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La Caida Del Liberalismo


Enviado por   •  5 de Diciembre de 2011  •  9.743 Palabras (39 Páginas)  •  1.169 Visitas

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LA CAÍDA DEL LIBERALISMO 1ª parte

Eric Hobsbawm

En el libro Historia del Siglo XX

Es muy difícil realizar un análisis racional del fenómeno del nazismo. Bajo la dirección de un líder que hablaba en tono apocalíptico de conceptos tales como el poder o la destrucción del mundo, y de un régimen sustentado en la repulsiva ideología del odio racial, uno de los países cultural y económicamente más avanzados de Europa planificó la guerra, desencadenó una conflagración mundial que se cobró las vidas de casi cincuenta millones de personas y perpetró atrocidades que culminaron en el asesinato masivo y mecanizado de millones de judíos de una naturaleza y una escala que desafían los límites de la imaginación. La capacidad del historiador resulta insuficiente cuando trata de explicar lo ocurrido en Auschwitz

Ian Kershaw (1993, pp. 3-4)

¡Morir por la patria, por una idea!... No, eso es una simpleza. Incluso en el frente, de lo que se trata es de matar... Morir no es nada, no existe. Nadie puede imaginar su propia muerte. Matar es la cuestión. Esa es la frontera que hay que atravesar. Sí, es un acto concreto de tu voluntad, porque con él das vida a tu voluntad en otro hombre.

De la carta de un joven voluntario de la República social fascista de 1943-1945

(Pavone, 1991, p. 431).

De todos los acontecimientos de esta era de las catástrofes, el que mayormente impresionó a los supervivientes del siglo XIX fue el hundimiento de los valores e instituciones de la civilización liberal cuyo progreso se daba por sentado en aquel siglo, al menos en las zonas del mundo y en las que estaban avanzando. Esos valores implicaban el rechazo de la dictadura y del gobierno autoritario, el respeto del sistema constitucional con gobiernos libremente elegidos y asambleas representativas que garantizaban el imperio de la ley, y un conjunto aceptado de derechos y libertades de los ciudadanos como las libertades de expresión, de opinión y de reunión. Los valores que debían imperar en el estado y en la sociedad eran la razón, el debate público, la educación, la ciencia y el perfeccionamiento (aunque no necesariamente la perfectibilidad) de la condición humana. Parecía evidente que esos valores habían progresado a lo largo del siglo y que debían progresar aún más. Después de todo, en 1914 incluso las dos últimas autocracias europeas, Rusia y Turquía, habían avanzado por la senda del gobierno constitucional y, por su parte, Irán había adoptado la constitución belga. Hasta 1914 esos valores sólo eran rechazados por elementos tradicionalistas como la Iglesia católica, que levantaba barreras en defensa del dogma frente a las fuerzas de la modernidad, por algunos intelectuales rebeldes y profetas de la destrucción, procedentes sobre todo de y de centros acreditados de cultura parte, por tanto, de la misma civilización a la que se oponían, y por las fuerzas de la democracia, un fenómeno nuevo y perturbador (véase La era del imperio). Sin duda, la ignorancia y el atraso de esas masas, su firme decisión de destruir la sociedad burguesa mediante la revolución social, y la irracionalidad latente, tan fácilmente explotada por los demagogos, eran motivo de alarma. Sin embargo, de esos movimientos democráticos de masas, aquel que entrañaba el peligro más inmediato, el movimiento obrero socialista, defendía, tanto en la teoría como en la práctica, los valores de la razón, la ciencia, el progreso, la educación y la libertad individual con tanta energía como pudiera hacerlo cualquier otro movimiento. La medalla conmemorativa del 1º de mayo del Partido Socialdemócrata alemán exhibía en una cara la efigie de Karl Marx y en la otra la estatua de la libertad. Lo que rechazaban era el sistema económico, no el gobierno constitucional y los principios de convivencia. No hubiera sido lógico considerar que un gobierno encabezado por Víctor Adler, August Bebel o Jean Jaurès pudiese suponer el fin de la. De todos modos, un gobierno de tal naturaleza parecía todavía muy remoto.

Sin duda las instituciones de la democracia liberal habían progresado en la esfera política y parecía que el estallido de la barbarie en 1914-1918 había servido para acelerar ese progreso. Excepto en la Rusia soviética, todos los regímenes de la posguerra, viejos y nuevos, eran regímenes parlamentarios representativos, incluso el de Turquía. En 1920, la Europa situada al oeste de la frontera soviética estaba ocupada en su totalidad por ese tipo de estados. En efecto, el elemento básico del gobierno constitucional liberal, las elecciones para constituir asambleas representativas y/o nombrar presidentes, se daba prácticamente en todos los estados independientes de la época. No obstante, hay que recordar que la mayor parte de esos estados se hallaban en Europa y en América, y que la tercera parte de la población del mundo vivía bajo el sistema colonial. Los únicos países en los que no se celebraron elecciones de ningún tipo en el período 1919-1947 (Etiopía, Mongolia, Nepal, Arabia Saudí y Yemen) eran fósiles políticos aislados. En otros cinco países (Afganistán, la China del Kuomintang, Guatemala, Paraguay y Tailandia, que se llamaba todavía Siam) sólo se celebraron elecciones en una ocasión, lo que no demuestra una fuerte inclinación hacia la democracia liberal, pero la mera celebración de tales elecciones evidencia cierta penetración, al menos teórica, de las ideas políticas liberales. Por supuesto, no deben sacarse demasiadas consecuencias del hecho de que se celebraran elecciones, o de la frecuencia de las mismas. Ni Irán, que acudió seis veces a las urnas desde 1930, ni Irak, que lo hizo en tres ocasiones, podían ser consideradas como bastiones de la democracia.

A pesar de la existencia de numerosos regímenes electorales representativos, en los veinte años transcurridos desde la de Mussolini hasta el apogeo de las potencias del Eje en la segunda guerra mundial se registró un retroceso, cada vez más acelerado, de las instituciones políticas liberales. Mientras que en 1918-1920 fueron disueltas, o quedaron inoperantes, las asambleas legislativas de dos países europeos, ese número aumento a seis en los años veinte y a nueve en los años treinta, y la ocupación alemana destruyó el poder constitucional en otros cinco países durante la segunda guerra mundial. En suma, los únicos países europeos cuyas instituciones políticas democráticas funcionaron sin solución de continuidad durante todo el período de entreguerras fueron Gran Bretaña, Finlandia (a duras penas), Irlanda, Suecia y Suiza.

En el continente americano, la otra zona

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