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Espiritualidad Del Catequista


Enviado por   •  20 de Octubre de 2012  •  1.321 Palabras (6 Páginas)  •  642 Visitas

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Espiritualidad del Catequista

El catequista, sembrador del Evangelio

Queridos amigos y amigas Catequistas,

Durante este año 2007 quisiera ofrecer, desde la sección “Espiritualidad del Catequista”, una serie de cuentos de diversos autores seleccionados para ayudarnos a meditar, dialogar y orar nuestra vocación de catequistas.

Cada uno de los cuentos estará relacionado con alguna actitud, característica o desafío de la persona del catequista y su misión.

Confío que esta propuesta les pueda ser útil para su crecimiento personal y que pueda motivar un espacio de reflexión-meditación en las reuniones de catequistas de sus parroquias, comunidades y colegios.

¡Unidos en el amor y el servicio a la Palabra!

El catequista, sembrador del Evangelio

La figura del sembrador y las comparaciones relacionadas con la siembra y la cosecha fueron muy utilizadas por Jesús para explicar su misión y también su propia persona.

A semejanza del Maestro, el catequista es una persona que siembra, el Evangelio y sus valores, en el corazón de sus catequizandos.

Compartimos este cuento de Mamerto Menapace que nos puede ayudar a pensar nuestra vocación de catequistas para el año que se inicia.

Cuento “La quemazón y las semillas”

De Mamerto Menapace, publicado en La sal de la tierra, Ed. Patria Grande.

No te dejes vencer por el yuyal. Al contrario, vence al yuyo por medio del trigal (cf. Rom 12, 21).

La vida es en gran parte posibilidad y disponibilidad, igual que la tierra. Es fértil. Pero no sólo es fértil; tiene también una historia. Y esa historia ha dejado en ella semillas que estarán siempre al acecho de la oportunidad que les permita brotar. Toda tierra fértil contiene en su humus semillas de yuyos que duermen en espera de que ella sea removida por el cultivo. No es culpa de la tierra: es consecuencia de su historia. Es el riesgo de ser fértil y estar en disponibilidad.

Ese grupo de hombres se había encariñado con la tierra descubierta. Y a través de su cariño comenzó a sensibilizarse por el dolor de su tierra cubierta por el pajonal. Tal vez ni siquiera supieran gran cosa del paso por ella de los ladrilleros, ni de los especialistas en su fauna y en su flora. Lo que vieron fue cómo los pastitos pequeños morían ahogados por las grandes matas de yuyos que acaparaban la fertilidad que la tierra destinaba para todos. A medida que se internaron en el yuyal vieron también que la luz no llegaba a los pastos pequeños, porque al extender los grandes sus ramajes acaparaban lo que el sol derramaba para todos sobre la tierra.

Y ese grupo de hombres con cariño por la tierra, tuvo así la experiencia de la opresión, del abuso, de lo que no debía ser. Junto a su sentimiento de amor y de cariño por la tierra, sintieron también otro sentimiento, mezcla de rabia y de impotencia.

Por eso se alegraron cuando vieron incendiarse el pajonal. Y ellos mismos ayudaron a desparramar el fuego, ayudados por el viento de Dios que siempre sopla sobre la tierra en caos. Y a la luz del incendio vieron derrumbarse los viejos matorrales y aparecer de nuevo el rostro de la tierra, que es rostro de fiesta y de esperanza.

Pero ¿estaba con eso la tierra liberada? No. Absolutamente no.

Simplemente estaba de nuevo la tierra disponible. Disponible para la siembra y también disponible para el rebrote de todas esas semillas del viejo yuyal.

Hasta aquí, en cierta manera, nada había habido de específico en el actuar de aquellos hombres. Habían colaborado en un proceso que volvía a poner la tierra en disponibilidad. Habían sido simples compañeros de otras fuerzas que actuaban de acuerdo con el antiguo yuyal instalado. Pero al llegar a este momento comenzaron a darse cuenta de que su misión se diversificaba. De que su misión con respecto a esa tierra concreta, disponible para futuros proyectos, era distinta de la de los elementos que hasta allí habían sido sus colaboradores: el viento, el fuego, la luz. Ahora su tierra comenzaba a crear nuevas estructuras. Y en la exigencia concreta del futuro, la tierra tenía derecho a exigir de ellos algo específico. Comenzaba para ellos su auténtica misión: la de sembradores. Eran los hombres de la semilla. De una realidad pequeña pero poderosa y portadora de una vida nueva.

De una vida y de una realidad que la tierra nunca podría producir por sí misma. De algo que tiene que venir de afuera. La realidad de la que estos

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