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Fragmento De Cartas Sobre Educación Infantil De Johann Heinrich Pestalozzi.


Enviado por   •  7 de Octubre de 2011  •  1.201 Palabras (5 Páginas)  •  1.756 Visitas

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Fragmento de Cartas sobre educación infantil.

De Johann Heinrich Pestalozzi.

Apreciado Greaves:

La segunda regla que deseo dar a la madre en lo referente al desarrollo incipiente del entendimiento infantil es la siguiente: No debes limitarte a actuar en el hijo, sino que has de procurar que éste mismo actúe en su educación intelectual.

Quiero explicarme sobre un postulado que podríamos formular así: La madre ha de pensar en que su hijo no debe poseer únicamente la facultad de observar ciertos hechos o retener determinados conceptos, sino también la de reflexionar independientemente de las ideas de otros. Muy bien está que a un niño se le haga leer, escribir y repetir las cosas, pero es todavía más importante enseñarle a pensar. Podemos aprovecharnos de las opiniones de los demás y sacar alguna ventaja del hecho de conocerlas; pero podemos, además, hacernos nosotros mismos útiles a las otras personas mediante el trabajo de nuestro propio entendimiento, los resultados de nuestras investigaciones personales y también por medio de aquellas ideas y realizaciones que podríamos denominar nuestro patrimonio intelectual. Sólo así nos hacemos acreedores al derecho de tenernos por miembros valiosos de la sociedad.

Y no estoy hablando de aquellas ideas rectoras que se expanden de tiempo en tiempo y que hacen prosperar y enriquecen mucho a la ciencia y a la humanidad. Me refiero a aquel patrimonio de bienes intelectuales que todo el mundo, incluso la persona más modesta, puede adquirir a lo largo del camino de la vida. Estoy aludiendo a aquel hábito de reflexión que en cualquier situación de la vida nos libra de comportarnos estúpidamente y a consecuencia del cual examina uno todo cuanto le viene al entendimiento; aquel hábito de reflexión que descarta la presunción del ignorante y la ligereza de un saber superficial, que puede llevar a la persona a la humilde convicción de que sabe poco sin duda, pero también a la honrosa conciencia de que eso poco que sabe lo sabe bien. Nada hay que contribuya tanto a que se cree ese hábito como un pronto desarrollo del pensar en la inteligencia infantil, entiéndase del pensar ordenado y personal.

La madre no puede consentir que se la quiera apartar de esa tarea por pretenderse que el entendimiento infantil es aún incapaz de esfuerzos de esta índole. Me atrevo a afirmar que quienes formulan tal objeción no tienen ni un mínimo conocimiento práctico del asunto ni tampoco interés moral en enterarse del mismo, pese a que en los demás campos se muestren pensadores profundos y teóricos notables. Siempre me fiaré más del saber de una madre adquirido por la experiencia y los esfuerzos a que le ha movido su amor maternal, de ese saber empírico incluso de una madre ignorante, que de las especulaciones teóricas de un filósofo extraordinariamente ingenioso. Hay casos en los que el sentido común y un corazón ardiente llevan más lejos que un entendimiento cultivado, frío y calculador.

Es por eso que encarezco a la madre a que acometa su tarea confiadamente, a pesar de todo cuanto se pretenda decir. Lo que ante todo importa es que comience a actuar en ello, pues luego continuará ya espontáneamente. Tanta es la satisfacción que hallará en su obra, que nunca se le ocurrirá abandonarla.

Ocupada en desplegar los tesoros del entendimiento infantil y en abrir un mundo de pensamientos hasta ahora adormecidos, poco caso hará de aquellos filósofos para quienes el entendimiento humano se halla, al principio, totalmente desprovisto de contenidos. Dedicada a una tarea que pone en juego todas las fuerzas de su espíritu

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