ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Apología de Sócrates.


Enviado por   •  27 de Febrero de 2013  •  Tesis  •  2.038 Palabras (9 Páginas)  •  363 Visitas

Página 1 de 9

Apología de Sócrates

Yo no sé, atenienses, la impresión que habrá hecho en vosotros el discurso de mis acusadores. Con respecto á mí, confieso que me he desconocido á mí mismo. Sin embargo, puedo asegurarlo, no han dicho una sola palabra que sea verdad.

Es preciso que yo responda por lo pronto a los primeros, a quienes habéis oído y han producido en vosotros más profunda impresión.

¿Qué decían mis primeros acusadores? <<Sócrates es un impío; por una curiosidad criminal quiere penetrar lo que pasa en los cielos y en la tierra, convierte en buena una mala causa, y enseña a los demás sus doctrinas>>.

Los que habéis conversado conmigo, conoceréis ciertamente, que en todos esos rumores que se han levantado contra mí, no hay ni una sola palabra de verdad; y que si yo me dedicaba a la enseñanza, y que exigía salario, es también otra falsedad. No es porque no tenga por muy bueno el poder instruir a los hombres.

Por lo que a mí me toca, me llenaría de orgullo y me tendría por afortunado, si tuviese esta cualidad, pero desgraciadamente no la tengo. Alguno de vosotros me dirá quizá: —pero Sócrates, ¿qué es lo que haces? ¿De dónde nacen estas calumnias que se han propalado contra ti? — Esta objeción me parece justa. Voy a explicaros lo que tanto me ha desacreditado y ha hecho mi nombre tan famoso. Escuchadme, pues.

Por testigo de mi sabiduría os daré al mismo Dios de Delfos. Todos conocéis a Queferon. Un día, tuvo el atrevimiento de preguntar al oráculo, si había en el mundo un hombre más sabio que yo; la Pythia le respondió, que no había ninguno.

Al saber esto me pregunte; ¿Qué quiere decir el Dios? ¿Qué sentido ocultan estas palabras? ¿Qué quiere pues, decir, al declararme el más sabio de los hombres? Porque él no miente. Dudé largo tiempo del sentido del oráculo, hasta que me propuse hacer la prueba siguiente: —Fui a casa de unos de nuestros conciudadanos, que pasa por uno de los más sabios de la ciudad. Examinando me encontré, con que todo el mundo le creía sabio, que el mismo se tenía por tal, y que en realidad no lo era. Después de este descubrimiento me esforcé en hacerle ver que de ninguna manera era lo que él creía ser, y he aquí ya lo que me hizo odioso a este hombre y a sus amigos presentes.

Luego que de él me separe, razonaba conmigo mismo, y me decía: “Yo soy más sabio que este hombre. Puede muy bien suceder, que ni él ni yo sepamos nada de lo que es bello y de lo que es bueno; pero hay esta diferencia, que él cree saberlo aunque no sepa nada, y yo, no sabiendo nada, creo no saber. Me parece, pues, que en esto yo, aunque poco más, era más sabio, porque no creía saber lo que no sabía”.

Desde allí me fui a casa de otro que se le tenía por más sabio que el anterior, me encontré con lo mismo. No por eso me desanime; fui en busca de otros, conociendo que me hacia odioso. Pero me parecía que debía preferir a todas las cosas la voz del Dios. Del fruto de mis indagaciones, todos aquellos que pasan por ser los más sabios, me parecieron no serlo, al paso que todos aquellos que no gozaban de esta opinión, los encontré en mucha mejor disposición para serlo.

Después de estos grandes hombres de Estado me fui a los poetas, y les pregunte lo que querían decir, y cuál era su objeto. No hubo uno de los presentes, incluso los autores, que supiese hablar ni dar razón de sus poemas. Les deje persuadido que yo era superior a ellos, por la misma razón que lo había sido respecto a los hombres políticos.

En fin, fui en busca de los artistas, pero los más entendidos entre ellos me parecieron incurrir en el mismo defecto de los poetas.

Me pregunte si querría ser tal como soy sin la habilidad de estas gentes e igualmente sin su ignorancia, o bien tener la una y la otra y se como ellos, y me respondí, que era mejor para mí ser como soy. De aquí ha nacido todos esos odios y estas enemistades, que han producido todas las calumnias, y me han hecho adquirir el nombre de sabio. Me parece que sólo Dios es el verdadero sabio y lo que quiso decir es, <<el más sabio entre vosotros es aquel que reconoce, como Sócrates, que su sabiduría no es nada. >>

Convencido de esta verdad, para asegurarme más y obedecer al Dios, continúe con mis indagaciones para ver si encontraba algún verdadero sabio, y no encontrándolo, sirvo de intérprete al oráculo, haciendo ver a todo el mundo que ninguno es sabio.

Por otra parte, jóvenes se unen a mí, y tiene tanto placer en ver de qué manera pongo a prueba a todos los hombres que quieren imitarme con aquellos que encuentran.

Todos aquellos que ellos convencen de su ignorancia la toman conmigo y no con ellos, y van diciendo que hay un cierto Sócrates, que es un malvado y un infame que corrompe a los jóvenes; y cuando se les pregunta que hace o que enseña, no tiene que responder, y para disimular su flaqueza se desatan con estos cargos triviales que mencioné; y todo por creer que saben, cuando no saben nada.

Pasemos ahora a los últimos, y tratemos de responder a Melito. Repitamos esta última acusación. Hela aquí, poco más o menos: Sócrates es culpable, porque corrompe a los jóvenes, porque no cree en los dioses del Estado, y porque en lugar de estos pone divinidades nuevas bajo el nombre de demonios.

Sócrates.-Melito di a los jueces ¿Quién es el que puede hacer mejores a los jóvenes?

Melito.- Las leyes.

Sócrates.- yo te pregunto ¿quién es el hombre?

Melito.- son, Sócrates, los jueces aquí reunidos.

Sócrates.- ¿Pero son todos estos jueces, o hay unos que pueden y otros que no?

Melito.- Todos pueden.

Sócrates.-se sigue de aquí, que todos los atenienses pueden hacer los jóvenes mejores, menos yo; sólo yo los corrompo; ¿no es esto lo que dices?

Melito.- Lo mismo.

Sócrates.- Dinos como corrompo

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (11.5 Kb)  
Leer 8 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com