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La Columna De Hierro


Enviado por   •  23 de Noviembre de 2011  •  629 Palabras (3 Páginas)  •  405 Visitas

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Y tosió para convencerse. El dolor del pecho iba remitiendo. Echó un vistazo en derredor y vio a los esclavos diligentemente ocupados en echar más carbón al brasero.

-Ya basta -refunfuñó-. ¡Voy a ahogarme en mi propio sudor!

No era un hombre irritable por naturaleza, sino amable y cariñoso, siempre un poco abstraído. El médico se sintió animado ante esta irritabilidad, que significaba que su paciente se recuperaría pronto. Se quedó mirando aquel rostro moreno y delgado que destacaba entre los blancos almohadones y sus grandes ojos negros que nunca lograban, a pesar de sus esfuerzos, parecer severos. Sus rasgos eran suaves y precisos, su entrecejo denotaba benevolencia y su barbilla, indecisión. Era un hombre joven y representaba menos edad de la que tenía, lo cual le fastidiaba. Tenía la calma y las manos en cierto modo pasivas del intelectual. Su fino cabello castaño le crecía desordenado y caía sobre su alargado cráneo como si hubiera sido pintado allí y nunca fuera a crecer erguido a la manera de un hombre auténticamente viril.

Oyó pasos y dio otro respingo. Su padre venía a su dormitorio. Su padre, que era un romano chapado a la antigua. Cerró los ojos y fingió estar dormido. Quería a su padre, pero le resultaba pesado con todas aquellas historias sobre la grandeza de su familia, una grandeza que Tulio sospechaba a veces que no había existido. Los pasos eran firmes y pesados y el padre, que también se llamaba Marco Tulio Cicerón, entró finalmenteen el aposento.

-Bien, Marco -dijo con su vozarrón-. ¿Cuándo pensamos levantarnos?

Marco Tulio atisbó la luz del sol a través de sus pestañas. No respondió. Las blancas paredes de madera de su dormitorio reflejaban el resplandor, que de repente le pareció demasiado intenso.

-Está durmiendo, amo -dijo el médico en son de excusa.

-¡Uf! ¿A qué se debe este mal olor? -preguntó el padre, un hombre alto, delgado e irascible que llevaba una barba al estilo antiguo que, según él, le hacía parecerse a Cincinato.

-Es grasa de buitre -explicó el galeno-. Muy cara, pero eficaz.

-Haría resucitar a un muerto -dijo el padre.

-Ha costado dos sestercios -respondió el médico guiñándole. Era un liberto y como médico había llegado a ser ciudadano romano, lo cual le permitía tomarse ciertas libertades.

El padre sonrió con acritud.

-Dos sestercios -repitió-. Eso haría que la señora Helvia recontase la calderilla de su monedero -resopló ruidosamente-. La frugalidad es una virtud, pero los dioses fruncen el entrecejo ante la avaricia. Yo me consideraba un maestro en el arte de sacar tres sestercios donde antes sólo se sacaban dos, pero, ¡por Pólux!, ¡la señora Helvia debió ser banquero! ¿Cómo

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