreto con la lucha por el reconocimiento que no es únicamente el título de uno de sus libros, sino tal vez uno de los conceptos clave alrededor del cual se estructura toda su obra.

Dicho de manera breve: la lucha por el reconocimiento traslada el centro de la reflexión de la eliminación de las desigualdades a la evitación del desprecio. Pero no me detengo ahí, sino que mi intención es pensar ambos movimientos al unísono.

¿Se trata entonces de reconocer las identidades dañadas de las personas? ¿De incentivar una política de la identidad?

No es esa la visión que tengo de la lucha por el reconocimiento. En realidad, lo que me preocupa últimamente es el hecho de que la lucha por el reconocimiento ha sido entendida de manera casi exclusiva como una lucha por el reconocimiento

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