CASTIGO Y REPRESIÓN, POSIBLES SOLUCIONES PARA UN ENFERMO MENTAL?

A lo largo de la historia de la psicopatología se ha podido evidenciar una fuerte tendencia a la represión y discriminación hacia los enfermos mentales; desde un principio y por bastante tiempo se creyó que los demonios eran los causales de dichos trastornos psicológicos de los individuos.

Vale resaltar que en diversos momentos de la historia se pudo evidenciar el método de castigo o incluso tortura para que el enfermo fuera liberado de estos demonios y, aunque más adelante cambió el pensamiento sobre ‘el culpable’ de la locura, el método de corrección no cambió del todo; se han venido dando opciones para tratar a cada enfermo según lo que le sucede, pero en general cuando llegan a cierto punto de incontrolabilidad, las personas que los tienen a cargo se creen con el derecho de golpearlos, dormirlos o simplemente ‘exiliarlos’ de sus propias casas en sitios como manicomios y hospitales donde los tienen controlados.

Pero es justo aquí donde el ser humano se cuestiona sí es legal y/ó correcto que terceros puedan utilizar su fuerza para amainar el impulso de otro, hacia 1600 un estatuto inglés estipulaba que “es legal que los parientes, familiares o amigos de un hombre que está loco (que estando en libertad intente quemar una casa o cometer algún otro perjuicio o herirse a si mismo o a los demás) lo cojan y lo lleven a casa, lo aten o encadenen y le golpeen con una vara y hagan cualquier otro acto de fuerza para reformarle o para impedir que haga algún daño” y la cuestión es ¿qué tanto ha cambiado esa situación en casi 400 años?

Contando con que desde tiempos inmemorables se ha permitido la agresión física y el maltrato psicológico y mental a los pacientes en un intento de controlarlos es importante cuestionar si, ¿Es justo con los enfermos llegar a ciertos vejámenes con la idea y único fin de mantenerlos estables y calmar sus impulsos (muchos dañinos y perjudiciales contra los demás y contra ellos mismos)? y si, por el contrario ¿es un atropello contra su integridad y libre desarrollo de su personalidad el intentar por cualquier medio frenar su locura?; pero también es importante ver el otro lado, el de la compañía del enfermo, esa persona que sufre más que el mismo paciente ya que no logra entender su desquicio y no logra imponer su ‘cordura’, ¿que tan sano es para el allegado tener que soportar sin hacer nada, la enfermedad del paciente?, ¿realmente vale la pena esa pena mental por parte del familiar que no puede imponer su fuerza, su pensamiento y su deseo de control?

Es relativamente fácil llegar a pensar que, por economía, salubridad, practicidad y otros temas correspondientes al estado y al gobierno de cada lugar del mundo, es menos complicado cometer mil atropellos contra estos enfermos que darles buenos tratamientos, ayudarlos a salir de su locura o al menos tratarlos de forma digna y adecuada para que sea manejable.

Finalmente

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