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Conversion


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2012  •  2.100 Palabras (9 Páginas)  •  1.200 Visitas

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Mensaje del mes

Los directores nacionales de las Escuelas de Evangelización San Andrés en el mundo ahora comparten contigo algunos mensajes evangelizadores.

A lo largo de su ministerio, José H. Prado ha escrito 41 libros. Hoy te presentamos un mensaje tomado del libro "Cómo evangelizar con Parábolas".

Esperamos que aporte algo para tu edificación.

LA CONVERSIÓN

A. Introducción

Los dos hijos de la parábola llamada “El hijo pródigo” nos muestran lo esencial de la conversión: Depende de Dios, porque Él es el protagonista que toma la iniciativa.

Por eso, tanto el salmista como el profeta Jeremías, exclaman:

Conviérteme, Señor, y me convertiré: Sal 80, 4; Jer 31, 18.

Con este presupuesto no podemos identificar la conversión con la actitud del hijo mayor que obedece y cumple todos los mandamientos, aunque tampoco cuando el hijo hambriento regresa motivado por el abundante pan de la casa paterna.

Esta parábola no está destinada a las prostitutas o pecadores sino a “los fariseos y los escribas que murmuraban, diciendo: Éste acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15, 2).

Jesús se interesa en los observantes de la Ley, que se creen no sólo buenos, sino mejores que los demás y hasta con el derecho de juzgarlos y condenarlos.

B. CONTENIDO

El Evangelio nos pinta la figura de un padre cuyos hijos se alejaron de su casa. Uno fue a “un país lejano” mientras que el otro todos los días se iba a la viña. Ambos precisaban conversión.

Para adentrarnos en el fascinante mundo de la conversión, primero hemos de considerar lo que no es la conversión para después internarnos en las fronteras de este fascinante misterio.

a. El hijo mayor se acerca a la casa del padre pero no se acerca al padre de la casa

Parece que estaba convertido, pues cumplía su santo deber y obedecía las órdenes de su padre. Pero el texto evangélico nos refiere que aquella tarde de música y danzas “se acercó a la casa” mientras que el hijo menor decidió “volver a su padre”. Existe una tremenda diferencia entre sendas actitudes que nos ayuda a no confundir la esencia de la conversión. No es lo mismo “acercarse a la casa” que “volver a su padre”. También los siervos y esclavos cumplen órdenes y acatan la voluntad de un amo o patrón.

Se acerca a la casa del padre pero no al padre de la casa. Además, al día siguiente se volverá a ir. Para él no existe un padre, pues nunca lo llama con este epíteto. A pesar de trabajar tanto, no se siente con el derecho de comerse un cabrito con sus amigos. Definitivamente, este hijo era quien necesitaba de la conversión más difícil de todas, que no es pasar de pecador a justo, sino de justo a hijo. Por eso, Jesús destina esta bellísima parábola a la gente buena que por transformar la Ley de Dios en un legalismo se enoja y hasta se decepciona de la actitud de Dios. El Maestro está preocupado por todos aquellos que cumplen la Ley, pero que no son felices.

b. El hijo menor se interesa en el pan de su padre, pero todavía no en el padre del pan

Su precaria situación al lado de los puercos lo hizo recordar la generosa mesa de la casa paterna donde sobraba el alimento para todos los siervos, en vez de las petrificadas algarrobas que le negaban. Dentro de sí, comenzó a saborear el pan recién salido del horno de leña que expedía el perfume del trigo limpio.

Regresar por la conveniencia personal, no es todavía conversión, porque está profundamente condicionado por las extremas necesidades del hambre.

c. Aplicación a nuestra vida

Hay gente que cumple mandamientos y órdenes, pero vive enojada y privada de la alegría, porque todavía no ha encontrado el tesoro escondido. Su vida cristiana sólo gira en torno a cumplir leyes y tradiciones.

Otros vuelven a Dios por intereses o carencias. Su Dios se reduce a alguien que les resuelve las necesidades. Ellos están en el centro de su sistema religioso, y Dios gira en su órbita.

d. Lo esencial no son los intereses por los que regresan, sino cómo son recibidos

Ambos hijos regresan, pero lo que importa no son las motivaciones de su retorno, sino cómo cada uno es recibido como más le convenía.

Al hijo menor no lo convirtieron los frescos panes, sino los abrazos y besos, la túnica, el vestido y el significado de ese anillo que lo hacía otra vez administrador y heredero. Él había perdido la capacidad de volver. Él realizó lo único que podía hacer: regresar hambriento. Lo demás fue obra de Dios. Más bien, fue convertido cuando el padre mandó matar el becerro cebado para darle a entender que tenía la certeza de que tornaría.

Lo que lo convierte es la forma como fue recibido. Tal vez él esperaba reclamos y que se le cobraran las facturas pendientes. Dentro de sí sabía y sentía que no merecía sino ser uno más de los muchos siervos que había en la casa y en la viña de su padre. Tampoco se le manda a bañar porque huele a asqueroso cerdo impuro, sino que los besos paternos lo limpian y purifican. Fue allí donde conoció el verdadero corazón de su padre.

Dios no se condiciona por los intereses que tengamos cuando nos volvemos a Él. El motivo no importa, sino lo que Él puede hacer cuando regresamos. La esencia de la conversión es experimentar el amor de Dios; y aun más, que nuestra rebeldía y pecado no han impedido que nos siga amando. De esta forma, nuestro complejo de culpa o hasta la sutil soberbia de perfeccionismo se transforman en: “le he fallado a Alguien que me ama”, más que “he transgredido las leyes y me van a castigar”.

El padre corre con pasos torpes pero sin pausas a su encuentro y se echa a su cuello. No es el hijo quien se arroja en los brazos protectores de su padre, sino el padre quien se echa al cuello para ser cargado por su propio hijo. El hijo sostiene al padre. Este gesto resume todo lo que ha vivido y ahora tiene la oportunidad de expresar: “Hijo, me ha faltado tu sostén y ahora quiero reponer el tiempo perdido. Carga mi dolor por tu ausencia y mi alegría por tu presencia. Carga tu fuga y tu retorno, pues yo soy incapaz

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