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Constitucion Dogmatica Dei Verbum Sobre La Divina Revelación


Enviado por   •  23 de Octubre de 2011  •  5.355 Palabras (22 Páginas)  •  1.247 Visitas

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CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA

DEI VERBUM

sobre la Divina Revelación

SACROSANTO CONCILIO ECUMENICO

VATICANO SEGUNDO

PABLO OBISPO

SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS

JUNTO CON LOS PADRES DEL SACROSANTO CONCILIO

PARA PERPETUA MEMORIA

PROEMIO

1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la palabra de Dios y

proclamándola con confianza, hace suya la frase de S. Juan, que dice: "Os

anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que

hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también

en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el Padre y con su

Hijo Jesucristo" (1 Jn., 1, 2-3). Por tanto, siguiendo las huellas de los Concilios

Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina

revelación y sobre su transmisión, para que todo el mundo, oyendo, crea el

anuncio de salvación; creyendo, espere; y esperando, ame[1].

CAPÍTULO I: LA REVELACIÓN EN SÍ MISMA

Naturaleza y objeto de la Revelación

2. Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el

misterio de su voluntad (cf. Ef., 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de

Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen

consortes de la naturaleza divina (cf. Ef., 2, 18; 1 Pe., 1, 4). Así, pues, por esta

revelación Dios invisible (cf. Col., 1, 15; 1 Tim., 1, 17), movido por su gran amor,

habla a los hombres como amigos (cf. Ex., 33, 11; Jn., 15, 14-15) y trata con ellos

(cf. Bar., 3, 38), para invitarlos y recibirlos a la comunión con El. Este plan de la

revelación se realiza con palabras y hechos intrínsecamente conexos entre sí, de

modo que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y

confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por

su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la

verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta

por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la

revelación[2].

Preparación de la revelación evangélica

3. Dios, creando (cf. Jn., 1, 3) y conservándolo todo por su Verbo, da a los

hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas (cf. Rom., 1, 19-20), y,

queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además,

personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio. Después de su

caída les animó a la esperanza de la salvación (cf. Gén., 3, 15) con la promesa de

la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna

a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras (cf.

Rom., 2, 6-7). A su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo

(cf. Gén., 12, 2-3), al que después de los Patriarcas instruyó por Moisés y por los

Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero, Padre providente

y justo juez, y para que esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a través

de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio.

Cristo, culmen de la revelación

4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los

Profetas, "últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo" (Heb., 1, 1-2), pues

envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para

que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (cf. Jn., 1, 1-18);

Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, "hombre enviado a los hombres"[3], "habla

palabras de Dios" (Jn., 3, 34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre

le confió (cf. Jn., 5, 36; 17, 4). Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre (cf.

Jn., 14, 9),- con toda su presencia y manifestación de sí mismo, con sus palabras

y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa

de entre los muertos, con el envío, finalmente, del Espíritu de verdad, completa

la revelación y confirma con testimonio divino que Dios está con nosotros para

librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva nunca pasará,

y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa

manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim., 6, 14; Tit., 2, 13).

La revelación hay que recibirla con fe

5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe" (Rom., 16, 26;

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