ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

The Moonlit Road. Testimonio de Joel Hetman, Jr.


Enviado por   •  16 de Octubre de 2011  •  3.726 Palabras (15 Páginas)  •  492 Visitas

Página 1 de 15

The Moonlit Road (en español)

Testimonio de Joel Hetman, Jr.

Soy un hombre de lo más desafortunado. Rico, respetado, bastante bieneducado y de buena salud (aparte de otras muchas ventajas generalmente valoradas por quienes las disfrutan y codiciadas por los que las desean). A veces pienso que sería menos infeliz si tales cualidades me hubieran sido negadas, porque entonces el contraste entre mi vida exterior e interior no exigiría continuamente una atención ingrata. Bajo la tensión de la privación y la necesidad del esfuerzo, podría olvidar en ocasiones el oscuro secreto, cuya explicación —siempre misteriosa— el mismo hace inevitable. Soy hijo único de Joel y Julia Hetman. El primero fue un rico hacendado, la segunda una mujer bella y bien dotada, a la que estaba apasionadamente ligado por lo que ahora sé que fue una devoción celosa y exigente. El hogar familiar se encontraba a unas cuantas millas de Nashville, en Tennessee, en una vivienda amplia, irregularmente construida, sin ningún orden arquitectónico definido, y algo apartada de la carretera, con un parque de árboles y arbustos. En la época a la que me refiero yo tenía diecinueve años y estudiaba en Yale. Un día recibí un telegrama de mi padre tan urgente que, obedeciendo a su inexplicada solicitud, partí inmediatamente con dirección a casa. En la estación de ferrocarril de Nashville, un pariente lejano me esperaba para poner en mi conocimiento la razón de la llamada: mi madre había sido bárbaramente asesinada; el móvil y el autor nadie los conocía, pero las circunstancias fueron las siguientes:

Mi padre había ido a Nashville con la intención de volver al día siguiente por la tarde. Algo impidió que realizara el negocio que tenía entre manos, por lo que regresó esa misma noche, antes del amanecer. En su testimonio ante el juez explicó que, como no tenía llave del cerrojo y no quería molestar a los sirvientes que estaban durmiendo, se había dirigido, sin ningún propósito especial, hacia la parte trasera de la casa. Al doblar una esquina del edificio, oyó el ruido de una puerta que se cerraba con suavidad y vio en la oscuridad, no muy claramente, la figura de un hombre que desapareció de inmediato por entre los árboles. Como una precipitada persecución y una batida rápida por los jardines, en la creencia de que el intruso era alguien que visitaba clandestinamente a un sirviente, resultaron infructuosas, entró en la casa por la puerta abierta y subió las escaleras en dirección al dormitorio de mi madre. La puerta estaba abierta y, al penetrar en aquella intensa oscuridad, tropezó con un objeto pesado que había en el suelo y cayó de bruces. Me ahorraré los detalles; era mi pobre madre, ¡estrangulada por unas manos humanas!

No faltaba nada en la casa, los sirvientes no habían oído ruido alguno y, salvo aquellas horribles marcas en la garganta de la mujer asesinada (¡Dios mío! ¡Ojalá pudiera olvidarlas!), no se encontró nunca rastro del asesino. Abandoné mis estudios y permanecí junto a mi padre que, como es de suponer, estaba muy cambiado. De carácter siempre taciturno y sereno, cayó en un abatimiento tan profundo que nada conseguía mantener su atención, aunque, cualquier cosa, una pisada, un portazo repentino, despertaban en él un interés desasosegado; se le podría haber llamado recelo. Se sobresaltaba visiblemente por cualquier pequeña sorpresa sensorial y a veces se ponía pálido, y luego recaía en una apatía melancólica más profunda que la anterior. Supongo que sufría lo que se llama «una tremenda tensión nerviosa». En cuanto a mí, era más joven que ahora, y eso significa mucho. La juventud es Galad, donde existe un bálsamo para cada herida. ¡Ah! ¡Si pudiera vivir de nuevo en aquella tierra encantada! Al no estar habituado al dolor, no sabía cómo valorar mi aflicción. No podía apreciar debidamente la potencia del impacto.

Cierta noche, unos meses después del fatal acontecimiento, mi padre y yo volvíamos andando de la ciudad. La luna llena llevaba unas tres horas sobre el horizonte, en el este; los campos mostraban la quietud solemne de una noche estival. Nuestras pisadas y el canto incesante de las chicharras en la distancia eran el único sonido. Las negras sombras de los árboles contiguos atravesaban la carretera, que tenía un brillo blanco y fantasmal en las estrechas zonas del centro. Cuando nos encontrábamos cerca de la verja de nuestra hacienda, cuya fachada aparecía en penumbra, y en la que no había ninguna luz, mi padre se detuvo de repente y, agarrándome del brazo, dijo con un tono apenas perceptible:

—¡Dios mío! ¿Qué es eso?

—No oigo nada —contesté.

—Pero mira, ¡mira! —exclamó señalando hacia la carretera, delante de nosotros.

—Allí no hay nada —dije—. Venga, padre, entremos. Estás enfermo.

Me había soltado el brazo y se había quedado rígido e inmóvil en el centro de la carretera iluminada, absorto como alguien privado del juicio. A la luz de la luna, su rostro presentaba una palidez y fijeza inefablemente penosa. Le di un suave tirón de la manga, pero se había olvidado de mi existencia. Al rato comenzó a retroceder, paso a paso, sin apartar la vista ni un instante de lo que veía, o creía que veía. Di media vuelta para seguirle, pero me quedé quieto, indeciso. No recuerdo ningún sentimiento de miedo, a no ser que un frío repentino fuera su manifestación física. Fue como si un viento helado hubiera rozado mi cara y envuelto mi cuerpo de arriba abajo. Pude sentir su revuelo en el pelo.

En aquel momento mi atención fue atraída por una luz que apareció de repente en una ventana del piso superior de la casa; uno de los sirvientes, despertado por quién sabe qué premonición misteriosa, y obedeciendo a un impulso que nunca pudo explicar, había encendido una lámpara. Cuando me volví para buscar a mi padre, había desaparecido; en todos estos años ni un rumor de su destino ha atravesado la frontera de la conjetura desde el reino de lo desconocido.

Testimonio de Caspar Grattan:

Hoy se dice que estoy vivo. Mañana, aquí, en esta habitación, habrá una forma insensible de arcilla que mostrará lo que fui durante demasiado tiempo. Si alguien levanta el paño que cubrirá el rostro de aquella cosa desagradable será para satisfacer una mera curiosidad malsana.

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (21.9 Kb)  
Leer 14 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com