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COMENTARIO DEL LIBRO: "Grecia En La Primera Mitad Del Siglo IV" De Javier Fernández Nieto


Enviado por   •  29 de Abril de 2012  •  4.511 Palabras (19 Páginas)  •  975 Visitas

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La presente obra de Javier Fernández Nieto: “Grecia en la primera mitad del siglo IV” pertenece a una colección monográfica recogida por la editorial Akal, que en 65 obras monográficas, pretende explicar la historia antigua por capítulos en las clásicas tres vertientes histórico-geográficas: Oriente (Próximo Oriente y Egipto), Grecia y Roma. Textos que recogen bibliografía de autores antiguos, ilustraciones, mapas, cuadros cronológicos y orientación bibliográfica para profundizar. Cada texto, obra general escrita por un equipo de cuarenta profesores de varias universidades de nuestro país, ha sido escrito por un especialista del tema, hecho, como asegura la editorial, la calidad científica del proyecto.

Nos centraremos en el volumen veintiséis, segundo apartado que explica la historia de la Grecia Antigua. Poniendo como énfasis el tramo cronológico de Grecia en la primera mitad del siglo IV. En ella, el autor ha clasificado dicho periodo en tres partes, de las cuales solo describiremos las dos primeras, pues la tercera se refiere a la Magna Grecia, y en particular a la tiranía de Dionisio I de Siracusa y sus sucesores, que influyeron de mayor o menor manera en la Grecia continental.

La primera, se refiere a la Grecia continental durante el 404 (con el fin de la Guerra del Peloponeso como escenario inicial) al 362, subdividiéndose en la hegemonía espartana, la creación de la Segunda Confederación Ateniense y el resurgir de Tebas, que da como punto final a la hegemonía espartana. La segunda parte hace referencia al resurgimiento y la hegemonía de Tebas hasta su fin en la batalla de Mantinea junto con el fin de la Segunda Liga Ateniense.

Finalizada la Guerra del Peloponeso muy pocas polis griegas se mostraron de acuerdo con la nueva política emprendida por Esparta. En lugar de garantizar la autonomía de las ciudades griegas, como prometió, levantaron un dominio aún más rígido que el ateniense por medio de Lisandro. Esparta, con la ayuda financiera de Persia, se dotó de una poderosa flota en competencia con la ateniense para disputarse los enclaves más importantes de Asia Menor, últimos focos de resistencia, cayendo al control espartano todas aquellas localidades que pertenecían a la órbita ateniense.

Lisandro instaló en cada ciudad una comisión de oligarcas que apoyaban su causa integrada por diez individuos (dedarquía) y guarniciones militares a las órdenes de un comandante (harmosta), encargado de asegurar dicho régimen. Con estas imposiciones y vigilancia Lisandro procuro para Esparta la obediencia de todas estas polis, generando el odio y repulsa como lo fueron los atenienses anteriormente.

Con Atenas, el procedimiento fue muy parecido. En el tratado del 404 que regulaba la rendición no se había señalado la forma de gobierno en el futuro, haciéndose evidente que los atenienses podían mantener su constitución tradicional. Sin embargo, los grupos oligarcas de Atenas deseaban privar a la ciudad de las instituciones democráticas conseguidas en el siglo anterior, de forma que para imponerse en la Asamblea buscaron el apoyo de Lisandro; que en su presencia se tuvo que aceptar la designación de una comisión de treinta personas elegidas en tres grupos de diez (dos de los cuales en manos de la oligarquía).

A partir de ese momento, en Atenas, los treinta tiranos acentuaron el terror estableciendo una lista de tres mil ciudadanos, únicos atenienses a quienes se reconocían derechos civiles y políticos. Ante la gravedad de los excesos y el malestar de la población, algunos de los demócratas que habían escapado de Atenas encontraron refugio en ciudades aliadas de Esparta como Mégara y Tebas, decidieron pasar a la acción. Trasíbulo llegó desde Tebas con setenta atenienses y ocupo el puesto de File, de donde los treinta no los pudieron expulsar. Allí acogieron a otros muchos desterrados o fugitivos de Atenas, y en número de mil avanzaron sobre el Pireo, que cayó en sus manos. Dicha victoria condujo a una situación anómala: mientras se libraba de una guerra de barricadas entre el Pireo y Atenas, los Tres Mil derrocaron a los Treinta y fueron reemplazados por otra comisión de diez miembros con funciones constituyentes; a raíz de esta decisión los Treinta se retiraron a Eleusis y crearon una entidad política independiente que duró hasta el año 400, en que se fusionaron de nuevos con sus antiguos conciudadanos. Así, en el año 403, Atenas estaba dividida en tres comunidades enfrentados entre sí, ocupando un área distinta en el Ática.

Las hazañas de Lisandro, obsesionado por asegurar la presencia espartana en todo el Egeo desataron continuas reclamaciones contra la violencia lacedemonia. Sin embargo, las autoridades espartanas ya habían tomado conciencia de los peligros de la forma de hegemonía y frente a partidarios de la política egea de Lisandro. La primera reacción espartana, aunque tardía, consistió en suprimir las dedarquías instaladas de Lisandro; con ello se quería acallar la opinión pública griega, con el poder personal de Lisandro y frenar el debilitamiento militar del Peloponeso por la instalación de guarniciones en tantos lugares de Grecia. La contratación de mercenarios creaba una carga económica adicional que no podía soportar la demás población griega sin avivar rencores.

También existía el obstáculo de las diferencias existentes mantenidas con Corinto y Tebas respecto a la hegemonía lacedemonia. Si en el 404 fueron aliados de Esparta que insistieron la destrucción de Atenas, y al verse negado de su deseo se mostraron reacios a todo tipo de colaboración, poco después los beocios, además de Megara, auxiliaron a los demócratas atenienses de derrotar a los Treinta y se negaron a participar en la expedición confederal contra el Ática dirigida por el rey Pausanias en el 403, pues ahora estaban más interesados en un gobierno democrático en Atenas como contrapeso a la hegemonía espartana. Con este frágil equilibrio, la liga del Peloponeso vuelve a mostrarse cuando en el 399 Corinto y Tebas se negaron acudir a la campaña contra la Elide anunciada por Esparta.

Una última carga atañía a las ciudades griegas del Asia Menor. La política egea de Lisandro y la acogida dispensada por los griegos de Asia a los espartanos facilitó el fin de la Guerra del Peloponeso y la hegemonía espartana. Pero como potencia rectora de Grecia estaba forzada a asumir la defensa del helenismo en Oriente frente a los persas. Políticamente era un asunto difícil, pues Persia y Esparta estaban ligadas a un tratado de alianza (411), por el que se reconocían los derechos del Gran Rey sobre Asia Menor, y además los espartanos recibían dinero de los persas. El dilema se situaba en que abandonar a los griegos suponía perder el prestigio como potencia hegemónica, y romper con Persia era poner fin a la ayuda económica

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