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OJOS DE PERRO AZUL


Enviado por   •  21 de Enero de 2013  •  24.709 Palabras (99 Páginas)  •  959 Visitas

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OJOS DE PERRO AZUL

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

EDITORIAL SUDAMERICANA

BUENOS AIRES

PRIMERA EDICIÓN

Marzo de 1974

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Queda hecho el depósito

que previene la ley 11.723.

© 1974, Editorial Sudamericana S.A.®

Humberto I 531, Buenos Aires.

www.edsudamericana.com.ar

ISBN 950-07-0088-3

© 1947, 1955 Gabriel García Márquez

Indice

La tercera resignación .................................................... 5

La otra costilla de la muerte.......................................... 10

Eva está dentro de su gato ........................................... 15

Amargura para tres sonámbulos .................................... 21

Diálogo del espejo .......................................................23

Ojos de perro azul ....................................................... 27

La mujer que llegaba a las seis ...................................... 31

Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles ................. 38

Alguien desordena estas rosas....................................... 43

La noche de los alcaravanes.......................................... 45

Gabriel García Márquez 5

Ojos de perro azul

La tercera resignación

Allí estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya tanto conocía

pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un día a otro se hubiera

desacostumbrado a él.

Le giraba dentro del cráneo vacío, sordo y punzante. Un panal se había levantado en

las cuatro paredes de su calavera. Se agrandaba cada vez más en espirales sucesivas, y

le golpeaba por dentro haciendo vibrar su tallo de vértebras con una vibración

destemplada, desentonada, con el ritmo seguro de su cuerpo. Algo se había desadaptado

en su estructura material de hombre firme; algo que las otras veces había funcionado

normalmente y que ahora le estaba martillando la cabeza por dentro con un golpe seco y

duro dado por unos huesos de mano descarnada, esquelética, y le hacía recordar todas

las sensaciones amargas de la vida. Tuvo el impulso animal de cerrar los puños y

apretarse la sien brotada de arterias azules, moradas, con la firme presión de su dolor

desesperado. Hubiera querido localizar entre las palmas de sus dos manos sensitivas el

ruido que le estaba taladrando el momento con su aguda punta de diamante. Un gesto

de gato doméstico contrajo sus músculos cuando lo imaginó perseguido por los rincones

atormentados de su cabeza caliente, desgarrada por la fiebre. Ya iba a alcanzarlo. No. El

ruido tenía la piel resbaladiza, intangible casi. Pero él estaba dispuesto a alcanzarlo con

su estrategia bien aprendida y apretarlo larga y definitivamente con toda la fuerza de su

desesperación. No permitiría que penetrara otra vez por su oído; que saliera por su boca,

por cada uno de sus poros o por sus ojos que se desorbitarían a su paso y se quedarían

ciegos mirando la huida del ruido desde el fondo de su desgarrada oscuridad. No

permitiría que le estrujara más sus cristales molidos, sus estrellas de hielo, contra las

paredes interiores del cráneo. Así era el ruido aquel: interminable como el golpear de la

cabeza de un niño contra un muro de concreto. Como todos los golpes duros dados

contra las cosas firmes de la naturaleza. Pero ya no le atormentaría más si pudiera

cercarlo, aislarlo. Ir cortando contra su propia sombra la figura variable. Y agarrarlo.

Apretarlo ahora sí definitivamente, arrojarlo con todas sus fuerzas contra el pavimento y

pisotearlo con ferocidad hasta cuando ya no pudiera moverse verdaderamente, hasta

cuando pudiera decir, jadeante, que había dado muerte al ruido que lo atormentaba, que

lo enloquecía y que ahora estaba tirado en el suelo como cualquier cosa común

convertido en un muerto integral.

Pero le era imposible apretarse las sienes. Sus brazos se habían reducido y eran ahora

los brazos de un enano; unos brazos pequeños, regordetes, adiposos. Trató de sacudir la

cabeza. La sacudió. El ruido apareció entonces con mayor fuerza dentro del cráneo que

se había endurecido, agrandado y que se sentía atraído con mayor fuerza por la

gravedad. Estaba pesado y duro aquel ruido. Tan pesado y duro que de haberlo

alcanzado y destruido habría tenido la impresión de estar deshojando una flor de plomo.

Había sentido ese ruido “las otras veces”, con la misma insistencia. Lo había sentido,

por ejemplo, el día en que murió por primera vez. Cuando —ante la vista de un

cadáver— se dio cuenta de que era su

...

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