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Cuentos Valores


Enviado por   •  5 de Junio de 2012  •  5.895 Palabras (24 Páginas)  •  679 Visitas

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La señorita Elisa aquel día había propuesto un nuevo reto a sus alumnos: la alegría, y lo había hecho en plan desafío de récord. Les había nombrado "recaudadores" de alegría, para ver qué se les ocurría con tal de provocar la alegría de los que les rodeaban. Y aunque todos hicieron cosas realmente encantadoras, aquella vez Carla Simpatías dejó a todos con la boca abierta.

Algunos días después del encargo de la señorita Elisa, Carla apareció cargando un gran saco.

- Aquí traigo toda la alegría que he recaudado en estos días -dijo sonriente.

Todos estaban expectantes, pero la niña no quiso mostrar el contenido del saco. En vez de eso, sacó una pequeña caja, tomó una cámara de fotos instantánea, y le entregó la caja a la maestra.

- Ábrala, señorita Elisa.

La profesora abrió la caja despacio y miró en su interior, y una gran sonrisa se dibujó en su rostro; en ese momento, Carla le hizo una fotografía. Luego le entregó la foto y un papel.

La maestra leyó el papel en silencio, y cuando terminó, señaló con gesto de sorpresa el gran saco.

- Así que eso es...

- ¡Sí! -interrumpió la niña, deshaciendo el nudo que cerraba el saco- ¡un gran montón de sonrisas!

Y del saco cayeron cientos de fotos, todas ellas de variadas y bellas sonrisas.

El resto de la clase lo dedicaron a explicar cómo a Carla se le había ocurrido iniciar una cadena para alegrar un poquito a las personas: en la caja sólo había una foto con una gran sonrisa, y todos, al abrirla, sentían la alegría que transmitía y respondían a su vez con una sonrisa, casi sin querer. Carla les sacaba una foto con su propia sonrisa, y les entregaba un papelito donde les pedía que hicieran lo mismo con otras personas, y le enviaran una copia de las fotografías a la dirección de su casa.

Y durante aquellos días y meses, el buzón de Carla no dejó de llenarse de las fotos de las sonrisas de tanta gente agradecida, ayudando a todos a comprender que el simple hecho de sonreír ya es un regalo para todo el mundo.

Desde que era muy niño, Mateo dedicó todas sus energías a encontrar el Saco Mascota, el más famoso objeto que había creado el mago Cachuflo. Nadie sabía qué tenía dentro para hacerlo tan especial, pero según decían, era capaz de hacer todo lo que su amo le ordenara. Mateo, convertido en un poderoso caballero, fue implacable en su búsqueda, superando todo aquello que se interponía en su camino, y cuando sus esfuerzos tuvieron recompensa y encontró el saco viviendo escondido en una cueva, se sintió el hombre más feliz del mundo.

Pero resultó que el saco estaba lejos de ser una buena mascota: gruñía cada vez que le pedían hacer algo, incluso aunque el caballero le amenazaba con sus armas; si algo se le metía en la cabeza no había forma de sacárselo, y no dejaba de morder, por más golpes que le daba Mateo para que no lo hiciera. Decepcionado tras meses de aguantar tan insufrible mascota, Mateo decidió venderla en el mercadillo, pero era tan molesta e insolente, que apenas nadie se acercaba a preguntar por su precio. Entonces se le acercó Diana, una anciana mujer ciega, conocida de todos en aquella ciudad por su amabilidad y optimismo.

- Yo me quedaré con tu mascota, aunque no tengo mucho para pagarte.

Mateo se sintió aliviado al deshacerse del molesto saco, pero al momento vio cómo el saco hacía todo tipo de juegos y cariñosas piruetas con la anciana.

Lleno de sorpresa, lo arrancó de sus manos, pero nuevamente el saco se tornó agresivo e insufrible. Entonces, rojo de ira, y tras arrojarlo al suelo, tomó su espada y lo rajó de arriba a abajo.

Y al hacerlo, quedó petrificado. Por el roto comenzaron a salir cientos de pequeños Mateos, todos furiosos y gritones, que lanzaron toda su furia contra el caballero. Y posiblemente hubieran acabado con él, si no fuera porque Diana se agachó a tomar el saco, y al hacerlo, todos los Mateos se transformaron en amables Dianas, volvieron al saco, cerraron la abertura, y comenzaron a jugar con su nueva dueña...

Así comprendió Mateo que nada había malo en aquel saco que no estuviera previamente en él mismo, y con el mismo empeño con que persiguió el saco, se propuso mejorarse a sí mismo. Y lo consiguió de tal forma, que cuando la adorable Diana le dejó el saco poco antes de morir, realizaron juntos tantas proezas y tan maravillosas, que darían para escribir cien libros.

Había una vez un chico llamado Mario a quien le encantaba tener miles de amigos. Presumía muchísimo de todos los amigos que tenía en el colegio, y de que era muy amigo de todos. Su abuelo se le acercó un día y le dijo:

- Te apuesto un bolsón de palomitas a que no tienes tantos amigos como crees, Mario. Seguro que muchos no son más que compañeros o cómplices de vuestras fechorías.

Mario aceptó la apuesta sin dudarlo, pero como no sabía muy bien cómo probar que todos eran sus amigos, le preguntó a su abuela. Ésta respondió:

- Tengo justo lo que necesitas en el desván. Espera un momento.

La abuela salió y al poco volvió como si llevara algo en la mano, pero Mario no vio nada.

- Cógela. Es una silla muy especial. Como es invisible, es difícil sentarse, pero si la llevas al cole y consigues sentarte en ella, activarás su magia y podrás distinguir a tus amigos del resto de compañeros.

Mario, valiente y decidido, tomó aquella extraña silla invisible y se fue con ella al colegio. Al llegar la hora del recreo, pidió a todos que hicieran un círculo y se puso en medio, con su silla.

- No os mováis, vais a ver algo alucinante.

Entonces se fue a sentar en la silla, pero como no la veía, falló y se calló de culo. Todos se echaron unas buenas risas.

- Esperad, esperad, que no me ha salido bien - dijo mientras volvía a intentarlo.

Pero volvió a fallar, provocando algunas caras de extrañeza, y las primeras burlas. Mario no se rindió, y siguió tratando de sentarse en la mágica silla de su abuela, pero no dejaba de caer al suelo... hasta que de pronto, una de las veces que fue a sentarse, no calló y se quedó en el aire...

Y entonces, comprobó la magia de la que habló su abuela. Al mirar alrededor pudo ver a Jorge, Lucas y Diana, tres de sus mejores amigos,

...

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