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Los Dragones Del Eden


Enviado por   •  7 de Abril de 2013  •  3.931 Palabras (16 Páginas)  •  632 Visitas

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El libro de los dragones de eden habla de la evolución sufrida por nuestro cerebro, así como de los comportamientos sociales y éticos que hemos ido adquiriendo los humanos a lo largo de nuestra evolución e historia. Dionís T.C.

Casi todos los organismos terrestres actúan en buena medida conforme al legado genético de que son portadores y que ha sido "previamente transmitido" al sistema nervioso del individuo siendo la información extra genética recogida en el curso de su vida un factor secundario.

Sin embargo, en el caso del hombre y de los demás mamíferos sucede exactamente lo contrario. Sin desconocer el notable influjo del legado genético en nuestro comportamiento, nuestros cerebros ofrecen muchísimas más oportunidades de establecer nuevos modelos de conducta y nuevas pautas culturales en cortos periodos de tiempo que en cualquier otro ser vivo.

Pero el libro de la vida es muy pródigo y, así, una molécula de ADN cromosómico del hombre está integrada por unos cinco mil millones de partes de nucleótidos. Las instrucciones genéticas de los restantes taxones terrestres están escritas en el mismo lenguaje y con el mismo código. Es evidente, pues, que este lenguaje genético común constituye un indicio de que todos los organismos de la Tierra tienen un solo antecesor, de que en el planeta se produjo una única manifestación de vida hace aproximadamente cuatro mil millones de años.

Quisiera hablar sin reticencias acerca de las repercusiones

que tiene en el plano social la aseveración de que el cerebro del reptil influye en los actos del hombre. Si la conducta burocrática está esencialmente regulada por el complejo R, ¿significa esto que no hay esperanza para el futuro humano? En el hombre, el neocórtex representa alrededor del 85 por 100 del cerebro, lo que refleja en cierta medida su importancia comparado con el cerebro posterior, el complejo R y el sistema límbico. Tanto la neuroanatomía, como la historia política y la propia introspección ofrecen pruebas de que el ser humano es perfectamente capaz de resistir el apremio de ceder a los impulsos emanados del cerebro del reptil. Es impensable, por ejemplo, que el complejo R pudiera registrar, y mucho menos concebir, la Declaración de los Derechos Humanos contenida en la Constitución norteamericana. Es precisamente nuestra adaptabilidad y largo proceso de maduración lo que impide que aceptemos servilmente las pautas de conducta genéticamente programadas de que somos portadores, y ello de forma más manifiesta que en las restantes especies. Pero si bien el cerebro trino constituye un buen modelo del comportamiento del hombre, no podemos ignorar el componente reptílico de la naturaleza humana, sobretodo en lo que atañe a los actos rituales y jerárquicos.

Muchas facetas del comportamiento de los animales tienden a refrendar la noción de que las emociones intensas son básicamente privativas de los mamíferos y en menor grado de las aves. Las similitudes de las reacciones emotivas de los animales domésticos

y las del hombre me parecen obvias. Es de sobras conocida la notoria tristeza que invade a las hembras de muchos mamíferos cuando se les arrebatan las crías. Uno se pregunta por la intensidad de estas emociones. ¿Acaso los caballos albergan a veces sentimientos de fervor patriótico? ¿Experimentan los perros hacia el hombre un cierto arrobo parecido al éxtasis religioso?¿Qué otra clase de intensas y recónditas emociones albergan los animales que no comunican con nosotros?

Quizá la muestra más palpable y curiosa de la importancia que reviste este fiar al hallazgo de la hembra al sentido olfativo con fines de propagación de la especie nos lo proporciona un escarabajo que vive en Sudáfrica, el cual, durante el invierno se guarece en un hueco excavado en el suelo. Con la llegada de la primavera se caldea la tierra y emergen los insectos. Pero lo curioso es que los escarabajos machos asoman, aturdidos, unas semanas antes que las hembras. En esta misma región de Sudáfrica crece una especie de orquídea que desprende un aroma idéntico al de la sustancia sexual emanada por el escarabajo hembra. Lo cierto es que la evolución de la orquídea y del escarabajo ha coincidido en la producción de una molécula básicamente igual. Resulta, además, que el escarabajo macho es extremadamente "corto de vista", y los pétalos de las orquídeas presentan una configuración que el miope insecto confunde con una hembra de la especie en postura sexualmente receptiva. Por espacio de varias semanas el insecto macho se despacha a gusto con las orquídeas, e

imaginamos a las hembras abandonando su refugio invernal heridas en sus amores propios y justamente indignados. Entretanto, las orquídeas han sido fecundadas por polinización cruzada gracias a los enardecidos insectos machos, que, confundidos, hacen ahora cuanto pueden para asegurar la pervivencia de su especie. Con ello, uno y otro organismo logran su objetivo. (Digamos de pasada que no conviene a las orquídeas mostrarse demasiado irresistibles, ya que si los escarabajos no pudieran luego reproducirse entre sí aquellas se verían en grave trance).

Sin embargo, a la vez que conviene retener estas puntualizaciones, creemos que es útil una primera aproximación que considere que los aspectos rituales y jerárquicos de nuestras vidas están muy influenciados por el complejo R y que ambos son también patrimonio de nuestros antepasados reptiloides; que los rasgos altruistas, emocionales y religiosos de nuestras vidas se hallan localizadas en buena medida en el sistema límbico, y que los compartimos con nuestros ascendientes mamíferos no pertenecientes al orden de los primates, y hasta es posible que con las aves; y que el intelecto o la razón es una función del neocórtex que en cierto grado compartimos con los primates superiores y con cetáceos como los delfines

y las ballenas. Si bien la conducta ritual, las emociones y la función discursiva son todos ellos aspectos muy significativos de la naturaleza humana, cabe afirmar que el rasgo más específico del hombre es su capacidad de raciocinio y formulación de abstracciones. La curiosidad

y el afán de resolver dilemas constituyen el sello distintivo de nuestra especie. Por otra parte, las actividades que mejor identifican al hombre como ser pensante son las matemáticas, la ciencia, la técnica, la música y las artes, una gama de temas algo más amplia de lo que normalmente se incluye bajo el epígrafe de las "humanidades". Ciertamente, tomado en su acepción más corriente, este término refleja una singular estrechez de miras acerca de lo genuinamente humano. La matemática entra en el capítulo de las humanidades con el mismo derecho que la poesía. Por lo demás, las ballenas

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