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Argentina 1852-1880


Enviado por   •  5 de Diciembre de 2012  •  3.350 Palabras (14 Páginas)  •  504 Visitas

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IX. La República: Estabilización Política y cambio Económicosocial (1862-1880)

Entre 1862 y 1880 transcurre el periodo clave de la historia argentina. Tres personalidades disímiles se sucedieron en el ejercicio de la presidencia: Mitre de 1862 a 1868, Sarmiento de 1868 a 1874 y Avellaneda de 1874 a 1880. Acaso eran distintos los intereses y las ideas que representaban: distintos eran también sus temperamentos; pero tuvieron objetivos comunes y análoga tenacidad para alcanzarlos: por eso triunfó la política nacional que proyectaron, cuyos rasgos conformarían la vida del país durante muchas décadas.

Lo más visible de su obra fue el afianzamiento del orden institucional de la república unificada. Pero su labor fundamental fue el desencadenamiento de un cambio profundo en la estructura social y económica de la nación. Por su esfuerzo, y por el de los que compartieron con ellos el poder, surgió en poco tiempo un país distinto en el que contrastaría la creciente estabilidad política con la creciente inestabilidad social. A ese esfuerzo se debe el fin de la Argentina criolla.

Como antes Urquiza, Mitre emprendió la tarea de organizar desde la base el Estado nacional, problema entonces más complejo que en 1854. Se requería un enfoque nuevo para sacar a ls provincias del mutuo aislamiento en que vivían y para delimitar, dentro del federalismo, la jurisdicción del Estado nacional. Esa tarea consumió ingentes esfuerzos y fue continuada por Sarmiento y Avellaneda, acompañándolos en su labor una minoría culta y responsable, que había hecho su experiencia política en la época de Rosas y en los duros años del enfrentamiento entre Buenos Aires y la Confederación. Desde los ministerios, las las bancas parlamentarias, las magistraturas y los altos cargos administrativos, un conjunto coherente de ciudadanos desplegó un mismo afán orientado hacia los mismos objetivos.

La cuestión más espinosa era la de las relaciones del gobierno nacional con el de la provincia de Buenos Aires, del que aquél era huésped, y con el que hubo que ajustar prudentemente innumerables problemas. Pero no fue menos grave la del establecimiento de la jurisdicción nacional frente a los poderes provinciales. Además, las relaciones entre las provincias ocasionaron delicados problemas, empezando por el de los límites entre ellas. Los caminos interprovinciales, las mensajerías, los correos y los telégrafos requirieron cuidadosos acuerdos. Fue necesario suprimir las fuerzas militares provinciales y reorganizar el ejército nacional. Hubo que ordenar la hacienda pública, la administración y la justicia federal. Fue necesario redactar los códigos, impulsar la educación popular, hacer el primer censo nacional y vigilar el cuidado de la salud pública. Todo ello cristalizó en un sistema de leyes y en un conjunto de decretos cuidadosamente elaborados en parlamentos celosos de su deber y de su independencia. Hubo discrepancia pero en lo fundamental, predominaron las coincidencias porque el cuadro de la minoría que detentaba el poder era sumamente homogéneo: una burguesía de estancieros que alternaban con hombres de profesiones liberales

generalmente salidos de su seno, con análogas experiencias, con ideas coincidentes sobre los problemas fundamentales del país, y también con análogos intereses privados.

Hubo, sin embargo, graves enfrentamientos políticos en relación con los problemas que esperaban solución.

Triunfante en Pavón, Mitre representó a los ojos de los caudillos provincianos una nueva victoria de Buenos Aires; y aunque sanjuanino, Sarmiento ofrecía análoga fisonomía. Para los hombres del interior, el acuerdo entre Urquiza y los porteños fue una alianza entre las regiones privilegiadas del país y poseedoras de la llave de las comunicaciones. Contra ella el caudillo riojano Angel Peñaloza, el "Chacho", encabezó la última insurrección de las provincias mediterráneas, pero las fuerzas nacionales lo derrotaron a fines de 1863. Igual suerte cupo a los federales de Entre Ríos encabezados por López Jordán cuando se sublevaron contra Urquiza y lo asesinaron en 1870.

Pero no fueron éstas las únicas preocupaciones internas. Una vasta región del país estaba de hecho al margen de la autoridad del Estado y bajo el poder de los caciques indígenas que desafiaban a las fuerzas nacionales y trataban con ellas de esa manera singular que describió Lucio Mansilla en Una excursión a los indios ranqueles. En 1876, Adolfo Alsina, ministro de guerra de Avellaneda, intentó contener los malones ordenando cavar una inmensa zanja que se extendía desde Bahía Blanca hasta el sur de la provincia de Córdoba. Pero fue inútil. Sólo la utilización del moderno fusil permitió al general Roca, sucesor de Alsina en el ministerio, preparar una ofensiva definitiva. En 1879 encabezó una expedición al desierto y alejó a los indígenas más allá del río Negro, persiguiéndolos luego sus fuerzas hasta la Patagonia para aniquilar su poder ofensivo. La soberanía nacional se extendió sobre el vasto territorio y pudieron habilitarse dos mil leguas para la producción ganadera, con lo que se dio satisfacción a los productores de ovejas que reclamaban nuevos suelos para sus majadas.

Entre tanto, la provincia de Buenos Aires procuraba defender su posición dentro de la nación unificada. Bajo la presidencia de Mitre -un porteño-, Buenos Aires tuvo la sensación de que, aun obligada a conceder las rentas de su aduana, volvía a triunfar en la lucha por el poder. Pero la firme política nacionalista del presidente se opuso resueltamente a ese triunfo. Estaba en pie el problema de la residencia del gobierno nacional, que Mitre aspiraba a fijar en la provincia de Buenos Aires, pero al precio de federalizarla como había pretendido Rivadavia. La situación se hizo muy tensa en vísperas de las elecciones de 1868, porque las provincias apoyaron a Sarmiento contra el candidato mitrista y solo consintieron en incorporar a la fórmula al jefe del autonomismo porteño, Adolfo Alsina, en calidad de vivepresidente Cuando seis años más tarde volvió a plantearse la cuestión presidencial, las oligarquías provincianas, apoyadas por Sarmiento, se opusieron a la candidatura de Mitre y propusieron el nombre de Avellaneda, a quien, por un acuerdo, acompañó otra vez en la fórmula un autonomista bonaerense, Mariano Acosta. Mitre advirtió entonces que las oligarquías provincianas progresaban en la conquista del poder más rápidamente de lo que él esperaba, y se rebeló contra el gobierno desencadenando una revolución en 1874. El movimiento porteño fue vencido y Nicolás Avellaneda, tucumano y partidario decidido de la federalización de Buenos Aire subió a la presidencia. Cuando a su vez, concluía su mandato

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