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Cartas Del Yage


Enviado por   •  25 de Enero de 2012  •  11.176 Palabras (45 Páginas)  •  665 Visitas

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WILLIAM BURROUGHS Y ALLEN GINSBERG

CARTAS DEL YAGÉ

Traducción de M. Lasserre

Diagramación de tapa e interior: Carlos Boccardo Primera edición: Marzo de 1971

© EDICIONES SIGNOS S. R. L. Viamonte 1536, # P., Buenos Aires Hecho

el depósito de ley Impreso en la Argentina / Printed in Argentina

CARTAS DEL YAGÉ *

Los autores expresan su agradecimiento a Aileen Lee y a Alan Ansen quienes, en 1953, ayudaron a escribir a máquina y a conservar las cartas de Burroughs, y a Melville Hardiment que más tarde conservó las de Ginsberg. Las cartas de 1953 fueron publicadas posteriormente en Big Table y en Kulchur. La carta de Burroughs de 1960 apareció en Floatíng Bear #5. "¿Me estoy muriendo, Míster?" fue publicada en City Lights Journal #1. La carta de Ginsberg de 1960 y su nota "A quien pueda interesar" no han sido publicadas con anterioridad. Los dibujos de Ginsberg estaban incluidos en su carta desde Pucallpa.

* En la presente serie de cartas dirigidas a Allen Ginsberg, Burroughs narra su viaje por la selva amazónica realizado en busca del yagé (o ayahuasca, Banisteriopsis Caape), droga alucinógena a la que se le atribuyen virtudes de agudización de la imaginación y de los poderes telepáticos y a la que los curanderos indígenas utilizan para buscar objetos perdidos, en especial cuerpos y almas. Burroughs y Ginsberg se encontraron de nuevo en Nueva York, en Navidad de 1953, y revisaron y publicaron las cartas bajo la forma de libro. Siete años más tarde, Ginsberg escribió a su antiguo gurú desde el Perú, dándole cuenta de sus propias visiones y terrores con esa misma droga, y pidiéndole su consejo.

EN BUSCA DEL YAGÉ (1953)

Hotel Colón, Panamá, 15 de enero de 1953

Querido Allen:

Me quedé aquí para hacerme sacar las almorranas. Calculé que no convenía ir a meterse entre los indios con almorranas.

Bill Gains estuvo aquí y ha agotado la tintura paregórica en toda la República de Panamá, des¬de Las Palmas hasta David. Antes de Gains, Panamá era una ciudad paregórica. En cualquier farmacia se podían comprar cuatro onzas. Ahora los boticarios no quieren saber nada y la Cámara de Diputados estuvo a punto de dictar una Ley Gains especial, pero él tiró la esponja y regresó a México. Yo estaba dejando el opio y Gains no hacía sino fastidiar con aquello de para qué engañarme, opiómano una vez, opiómano siempre. Que si dejaba el opio me convertiría en un borracho miserable o me volvería loco tomando cocaína.

Una noche me emborraché y compré paregórico y él no hacía sino repetir y repetir: "Yo sabía que volverías al paregórico. Lo sabía. Serás un opióma¬no toda la vida" y me miraba con una sonrisita de gato. Para él, el opio es una causa.

Fui al hospital enfermo por el opio y pasé cuatro días allí. No me daban sino tres inyecciones de morfina y no podía dormir a causa del dolor, el calor y la falta de opio, y además de eso en el mismo cuarto estaba conmigo un caso de hernia, un panameño, y los amigos venían y se quedaban todo el día y la mitad de la noche uno de ellos se quedó realmente hasta medianoche.

Recuerdo haber pasado en el corredor a1 lado de unas norteamericanas con aire de esposas de oficiales. Una decía: "No sé por qué, pero me es impo¬sible comer cosas dulces". "Tiene diabetes, señora", dije. Se volvieron rápidamente y me miraron indignadas.

Después que me dieron de alta en el hos¬pital, pasé por la Embajada. Frente a ella hay un terre¬no baldío con árboles y maleza donde los muchachos se desvisten para nadar en las aguas sucias de la resi¬dencia acuática de una pequeña y venenosa serpiente marina. Olor a excrementos, agua de mar y lujuria de jóvenes machos. No había carta alguna. Hice otro alto en el camino para comprar dos onzas de paregórico. El mismo Panamá de siempre. Putas, putos y rufianes.

"¿Quiere linda chica?"

"¿Baile de señora desnuda?"

"¿Quiere ver como monto a mi hermana?

" No es de extrañar que los alimentos sean tan caros". Nadie quiere quedarse en el campo. Todos quieren venir a la gran ciudad y ser rufianes.

Yo tenía el artículo de una revista que hablaba de una taberna, en las afueras de la ciudad de Panamá, llamada "Blue Goose". "Es éste un local donde todo puede ocurrir. Los vendedores de drogas están al acecho en el baño de hombres con una hipodérmica cargada y lista para clavarla. Hay veces que surgen de alguno de los retretes y se la clavan a uno en el brazo sin esperar a que diga algo. Los homosexuales están en su gloria."

El "Blue Goose" tiene el aspecto de una de esas tabernas de los caminos en la época de la pro¬hibición. Un edificio bajo y largo, venido a menos y cubierto de enredaderas. Se oía croar las ranas en el bosque y en los pantanos que lo rodeaban. Afuera había unos pocos coches y adentro una débil luz azulada. Me acordé de una taberna en las afueras, durante la época de la prohibición, en mi adolescencia, y del sabor del gin en un verano del Medio Oriente. (¡Oh, Dios mío! Y la luna de agosto en un cielo violeta y la pija de Billy Bradshinkel. ¿Cómo puede uno ensuciarse tanto?)

Inmediatamente, dos Putas viejas se sen¬taron a mi mesa sin ser invitadas y pidieron bebidas. La vuelta costaba seis dólares con noventa. La única cosa que acechaba en el baño de hombres era el encargado de los lavatorios, insolente y pedigüeño. Debo añadir que en Panamá, lejos de correr la gran juerga, nunca he conseguido un muchacho. Siempre me pregunto cómo será un chico panameño. Probablemente un castrado. Al decir que todo puede ocurrir, se refieren al local y no a los clientes.

Me encontré por casualidad con mi viejo amigo Jones, el chofer de taxi, y le compré un poco de C, que estaba lindamente falsificada. Casi me ahogué tratando de aspirar lo bastante de esa porquería como para levantarme. Eso es Panamá. No me sorprendería

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