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Prohibido Suicidarse En Primavera (fragmento)


Enviado por   •  18 de Septiembre de 2014  •  1.078 Palabras (5 Páginas)  •  3.135 Visitas

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Prohibido suicidarse en primavera

(Fragmento)

ESCENARIO: En el Hogar del Suicida, sanatorio de almas del doctor Ariel. Vestíbulo como de hotel de montaña, recordando esos paradores de turismo construidos sobre ruinas de antiguos monasterios y artísticamente remozados por un gusto nuevo. Todo es aquí extraño, sugeridor y confortable; el mobiliario, la plástica, el trazado de las arquerías, la disposición indirecta de las luces acristaladas. En las paredes, bien visibles, óleos de suicidas famosos, reproduciendo las escenas de su muerte: Sócrates, Cleopatra, Séneca, Larra. Sobre un arco, tallados en piedra, los versos de Santa Teresa.

Ven muerte tan escondida

que no te sienta venir

porque el placer de morir

no me vuelva a dar la vida.

Amplia verja al fondo, sobre un claro jardín de sauces y rosales. El jardín tiene un lago, visible en parte, un fondo lejano de cielo azul y montañas jóvenes nevadas. En ángulo, a la derecha, arranca una galería oscura, en arco, con pesada puerta de herrajes, practicable; sobre el dintel, una inscripción que dice: "Galería del Silencio". Enfrente, otra semejante, pero clara y sin puertas: "Jardín de la Meditación".

ACTO 1

(En escena, el Doctor Roda y Hans, ayudante, con bata de enfermero. El primero, de aspecto inteligente y bondadoso; el segundo, rostro y palabra mortalmente serios. El Doctor, al lado de una mesa volante de trabajo, revisa sus ficheros.)

Doctor.—Desengaños de amor, 8. Pelagra, 2. Vidas sin rumbo, 4. Catástrofe económica... cocaína...

¿No tenemos ningún caso nuevo?

Hans. —El joven que llegó anoche. Está paseando por el parque de los sauces, hablando a solas.

Doctor. —¿Diagnóstico?

Hans. —Dudoso. Problema de amor. Parece de esos curiosos de la muerte que tienen miedo cuando la ven de cerca.

Doctor. —¿Ha hablado usted con él?

Hans. —Yo sí, pero no me ha contestado. Sólo quiere estar solo.

Doctor. —¿Decidido?

Hans. —No creo: muy pálido, temblándole las manos. Al dejarle en el jardín he roto detrás de él una rama seca, y se volvió sobresaltado con cara de espanto.

Doctor. —Miedo nervioso. Muy bien; entonces no hay peligro todavía. ¿Su ficha?

Hans. —Aquí está.

Doctor (Leyendo). —"Sin nombre. Empleado de banca. Veinticinco años. Sueldo, doscientas cincuenta pesetas. Desengaño de amor. Tiene un libro de poemas inédito". Ah, un romántico; no creo que sea peligroso. De todos modos, vigílelo sin que él se dé cuenta. Y avise a los violines: que toquen algo de Chopin en el bosque al caer la tarde. Eso le hará bien. ¿Ha vuelto a ver a la señora del pabellón verde?

Hans. —¿La Dama Triste? Está en el jardín de Werther.

Doctor. —¿Vigilada?

Hans. —¿Para qué? La he venido observando estos días; ha visitado todas nuestras instalaciones: el lago de los ahogados, el bosque de las suspensiones, la sala de gas perfumado... Todo le parece excelente en principio, pero no acaba de decidirse por nada. Sólo le gusta llorar.

Doctor. —Déjela. El llanto es tan saludable como el sudor, y más poético. Hay que aplicarlo siempre que sea posible como la medicina antigua aplicaba la sangría.

Hans. —Pero es que igual le ocurre al profesor de filosofía. Ya se ha tirado tres veces al lago, y las tres veces ha vuelto a salir nadando. Perdóneme el doctor, pero creo que ninguno de nuestros huéspedes hasta ahora tiene el propósito serio de morir. Temo que estemos fracasando.

Doctor. —Paciencia, Hans. Nada se debe atropellar. La Casa del Suicida está basada en un absoluto respeto a sus acogidos, y en el culto filosófico y estético de la muerte. Esperemos.

Hans. —Esperemos. (Señalando con un gesto.) La Dama Triste.

(La Dama Triste llega del Jardín de la Meditación.)

Dama. —Perdóneme,

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