ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Las Joyas


Enviado por   •  2 de Julio de 2015  •  2.148 Palabras (9 Páginas)  •  282 Visitas

Página 1 de 9

Las joyas

[Cuento. Texto completo.]

Guy de Maupassant

El señor Lantín la conoció en una reunión que hubo en casa del subjefe de su oficina, y el amor lo envolvió como una red.

Era hija de un recaudador de contribuciones de provincia muerto años atrás, y había ido a París con su madre, la cual frecuentaba a algunas familias burguesas de su barrio, con la esperanza de casarla.

Dos mujeres pobres y honradas, amables y tranquilas. La muchacha parecía ser el modelo de la mujer honesta, como la soñaría un joven prudente para confiarle su porvenir. Su hermosura plácida ofrecía un encanto angelical de pudor, y la imperceptible sonrisa, que no se borraba de sus labios, parecía un reflejo de su alma.

Todo el mundo cantaba sus alabanzas; cuantos la conocieron repetían sin cesar: "Dichoso el que se la lleve; no podría encontrar cosa mejor".

Lantín, entonces oficial primero de negociado en el Ministerio del Interior, con tres mil quinientos francos anuales de sueldo, la pidió por esposa y se casó con ella.

Fue verdaderamente feliz. Su mujer administraba la casa con tan prudente economía, que aparentaba vivir hasta con lujo. Le prodigó a su marido todo género de atenciones, delicadezas y mimos: era tan grande su encanto, que a los seis años de haberla conocido, él la quería más aún que al principio.

Solamente le desagradaba que se aficionase con exceso al teatro y a las joyas falsas.

Sus amigas, algunas mujeres de modestos empleados, le regalaban con frecuencia localidades para ver obras aplaudidas y hasta para algún estreno; y ella compartía esas diversiones con su marido, al cual fatigaban horriblemente, después de un día de trabajo. Por fin, para librarse de trasnochar, le rogó que fuera con alguna señora conocida, que pudiese acompañarla cuando acabase la función. Ella tardó mucho en ceder, juzgando inconveniente la proposición de su marido; pero, al fin, se decidió a complacerlo, y él se alegró muchísimo.

Su afición al teatro despertó bien pronto en ella el deseo de adornarse. Su atuendo era siempre muy sencillo, de buen gusto y modesto; su gracia encantadora, su gracia irresistible, suave, sonriente, adquiría mayor atractivo con la sencillez de sus trajes; pero cogió la costumbre de prender en sus orejas dos trozos de vidrio, tallados como brillantes, y llevaba también collares de perlas falsas, pulseras de oro falso y peinetas adornadas con cristales de colores, que imitaban piedras finas.

Disgustado por aquella inconveniente afición al oropel, su marido le decía con frecuencia:

-Cariño, la que no puede comprar joyas verdaderas no debe lucir más adornos que la belleza y la gracia, que son las mejores joyas.

Pero ella, sonriendo dulcemente, contestaba:

-¿Qué quieres? Me gusta, es un vicio. Ya sé que tienes razón; pero no puedo contenerme, no puedo. ¡Me gustan mucho las joyas!

Y hacía rodar entre sus dedos los collares de supuestas perlas; hacía brillar, deslumbradores, los cristales tallados, mientras repetía:

-Observa qué bien hechos están; parecen finos.

Él sonreía diciendo:

-Tienes gustos de gitana.

Algunas veces, por la noche, mientras estaban solos junto a la chimenea, sobre la mesita donde tomaban el té, colocaba ella la caja de tafilete donde guardaba la "pacotilla", según la expresión de Lantín, y examinaba las joyas con atención, apasionándose como si gozase un placer secreto y profundo. Se obstinaba en ponerle un collar a su marido para echarse a reír y exclamar:

-¡Qué mono estás!

Luego, arrojándose en sus brazos, lo besaba locamente.

Una noche de invierno, al salir de la Ópera, ella sintió un estremecimiento de frío. Por la mañana tuvo tos; y ocho días más tarde murió, de una pulmonía. Lantín se entristeció de tal modo, que por poco lo entierran también. Su desesperación fue tan grande que sus cabellos encanecieron por completo en un mes. Lloraba día y noche, con el alma desgarrada por un dolor intolerable, acosado por los recuerdos, por la voz, por la sonrisa, por el perdido encanto de su muerta.

El tiempo no calmaba su amargura. Muchas veces, en las horas de oficina, mientras sus compañeros se agrupaban para comentar los sucesos del día, se le llenaban de agua los ojos y, haciendo una mueca triste, comenzaba a sollozar.

Había mantenido intacta la habitación de su compañera, y se encerraba allí, diariamente, para pensar; todos los muebles, y hasta sus trajes, continuaban en el mismo lugar, como ella los había dejado.

Pero la vida se le hizo dificultosa. El sueldo, que manejado por su mujer bastaba para todas las necesidades de la casa, era insuficiente para él solo, y se preguntaba con estupor cómo se las había arreglado ella para darle vinos excelentes y manjares delicados, que ya no era posible adquirir con sus modestos recursos.

Contrajo algunas deudas y, al fin, una mañana, ocho días antes de acabar el mes, faltándole dinero para todo, pensó vender algo. Y acaso por ser lo que le había producido algún disgusto, decidió desprenderse de la "pacotilla", a la que le guardaba aún cierto rencor, porque su vista le amargaba un poco el recuerdo de su mujer.

Rebuscó entre las muchas joyas de su esposa -la cual hasta los últimos días de su vida estuvo comprando, adquiriendo casi cada tarde una joya nueva-, y por fin se decidió por un hermoso collar de perlas que podía valer muy bien -a juicio de Lantín- dieciséis o diecisiete francos, pues era muy primoroso, a pesar de ser falso.

Se lo metió en el bolsillo y, de camino para el Ministerio, siguiendo los bulevares, buscó una joyería cualquiera.

Entró en una, bastante avergonzado de mostrar así su miseria, yendo a vender una cosa de tan poco precio.

-Caballero -le dijo al comerciante-, quisiera saber lo que puede valer esto.

El joven tomó el collar, lo examinó, le dio vueltas, lo tanteó, cogió una lente, llamó a otro dependiente, le hizo

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (13.5 Kb)  
Leer 8 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com