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La tormenta


Enviado por   •  21 de Septiembre de 2012  •  Ensayos  •  1.295 Palabras (6 Páginas)  •  288 Visitas

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La tormenta

Sus puños se cerraron al mismo tiempo que sus mandíbulas se apretaban y su frente se arrugaba, imitando la de un cardenal encorsetado en la edad media.

Dicen que la meteorología tiene mucho que ver con el comportamiento de las personas y que algunas, dependiendo del calor o el frío, el viento o la lluvia, ¡cuánta variedad!, reaccionan de forma distinta. Yo, al menos, así lo creía.

Se veía venir. La templanza gradual de los últimos días no era habitual en un sitio como aquél, donde la temperatura subía y bajaba sin atender a más razón que a su propio capricho. La bonanza que había vivido aquella mañana me hizo presagiar que pronto sufriría un nuevo episodio de ira, uno más en la larga trayectoria de desórdenes atmosféricos que desde el comienzo de temporada se venían desatando en casa. Disfrutaba en la cocina de una copa de Oporto y un cigarrillo que acababa de liar cuando sonó el teléfono y me dijo que volvía. ¡Qué extraño! Su trabajo había acabado antes de tiempo y estaría en casa en una hora.

Sin siquiera saborearlo, bebí de un trago el vino que quedaba y apagué el pitillo. El olor rancio y condensado del cigarro que muere apretado contra el cenicero invadió sin tregua la habitación, lo que me recordó que debía abrir la ventana para ventilar. Fui a mi dormitorio y cogí ropa limpia para segundos después meterme en el cuarto de aseo y abrir el grifo de agua caliente. Me desnudé de cuerpo entero y, cuando el agua hubo alcanzado la mitad de la altura de la bañera, me introduje en ella y me lavé a conciencia. Mientras lo hacía, quise recompensar mi duro trabajo con un rato de pensamientos profundos e íntimos, que parecían encajar con un hermetismo asombroso en uno de los azulejos que, como una pequeña pantalla de televisión, se presentaba frente a mí. Divagué por mi pasado reciente y tuve la osadía de preguntarme si mi vida merecía la pena, cosa que me permití dudar.

Después de más de media hora de viaje por las profundidades de mi mente, liberé el desagüe del tapón que lo obstruía y dejé que el agua abandonara con prisa el baño. Me incorporé totalmente y me duché para desprenderme de los restos de gel y champú que rebozaban mi cuerpo de espuma. El resto del tiempo hasta completar los sesenta minutos lo dediqué a peinar y secar mi pelo, hasta dejar que se extendiese como una cascada sobre mi espalda recién hidratada.

Me vestí. Abrí la puerta del cuarto de baño y, mientras el vaho devoraba con gula la longitud del pasillo, entré en mi dormitorio y me puse unas gotitas de mi mejor perfume. Para él. Al salir me di cuenta de la corriente que había en casa, por lo que entré en el salón con la sana intención de cerrar la ventana. Mientras lo hacía respiré cierta brisa húmeda que me hizo palidecer. Pero…, ¿qué pasa? Me encontré con la figura de Antonio, que me observaba desde fuera con un reflujo de sarcasmo y cinismo que llegó a asustarme. Me apresuré a abrir la puerta y, al mismo tiempo que mi marido entraba en casa, el aire caliente me dio un bofetón que me hizo caer al suelo. Mi esposo me miró de soslayo sin siquiera darme las buenas tardes, su boca cerrada y su ojo derecho totalmente abierto. Se metió las manos en los bolsillos de su pantalón de pinzas y caminó con tranquilidad hacia el mueble bar. Sus puños se cerraron al mismo tiempo que sus mandíbulas se apretaban y su frente se arrugaba, imitando la de un cardenal encorsetado en la edad media.

-¿Has acabado con el whisky que me gusta, el de veinticuatro años? –escupió, vocalizando hasta la última sílaba.

-Sólo

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