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Palabra De América Latina


Enviado por   •  17 de Abril de 2013  •  771 Palabras (4 Páginas)  •  481 Visitas

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Muchos hombres, infinidad de ilusiones y sueños, llegaron por mar al Nuevo Mundo. Lo que no sospechaban era que esas ilusiones y esos sueños iban a ser absorbidos, casi en su totalidad, por la exuberancia de un mundo intacto, casto, cuya rosa roja iba a ser derramada sobre la sábana del tiempo de manera inclemente. La armonía cromática del desconocido lugar, los sonidos de la luz que acompañaba desde siempre a los nativos, los olores a nuevo y reciente, los impresionantes paisajes, fueron descubiertos por seres que no estaban abiertos de alma ni preparados para recibir tanto... tanto.

Este mundo nuevo, que ni nosotros mismos hemos aprendido a descubrir, hablaba en silencio de lo que ocurría en él, de lo que ocurría a sus gentes, a sus mares. a sus ritos, a sus misterios.

Los gritos luminosos de la noche, aquéllos que los hombres solemos no soportar, se hicieron más frecuentes a medida que el pensamiento más se ocupaba de ellos. Sólo que los recién llegados no encontraban la forma eficaz y precisa de concebirlos, de comprenderlos, de dejar de sentirlos como si fueran la expresión sobrenatural de la realidad indefinible y diáfana, aquélla que tanto les alargaba el tiempo, aquélla que percibían, aquélla difícil (casi imposible) de describir con palabras y gestos. Se escuchan, desde el principio de la historia civilizada del continente americano, los espíritus nativos, fecundados con las almas de los indígenas en el vientre de la Madre Naturaleza; los espíritus de una región que se desarrollaba en un período pleno de sueños inconclusos e inventados por la necesidad de comprender el mundo. Se escuchan, a través de las palabras detenidas, las exclamaciones de los asombrados visitantes que, sin estar dispuestos para tal ebriedad, empezaron a narrar sus impresiones del mundo hallado y a mezclarlas con las propias, con los propios fantasmas, con la historia que había cruzado el Atlántico incierto, creando de esta manera una algazara de color, en un espacio signado por el intercambio de sangres y la irrupción de dioses y de palabras sagradas que se contrapusieron despiadadamente.

De forma inevitable, se piensa en el asombro, tanto de los que llegaron, como de los que estaban en las tierras impúberes. Árboles inmensos, desconocidos, que constituían juntos un laberinto de mil posibilidades, respuestas y desafíos, que olían a lo que uno no puede expresar porque jamás se habría podido reconocer el aroma de la virginidad de la vida, de no ser por el arribo temerario al Mundo Nuevo; el concierto aturdidor en sol mayor de las aves jamás vistas que atraparon el arco iris en sus plumas, por pertenecer a la selva húmeda que se alimentaba de luz; el contacto con seres incomunicados que orificaban sus pequeños cuerpos y que habían adquirido el color del pecado. Todos estas son imágenes apreciadas por los recién llegados, que apenas si se podían comparar con los

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