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Cuento El Gigante Egoista


Enviado por   •  18 de Abril de 2012  •  1.694 Palabras (7 Páginas)  •  3.592 Visitas

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El gigante egoísta. Autor: Oscar Wilde(Irlanda, 1854 - Francia, 1900)

(Traducción de Julio Gómez de la Serna y E.P. Garduño)

Todas las tardes al volver del colegio tenían los niños la costumbre de ir a jugar al

jardín del gigante.

Era un gran jardín solitario, con un suave y verde césped. Brillaban aquí y allí lindas

flores sobre el suelo, y había doce melocotoneros que en primavera se cubrían con una

delicada floración blanquirrosada y que, en otoño, daban hermosos frutos.

Los pájaros, posados sobre las ramas, cantaban tan deliciosamente, que los niños

interrumpían habitualmente sus juegos para escucharlos.

-¡Qué dichosos somos aquí! -se decían unos a otros.

Un día volvió el gigante. Había ido a visitar a su amigo el ogro de Cornualles,

residiendo siete años en su casa. Al cabo de los siete años dijo todo lo que tenía que

decir, pues su conversación era limitada, y decidió regresar a su castillo.

Al llegar, vio a los niños que jugaban en su jardín.

-¿Qué hacéis ahí? -les gritó con voz agria.

Y los niños huyeron.

-Mi jardín es para mí solo -prosiguió el gigante-. Todos deben entenderlo así, y no

permitiré que nadie que no sea yo se solace en él.

Entonces lo cercó con un alto muro y puso el siguiente cartelón:

QUEDA PROHIBIDA LA ENTRADA

BAJO LAS PENAS LEGALES CORRESPONDIENTES

Era un gigante egoísta. Los pobres niños no tenían ya sitio de recreo. Intentaron

jugar en la carretera; pero la carretera estaba muy polvorienta, toda llena de agudas

piedras, y no les gustaba. Tomaron la costumbre de pasearse, una vez terminadas sus

lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro

lado. Entonces llegó la primavera y en todo el país hubo pájaros y florecillas. Sólo en

el jardín del gigante egoísta continuaba siendo invierno.

Los pájaros, desde que no había niños, no tenían interés en cantar y los árboles

olvidábanse de florecer.En cierta ocasión una bonita flor levantó su cabeza sobre el

césped; pero al ver el cartelón se entristeció tanto pensando en los niños, que se dejó

caer a tierra, volviéndose a dormir. Los únicos que se alegraron fueron el hielo y la

nieve.

-La primavera se ha olvidado de este jardín -exclamaban- Gracias a esto vamos a

vivir en él todo el año.

La nieve extendió su gran manto blanco sobre el césped y el hielo revistió de plata

todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a que viniese a pasar una

temporada con ellos. El viento del Norte aceptó y vino. Estaba envuelto en pieles.

Bramaba durante todo el día por el jardín, derribando a cada momento chimeneas.

-Éste es un sitio delicioso -decía- Invitemos también al granizo.

Y llegó asimismo el granizo. Todos los días, durante tres horas, tocaba el tambor

sobre la techumbre del castillo, hasta que rompió muchas pizarras. Entonces se puso a

dar vueltas alrededor del jardín, lo más de prisa que pudo. Iba vestido de gris y su

aliento era de hielo.

-No comprendo por qué la primavera tarda tanto en llegar -decía el gigante egoísta

cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín blanco y frío-. ¡Ojalá cambie el tiempo!

Pero la primavera no llegaba ni el verano tampoco. El otoño trajo frutos de oro a

todos los jardines, pero no dio ninguno al del gigante.

-Es demasiado egoísta -dijo.

Y era siempre invierno en casa del gigante, y el viento del Norte, el granizo, el

hielo y la nieve danzaban en medio de los árboles. Una mañana el gigante, acostado en

su lecho, pero despierto ya, oyó una música deliciosa. Sonó tan dulcemente en sus

oídos, que hizo imaginarse que los músicos del rey pasaban por allí. En realidad, era un

pardillo que cantaba ante su ventana; pero como no había oído a un pájaro en su jardín

hacía mucho tiempo, le pareció la música más bella del mundo. Entonces el granizo

dejó de bailar sobre su cabeza y el viento del Norte de rugir. Un perfume delicioso

llegó hasta él por la ventana abierta.

-Creo que ha llegado al fin la primavera -dijo el gigante.

Y saltando del lecho se asomó a la ventana y miró. ¿Qué fue lo que vió?

Pues vio un espectáculo extraordinario. Por una brecha abierto en el muro, los niños

habíanse deslizado en el jardín encaramándose a las ramas. Sobre todos los árboles

que alcanzaba él a ver había un niño, y los árboles sentíanse tan dichosos de sostener

nuevamente a los niños, que se habían cubierto de flores y agitaban graciosamente sus

brazos sobre las cabezas infantiles. Los pájaros revoloteaban de unos para otros

cantando con delicia, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el

...

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