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¿Para qué futuro educamos?

Maestro “oporojokuaiséva” o maestro “iñarandúva”

Con demasiada frecuencia nos topamos con docentes autoritarios y dictadores a la vez. Son los que imponen definiciones, no admiten diálogos sobre ellas y sancionan su no cumplimiento. Es decir, pretenden establecer lo que debe pensarse y lo que debe hacerse. No se cuestionan, ni se les ocurre preguntarse si con este sistema educativo las nuevas generaciones podrán afrontar con éxito el siglo XXI.

Otros, por suerte, no creen que su misión sea la de ayudar a aceptar los valores generalizados por la corrupción... el que no llora no mama y el que no “afana” es un Gil...

Estos quieren colaborar con la trasformación de “la escuela”, para que la misma ayude a formar seres humanos nuevos, inconformes con la injusticia y deseosos de ser protagonistas de los cambios.

Se los distingue, casi a primera vista, según actúen en el diario quehacer educativo. Ejemplo de actuación de un maestro “oporojokuaiséva”: lo importante es mantener la disciplina del cuerpo. Obviamente para él, disciplina es igual a represión. “Se debe hacer lo que el profesor indique y se acabó”. Los alumnos cumplen lo que el maestro establece, sin preguntar por qué o para qué. Él tampoco se lo pregunta. No se da cuenta de que esta disciplina es aparente, los alumnos no lo elaboran ni la asumen, simplemente se “acomodan” a ella para evitar sanciones.

Desautoriza el espíritu de búsqueda (son buenos los que no dan trabajo, los que aceptan, los que no importunan con preguntas “fuera de lugar”). Mientras más dóciles convierte a sus alumnos, más se acostumbra él a su propia docilidad.

La pasividad lograda en sus educandos no lo induce a cuestionarse nada, obteniendo entonces, su propia “alineación”.

Cómo “trabaja”, por el contrario, un maestro “iñarandúva”: tiene el desarrollo de las “capacidades y libertades creadoras” como objetivo central y real de su acción educadora, esto es, ayudar a los educandos a superar las estructuras opresivas de la ignorancia, para que puedan “leer” la realidad con libre y lúcido sentido crítico.

Libres ¿de qué?: de prejuicios, de supersticiones, de temores (al fracaso, al castigo, a la crítica), del egoísmo, de la timidez, del hábito de aceptar la injusticia, la corrupción y la desigualdad, como inevitables.

Siente que tiene que ayudarlos a ser capaces de expresar su pensamiento, pero también enseñarles a adquirir, en forma solidaria, las ganas y las herramientas para cambiar lo injusto.

¿No sería de utilidad para el progreso del país y sus habitantes que comenzáramos a preguntarnos cuál de estos maestros queremos para nuestros niños y jóvenes?

ABC Color – Octubre

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