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Bioseguridad En Transfusion Sanguinea


Enviado por   •  12 de Febrero de 2014  •  5.752 Palabras (24 Páginas)  •  725 Visitas

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I.- INTRODUCCIÓN

La seguridad de los pacientes en los centros sanitarios, conocida como seguridad clínica, es un tema de actualidad. Sin embargo, no se trata de un problema de reciente abordaje, ya que los primeros trabajos que lo investigan se remontan a la década de 1950.1

No existe la transfusión con riesgo cero, y es posible que no pueda existir nunca. Lo que más se aproxima a esta situación son algunos procedimientos de autotransfusión (sobre todo los intra y post quirúrgicos). Estos, aunque no están exentos de efectos secundarios, eliminan el riesgo de error administrativo.1

Por todo ello, una de las últimas preocupaciones en nuestro entorno se centra en la posibilidad de evitar los accidentes ocurridos durante el proceso de la transfusión de hemoderivados. Se trata de un aspecto a considerar, ya que un error humano durante la ejecución de este proceso es susceptible de ocasionar la muerte de un paciente; de hecho en la actualidad es el único error en el proceso transfusional que puede provocar un accidente mortal inmediato. Linden y cols., describían la tasa de mortalidad por esta causa en EE.UU, situándola en 1/1.800.000 unidades. En Europa, el informe SHOT publicado en 2004, sobre un seguimiento de 10 años, muestra una cifra de 4/1.000.000 muertes relacionadas con la transfusión, aunque de ellas, 7/10.000.000 estaban relacionadas con un error en la administración del hemoderivado.1

Sin obviar la importancia que tiene, no se debe hablar solamente de las muertes causadas por un error transfusional, ya que un uso inadecuado de los hemoderivados, cualquiera que sea su tipo, puede ocasionar problemas de salud al usuario, problemas que son fundamentalmente errores de tipo humano . Asimismo, es necesario destacar que la percepción de la población general del riesgo asociado a la transfusión es muy diferente a la que tiene el profesional sanitario y que este hecho influye decisivamente en la correcta dimensión social del riesgo y en las estrategias a seguir.1

Actualmente, se estima que más de 75 millones de unidades de sangre son donadas en el mundo, cada año. Lamentablemente, en los países en vías de desarrollo solamente 82 (43%) de los 191 países miembros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) informan que realizan de manera rutinaria el escrutinio de todos los donantes de sangre para detectar infecciones por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), el virus B de la hepatitis (VHB) y el virus C de la hepatitis (VHC). Esto trae como consecuencia que, aproximadamente, 13 millones de unidades no sean sometidas a las pruebas de detección correspondientes cada año, de tal forma que se calcula que se estén transmitiendo, por la vía transfusional, entre ocho millones y 16 millones de infecciones por el VHB, entre 2.3 y 4.7 millones de infecciones por el VHC y entre 80,000 y 160,000 infecciones por el VIH, anualmente, en el mundo. Más aún, sólo nueve de los 19 países de América Latina estudian 100% de la sangre transfundida para la detección del VIH y los virus de la hepatitis B y C.2

Por el contrario, en los países industrializados como los Estados Unidos de América a principios de la década de los ochenta la incidencia de la transmisión del VIH, VHC y VHB era extremadamente alta de 1:100 a 1:1,000 unidades transfundidas. Sin embargo, en los últimos 20 años se fueron implantando técnicas para la determinación de marcadores infecciosos en las unidades de sangre. La evolución de las pruebas por imuno ensayo enzimático (ELISA) en generaciones cada vez con mayor sensibilidad y especificidad, la prueba de Ag p24, la reacción en cadena de la polimerasa (PCR) y hasta la prueba de amplificación de ácidos nucleicos (NAT) han logrado que la incidencia disminuya hasta 1:2,000,000 de unidades. Específicamente podemos hablar de una incidencia actual de uno en 1.4 x 106 a 2.4 x 106 para VIH, y uno en 0.87 x 106 a 1.7 x 106 para VHC; la hepatitis B tiene una incidencia mayor que la hepatitis C, pero ambas con una significativa morbimortalidad.2

La disposición de sangre, componentes sanguíneos y células progenituras hematopoyéticas en México está a cargo de los servicios de salud públicos y privados, vigilando su cumplimiento el Centro Nacional de la Transfusión Sanguínea (CNTS) y los gobiernos de las entidades federativas con base en ciertos acuerdos de coordinación.

Durante la década de los ochenta (mayo de 1986) se estableció la obligatoriedad de las pruebas serológicas para detectar la infección por VIH en donantes y, desde 1987, se ha prohibido la comercialización de la sangre. En 1988 se inició la instalación de los Centros Estatales de la Transfusión Sanguínea para replicar, a nivel local, las actividades del Centro Nacional de la Transfusión Sanguínea. Éste se creó en 1982 con el fin de vigilar, desde los puntos de vista sanitario y técnico, a todos los bancos de sangre y servicios de transfusión del país. En 1989 se desarrolló el Programa Nacional del Control de la Calidad en el Manejo de la Sangre y, hacia 1993, se creó la Norma Oficial Mexicana para la disposición de la sangre humana y sus componentes con fines terapéuticos.2

Históricamente, en México, el comercio de la sangre jugó un papel fundamental en el crecimiento explosivo de la epidemia del VIH a mediados de la década de los ochenta y, a su vez, la legislación que prohibió el comercio de la sangre tuvo un papel medular en la lucha contra esta epidemia. La dinámica de la epidemia del VIH/SIDA en México, se modificó a mediados de los ochenta, cuando se inició el tamizaje obligatorio de toda la sangre transfundida en el país. En ese entonces, el comercio de la sangre era una práctica común en México a tal grado que la tercera parte de la sangre transfundida provenía de donantes remunerados y que acudían a los centros de plasmaféresis comerciales. El impacto de la prohibición del comercio de la sangre/plasma en la dinámica de la epidemia en México, fue muy importante en la prevención del SIDA en nuestro país, incluso por encima del tamizaje obligatorio de la sangre para el VIH, ya que la mayor parte de la epidemia en donadores remunerados y en receptores de transfusiones tuvo lugar cuando la serología para el VIH era ya obligatoria. En nuestro país, la epidemia del SIDA se reconoció en 1983 y, en pocos años, se identificó a la transfusión de los componentes sanguíneos como la segunda causa de la infección. Simultáneamente, se descubrieron anomalías importantes en el funcionamiento de algunos bancos de sangre y se detectó la aparición de un nuevo grupo de riesgo: el donante remunerado.2

Con respecto a la seguridad transfusional en México, desde 1993 a los bancos de sangre se les exige efectuar el tamizaje para detectar VIH, VHC y VHB en todos los candidatos a donar sangre

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