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Discurso de despedida de segundo de bachiller


Enviado por   •  29 de Junio de 2015  •  Informes  •  1.371 Palabras (6 Páginas)  •  300 Visitas

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Cuando me encargaron la tarea de tomar la palabra en esta ocasión, pensé que lo mejor era preparar un discurso breve con cuatro ideas bien claras. Además, lo que es todo un detalle, contaba con un plazo razonable para pensar, emborronar cuartillas y preparar algo que deciros. Un compañero me dio un consejo muy alentador: “No te preocupes. Haces un discurso a la americana: un chiste al principio, otro al final y nada en medio”. Debo confesaros que, desde el primer momento la tarea resultó más complicada de lo previsto. Yo creía que, después de haberlo repetido tantas veces en clase, todo consistía en hacerse un esquema y desarrollarlo después, vestirlo de la mejor manera posible. La dificultad se presentaba desde la primera frase, porque ninguna me parecía adecuada. Así, hice varios intentos, a cada cual más decepcionante. Empecé escribiendo: “Buenas tardes. Nos hemos reunido aquí para celebrar la despedida de segundo de Bachillerato...”, pero se parecía peligrosamente a un discurso fúnebre, por lo que rápidamente lo borré (suerte que ahora con el ordenador es todo más sencillo). Lamenté entonces no tener un modelo, un comienzo-tipo, algo parecido a lo que usan algunos en los comentarios de texto, algo así como “El texto que vamos a comentar...”. La posibilidad de inspirarme en discursos anteriores se me presentó por un momento como mi salvación. Se trataba de tomar el esquema de uno de ellos, dos o tres ideas de aquí y de allá, el tono más conveniente, introducir algún retoque y poco más. Sin embargo, pensándolo bien, concluí que tal vez se me tuviera en cuenta este ejercicio de intertextualidad como mérito para llegar a director en la Biblioteca Nacional pero no sería desde luego muy ejemplar. Además se me apareció la cara de circunstancias de Ana Rosa Quintana después de su trascendental aportación a la novela europea de fin de siglo, por lo que descarté de inmediato cualquier tentación.

El tiempo transcurrido me ha hecho imaginar más de una vez la angustia del escritor obligado por su editorial a entregar el manuscrito en un plazo cada vez más cercano. Pasaban los días, se complicaban las ocupaciones (comentarios, exámenes, notas, con perdón...) y el discurso pendiente se me representaba como una losa. Era una situación paralizante: la propia obsesión me impedía escribir dos palabras seguidas. En efecto, estaba como el escritor vago que ha cobrado (y gastado) el anticipo, no ha avanzado en su novela y ve acercarse inexorablemente la fecha de entrega. La situación era casi idéntica, con dos diferencias, claro: no podría engañar al “editor” para lograr un aplazamiento y lo del anticipo, evidentemente, no venía al caso.

De modo que los días transcurrían sin el menor resultado, por lo que el asunto empezaba a inquietarme seriamente, hasta el punto de pensar en ello en los lugares más inverosímiles. Un día, mi desesperación llegó al extremo de pensar en renunciar al encargo. Me encontraba atrapado completamente, sin salida. Tan embebido estaba en mis pensamientos que no me percaté de su sentido literal, pues al poco caí en la cuenta de que, efectivamente, estaba atrapado, pero en el baño de profesores frente a 2ºB. Un alma caritativa se había marchado cerrando la puerta con llave. Fue entonces cuando toqué fondo. Me dije: “De peores hemos salido”. Empecé por aporrear la puerta hasta que llegó el Jefe de Estudios a rescatarme, que, dicho sea de paso, era lo mínimo que podía hacer después de haberme metido en este lío (me refiero al discurso, claro).

En definitiva, me vi en la necesidad de aceptar las cosas como eran: no se me ocurría nada que resultara gracioso y tampoco me era ya posible desentenderme del compromiso adquirido, de modo que se imponía dejarse de rodeos y centrarse en el encargo de una vez por todas. Lo cual me llevó a pensar en las dos cuestiones que quiero plantearos en este momento: primero, una breve reflexión (breve de verdad) sobre vuestro paso por el Instituto y, segundo, una mirada al futuro inmediato.

Ya imagino lo que algunos estaréis pensando. En efecto, para terminar es estas dos cuestiones no hacía falta tanto rodeo. Es cierto, resultan casi obligadas en un día como hoy.

Me gustaría, por tanto, recordar la trayectoria que os ha conducido hasta este momento, llena de contactos, de descubrimientos, de encuentros y encontronazos, como dijo José Ramón Alvarez el año pasado (y prometo no plagiar nada más). Quisiera centrarme particularmente en un aspecto. En mi recuerdo, el último curso de la Enseñanza Secundaria, que entonces se llamaba COU y ahora es 2º de Bachillerato, aparece, perdonadme el tono trascendente, como una revelación. Suena exagerado y es posible que sea incluso inexacto, pues el recurdo no es a menudo sino una invención del pasado, como dice el novelista José Manuel Caballero Bonald en sus memorias. No obstante, no creo engañarme al evocar la novedad de las materias, los interrogantes que se presentaban, las posibilidades que se ofrecían. En definitiva, viví entonces las cristalización de todo el largo proceso anterior, un salto cualitativo que marcó mi evolución a partir de entonces. Traigo a colación mi experiencia porque me ha parecido verla repetida en vosotros durante este curso. He constatado esa transformación en muchos de vosotros, el fruto de una etapa de esfuerzos compartidos por todos: padres, profesores y alumnos. La inquietud intelectual, la curiosidad, el rigor, el sacrificio, no son sino el resultado de un trabajo constante que ahora empieza a fructificar.

Durante estos años en que hemos compartido aulas, nosotros, los profesores, hemos procurado no sólo instruiros en las diferentes materias, sino inculcaros valores como el amor al trabajo, la curiosidad intelectual, el rigor en los procedimientos, que seguro os serán muy útiles para vuestro futuro. El escritor Antonio Muñoz Molina, que a menudo se ocupa de educación en sus artículos periodísticos y al que (dicho sea de paso) no podía dejar de citar, subraya la idea de que no puede deslindarse la enseñanza y la vida diciendo: “El prestigio académico suele atribuirse con preferencia a la universidad, pero es en la enseñanza primaria (y secundaria) y luego en el Bachillerato donde se establece definitivamente la formación de las personas, y donde se decide para siempre si uno va a ser un ciudadano o un bárbaro.(...) La escuela y el instituto a lo que aspiran (...) es a educar en una imagen ajustada del mundo, a incluir la propia vida y la experiencia en el ámbito de la comunidad cívica, del transcurso del tiempo y de la amplitud de las geografías y de los saberes.” Con la vehemencia que le caracteriza, Muñoz Molina pone de relieve la idea que quería transmitiros durante los años transcurridos en el Instituto habéis tenido la oportunidad de construiros vuestra propia imagen del mundo y convertiros así en ciudadanos conscientes. En efecto, los años pasados aprendiendo (y olvidando) multitud de materias no pueden desligarse de vuestro proceso de crecimiento personal, sino que forman una parte importante de él. De este modo, la adquisición de conocimientos, la asimilación de los valores académicos, la interacción con los compañeros y profesores en esta etapa de vuestra vida, constituyen sin duda un factor destacada de vuestra maduración personal.

Me gustaría terminar mirando al futuro. Se abre ante vosotros un panorama lleno de oportunidades, que constituye un verdadero reto personal. Quisiera animaros a encarar los cambios que se avecinan con ilusión, pero también con realismo. Recuerdo ahora un poema de Ángel González que siempre me ha llamado la atención. Se titula “Porvenir” y en él refleja su autor la falsedad con que a veces nos enfrentamos al futuro. En efecto, el porvenir, esa imagen confusa que tendréis en vuestra cabeza, no vendrá “como un animal manso a comer en (vuestra) mano”, como dice el poeta. Al contrario, os exigirá trabajo, dedicación y entusiasmo. Las satisfacciones que os depare vuestro futuro profesional pueden ser numerosas, pero creo que ninguna podrá igualarse a la íntima alegría de la superación personal.

Como veis, he acabado el discurso incurriendo en los dos errores que me había propuesto evitar desde el primer momento: me había prometido ser breve y no ponerme trascendental (o estupendo, como dirían algunos), por lo que os pido disculpas. Termino ya agradeciendo vuestra presencia en este acto académico y vuestra atención. Muchas gracias.

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