ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Jorge Elieser Gaitan


Enviado por   •  9 de Febrero de 2014  •  4.792 Palabras (20 Páginas)  •  349 Visitas

Página 1 de 20

Oleñka, la hija del asesor de colegio retirado Plemiannikov, estaba sentada, pensativa, en un peldaño del pórtico, en el patio de su casa. Hacía calor, las moscas insistían en molestar y resultaba agradable pensar que la noche ya estaba cerca.

Desde el este avanzaban oscuras nubes y, de vez en cuando, llegaba una brisa húmeda.

De pie, en medio del patio, mirando al cielo, estaba Kukin, empresario del parque de diversiones Tívoli, quien se hospedaba en un pabellón de la casa.

—¡Otra vez! —decía con desesperación—. ¡Otra vez habrá lluvia! ¡Todos los días llueve, todos los días! Como si fuera a propósito… ¡Es la muerte! ¡Es la ruina! ¡Todos los días tengo tremendas pérdidas!

Agitó los brazos y prosiguió, dirigiéndose a Oleñka:

—Ya ve usted, Olga Semionovna, cómo es nuestra vida. ¡Es para llorar! Uno trabaja, se afana, sufre, no duerme de noche, pensando en la manera de mejorar las cosas y todo ¿para qué? Por un lado, es el público, ignorante y salvaje. Le doy la mejor opereta, la magia, excelentes cupletistas, pero ¿le interesa eso acaso? ¿Lo entiende acaso? No, lo que el público necesita es un teatro de feria. ¡Quiere vulgaridades! Por otro lado, mire usted el tiempo. Casi todas las noches llueve. Desde que empezó, el diez de mayo, siguió lloviendo sin parar todo el mes de mayo y luego también en junio, ¡es algo terrible! El público no viene, y sin embargo el arrendamiento ¿lo pago o no? A los actores ¿les pago o no?

Al atardecer del día siguiente el cielo volvió a nublarse y Kukin decía con risa histérica:

—¡Muy bien!… ¡Que llueva! ¡Que se inunde todo el parque y que me ahogue allí mismo! Ya sé que no voy a tener suerte en este mundo ni tampoco en el otro… ¡Que los actores me demanden ante el juzgado! ¡Que me manden a Siberia a los trabajos forzados! ¡Que me lleven al cadalso! ¡Ja, ja, ja!

Al tercer día sucedió lo mismo… Oleñka escuchaba a Kukin en silencio, con expresión seria, y a veces las lágrimas asomaban a sus ojos. Al final, las desgracias de Kukin la conmovieron y terminó enamorándose de él. Era flaco, de baja estatura, con cara amarilla y el cabello peinado sobre las sienes; hablaba con una débil vocecita de tenor y al hablar torcía la boca; en su cara siempre estaba reflejada la desesperación; y a pesar de todo, suscitó en Oleñka un sentimiento auténtico y profundo. Constantemente, ella amaba a alguien y no podía vivir sin ello. Antes amaba a su papá, que ahora estaba enfermo y pasaba el tiempo sentado en su sillón, a oscuras, respirando con dificultad; luego amaba a su tía, que vivía en Briansk y los visitaba una vez cada dos años; y antes aun, cuando era alumna del colegio, amaba a su profesor de francés. Era una señorita apacible, bondadosa y compasiva, de mirada mansa y tierna; tenía buena salud. Mirando sus llenas y sonrosadas mejillas, su blanco y suave cuello, que tenía un lunar, su ingenua y bondadosa sonrisa, que aparecía en su rostro cuando ella escuchaba algo agradable, los hombres pensaban: «Sí, no está mal…» y sonreían también, mientras que las damas no podían contenerse y, en plena conversación, la asían de la mano y exclamaban, contentas: —¡Amorcito! La casa que habitaba desde el día de su nacimiento y que en el testamento estaba anotada a su nombre, se hallaba en un extremo de la ciudad, en el arrabal gitano, cerca del parque Tívoli; por las noches, al oír la música y el estallido de los cohetes, ella imaginaba a Kukin desafiando a su destino y acometiendo en un ataque frontal contra su principal enemigo: el indiferente público; su corazón latía con dulce ansiedad, ahuyentando el sueño, y cuando él, a la madrugada, regresaba a casa, ella, desde su dormitorio, golpeaba suavemente en la ventana y le sonreía con cariño, sin mostrarle, a través de las cortinas, más que la cara y un hombro… Él pidió su mano y se casaron. Y cuando vio mejor su cuello y sus hombros redondeados y sanos, levantó los brazos y exclamó:

—¡Amorcito!

Era dichoso, pero como llovió el día de la boda y también por la noche, su rostro no cesaba de trasuntar un aire de desesperación.

Después de la boda las cosas marcharon bien. Ella atendía la caja, vigilaba el orden en el parque, anotaba los gastos, se ocupaba de pagar los sueldos, y sus mejillas rosadas, junto con su ingenua y radiante sonrisa, aparecían fugazmente ya en la ventanilla de la boletería, ya entre bastidores, ya en el bufet. Y ya empezaba a decir a sus conocidos que lo más notable, lo más importante y lo más necesario que había en el mundo era el teatro y que sólo en el teatro uno podía obtener el gozo auténtico y llegar a ser culto y humano.

—Pero ¿acaso el público lo es capaz de entenderlo? —decía ella—. Lo que él necesita es teatro de feria. Anoche poníamos en escena Fausto al revés y casi todos los palcos estaban vacíos; si Vanechka y yo hubiéramos ofrecido alguna obra vulgar, puedes estar seguro, el teatro habría estado repleto. Mañana Vanechka y yo representaremos Orfeo en los infiernos. ¡Venga usted también!

Todo lo que Kukin decía sobre el teatro y los actores, lo repetía ella también. Igual que él, despreciaba al público por su indiferencia hacia el arte y por su ignorancia; intervenía en los ensayos, dando indicaciones a los actores; vigilaba la conducta de los músicos, y cuando el periódico local publicaba alguna nota desfavorable al teatro, ella lloraba y más tarde iba a la redacción a pedir explica­ciones.

Los actores la querían y la llamaban «Amorcito» y «Vanechka y yo»; a su vez ella los compadecía y les daba pequeños préstamos, y cuando la engañaban a veces, lloraba a escondidas, sin quejarse a su marido.

También en invierno las cosas marchaban bien. Arrendaron el teatro de la ciudad por toda la temporada y lo alquilaban por períodos breves ya al elenco ucraniano, ya al prestidigitador, ya a los aficionados locales. Oleñka engordaba y resplandecía de satisfacción, mientras que Kukin se tornaba más flaco y más amarillo y se quejaba de las tremendas pérdidas, aunque durante todo el invierno las cosas iban bastante bien. Por las noches tosía y ella le hacía beber té de frambuesa y de tilo, le frotaba el pecho con agua de colonia y lo envolvía en sus suaves chales.

—¡Lindo mío! —le decía con absoluta sinceridad, alisándole los cabellos—. ¡Lindito mío!

Durante la cuaresma Kukin viajó a Moscú para formar la compañía y ella no podía dormir sin él y pasaba las noches junto a la ventana, mirando las estrellas. En aquellos momentos se comparaba con las gallinas, que tampoco duermen de noche

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (28.1 Kb)  
Leer 19 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com