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Género, Un Estudio Cromático


Enviado por   •  26 de Marzo de 2014  •  1.614 Palabras (7 Páginas)  •  275 Visitas

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GÉNERO: UN ESTUDIO CROMÁTICO

Universidad de Granada

Introducción.

Refiere el presente ensayo a la concepción de “género” y su trato académico, desde los años 70 del siglo pasado hasta la actualidad. Se pone de relieve los actuales debates en los que se encuentra el concepto, sus aspiraciones, de gran influencia feminista, y sus limitaciones en cuanto a la influencia de la biología. Así mismo, se critica la necesidad occidental de clasificar, mediante divisiones antagónicas, el género, teniendo éste su mayor exponente en los colores rosa y azul.

El concepto “género” ha despertado, principalmente desde mediados del siglo XX, muchas suspicacias en la comunidad antropológica. No obstante, podemos establecer una definición ampliamente consensuada del concepto. “Género se utiliza para referirse a un complejo de normas culturales, valores y comportamientos que una cultura particular asigna a un sexo biológico u otro” (Segal Edwin, en Ember 2003; 3). En la misma línea se pronuncia Pilcher, quien sostiene que “el concepto de género, como lo usamos ahora, surgió en el habla popular durante los años setenta. Fue utilizado como una categoría analítica para dibujar una línea de demarcación entre las diferencias biológicas sexuales y la manera en la que son usadas para explicar comportamientos y competencias, que eran entonces asignadas a lo “masculino” o lo “femenino”. (Pilcher, 2004; 56) Así pues, se nos presenta una clara delimitación en cuanto al sexo (biología) y género (cultura). De esta forma, se pretende desechar las connotaciones que un determinado género pueda influir en el sexo. Dicho en otras palabras, una persona, por no cumplir con el rol de género propio de su sexo (una mujer poco femenina, por ejemplo), no implica homosexualidad o la tenencia de un sexo equivocado.

Previo abordaje a la noción de “rol de género”, hemos de aclarar el por qué de la relevancia del debate terminológico en ciernes. La asunción popular, hoy un tanto caduca, que enlaza la masculinidad con los varones, otorga privilegios a este sexo. Las connotaciones asociadas a la feminidad, en cambio, relegan a la mujer en una posición más bien ausente. Podríamos hacer una distinción dual (no sin cierta ironía, ya que a continuación criticaremos el ansia occidental de realizar dicotomías) entre la masculinidad, que encarnaría el papel activo y la feminidad, relegada al pasivo. Una crítica fundamental que se realizará a este planteamiento es que, si bien, en efecto, se han dado dichas condiciones a lo largo de la mayoría de la historia conocida de occidente, nadie puede asegurar que en otras sociedades y en otros tiempos (el famoso y lejano matriarcado) no se hayan dado condiciones diferentes. Unido a esto, se alza el feminismo para defender a ultranza que, las diferencias de género, no son naturales, es decir, biológicas y propias de cada sexo, sino que son establecidas por una educación específica en una sociedad concreta. En palabras de Judith Roof: “algunas culturas entienden el género como pobremente vinculado a la biología, mientras que otras, incluyendo los Estados Unidos de América, asumen el género como un efecto que fluye de forma natural del sexo biológico.” (Roof, en Douglas, 2008; 617)

Sin embargo, la crítica fundamental, que ya hemos adelantado, es el estructuralismo binario de roles de género. Nos encontramos en este punto con un dilema de base. Las normas culturales que definen uno u otro sexo son partícipes de una dicotomía impositiva y, según muchos autores, inexistente. Esta diferenciación produce una artificial oposición en las connotaciones de uno u otro género. Como señala Judith Roof, si los hombres son listos, las mujeres han de ser, por fuerza, menos listas. Si los hombres son fuertes, las mujeres han de ser débiles. Si el hombre representa el sol, la mujer la luna. Esta división provoca una visión sesgada en la que, o se opta por lo blanco, o se prefiere lo negro, atribuyéndose históricamente la faceta negativa a la mujer. Incluso, y esto resulta interesante, se ha concebido la disciplina (académica) de la historia como una “institución cultural que refrenda y anuncia construcciones de género”. (Hughes; citado en Scott, 1998; 9) Asimismo, el patriarcado se habría servido muy perversamente de las religiones y las instituciones filosóficas que en todo occidente, con la tradición Aristotélica, y las religiones orientales como el islam o el budismo, se relega a la mujer a un peldaño inferior al hombre

Cabe destacar en este punto la corriente feminista marxista la cual sostiene, como hemos venido diciendo hasta ahora, que los roles masculino y femenino no están asociados al sexo biológico, sino que interpretan una relación económica en la desigualdad. Será, por tanto, el capitalismo el que genera, con su perversa ideología machista, la diferenciación. Esta corriente se basará en los estudios históricos que demuestran la maleabilidad de los géneros. Kristinna Banister Quynn propone como ejemplo a los indios Mohave, nativos del Norte de América: “Los Mohave del sudoeste norteamericano, desde la era precolonial hasta finales del S.XIX, reconocía cuatro normativas en cuanto al género: male,

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