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Darwatava, El Alquimista De Dios


Enviado por   •  29 de Junio de 2011  •  2.185 Palabras (9 Páginas)  •  2.194 Visitas

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DARWATAVA, EL ALQUIMISTA DE DIOS.

El gran maestro Parvupdata Shaman, vivió hace muchos siglos en un lugar del norte de la India, en un antiguo monasterio, famoso por la sabiduría de sus monjes, entre los que descollaba el gran maestro, famoso en muchísimas comarcas por su imponderable conocimiento de las formas y compuestos de la materia y la manera sublime cómo realizaba sus combinaciones y experimentos. Parvupdata pasaba muchas horas estudiando y trabajando en un amplio salón de una de las torres del monasterio, la que queda hacía el norte y que tiene un gran ventanal hacia el este, desde donde pueden observarse los fenómenos naturales del cielo. Desde allí el gran maestro podía deleitarse con el amplio colorido de los crepúsculos matutinos o los conticinios que anunciaban la llegada de las sombras nocturnas. Podía también observar los cambios que se producían en las altas y lejanas montañas, cubiertas casi todo el año de nieve resplandeciente.

Pero Parvupdata Shaman, no era sólo un gran conocedor de la ciencia de la alquimia, sino que era un aplicadísimo devoto, capaz de entablar profundos diálogos espirituales con Dios y con las entidades esenciales que forman su corte. Debido a ello, el gran maestro era también considerado un santo.

Sin embargo, a pesar de todas sus virtudes, en lo más profundo del alma de Parvupdata habita una angustiosa pregunta, él sabía combinar delicadamente los materiales, transformarlos, manipulando sus esencias a través de complicados experimentos, comprendía las formas como los cuatro elementos: el aire, el fuego, la tierra y el agua, podían relacionarse para realizar trabajos y, como era un experto en ellos, los manipulaba a su antojo. Pero, a pesar de todo eso, el gran maestro se sentía triste, pues en lo profundo se su alma vivía una angustia que lo hacia sufrir, que le quitaba el sueño por las noches, que lo distraía de sus oraciones y sus devociones, que interrumpía sus trabajos y experimentaciones, haciendo que muchas veces errara en sus cálculos y en vez de lograr una forma hermosamente sublime, digna de Dios, el resultado de muchos de sus experimentos eran horribles adefesios que no servían para nada.

Esto mortificaba a Parvupdata, que se sentía cada vez más consternado por sus fracasos. Hasta tal punto era grande esa mortificación que un día decidió abandonar el estudio de la materia, dejar la alquimia para siempre, apartarse de sus trabajos y experimentos, cerrar su atiborrado laboratorio, quemar sus muchos libros y pergaminos de notas; en una palabra, convertirse en un monje común y corriente, refugiado en sus devociones.

Pero, ¿Cuál era esa pregunta tan importante que angustiaba al gran maestro y de la cual nunca había dicho nada a nadie? Para entender lo que pasaba en el alma de Parvupdata, es necesario comprender cuál es la diferencia entre él y una persona corriente, uno de los tantos monjes que habitaban aquel monasterio, donde había algunos verdaderamente tocados por la divinidad y con una muy conocida fama de santidad.

La diferencia estaba en que el gran maestro en su sabiduría había comprendido que sus conocimientos tropezaban con algo oculto, que no se le había revelado a pesar de sus muchos años de acuciosos estudios de alquimia. Comprendía que había algo en la materia que aún no lograba dominar, una cosa mucho más pequeña que los granos de material que molía en sus morteros para mezclarlos; algo mucho más diminuto que las gotas de agua con las que combinaba la materia seca; algo que estaba en el aíre pero que no podía percibirse ni a través de los sentido ni de la respiración, en cuyo control era un experto; era algo que estaba en fuego, que lo alimentaba y lo transformaba y le daba la fuerza para cambiar las cosas, quemarlas, fundirlas y licuarlas.

Parvupdata, se preguntaba qué era esa cosa tan esencial que había en todas partes, que era contenido por todos los materiales, incluso en el agua, en aire y en el fuego, pero que al, mismo tiempo era imperceptible e inasible, que no se podía tocar, ni ver, ni tocar, ni sentir, ni oír, algo que rea como el espíritu de la materia. Confundido, un día fue y consultó con el monje más anciano, del que sabía que tenía una facilidad asombra para caer en éxtasis, el que conversaba con Dios todos los días; a este monje sabía y expertísimo en las cosas del espíritu y la habló de su angustiosa pregunta, le contó de las noches sin dormir, de los experimentos fracasados o no concluidos, de insatisfacción que sentía en sus acciones devotas, no porque no lograra comunicarse con Dios, sino porque en esos momentos la pregunta que lo angustiaba, se hacía más acuciante, más penetrante, era como si una espada de doble filo penetrara su alma y la dividiera, impidiéndole reconciliar las dos mitades, lograr la unidad existencial, aun cuando sentía la presencia de Dios inefablemente, más, en reconocimiento a su nada, nunca se había atrevido a preguntarle a Dios, que era esa cosa que está en toda la materia, la conforma y le da existencia.

El viejo monje le miro con dulzura y en su mirada expresó la compasión que sentía por Parvupdata, a quien tenía por tan sabio como él mismo. Luego, hablo pausadamente, como saliendo desde las propias profundidades de su espíritu y dijo al gran maestro: Lo que deseas saber no está en el espíritu, sino en la materia misma que fue creada por Dios, es la esencia divina con la que el Todopoderoso ata todas las cosas y las ordena es la semilla primigenia que superó el caos originario, cuando Dios, el Padre y Hacedor de todo, decidió crear el mundo.

Se detuvo un instante y volvió a mirar a Parvupdata, con la misma intensa mirada de antes y le dijo: Dios sabe que vives mortificado y sufriendo por que te falta conocer esa cosa para completar tus ya muy amplios y profundos conocimientos sobre la materia y su funcionamiento y te concederá conocerla a su debido tiempo. Sólo debes seguir luchando contra tu ignorancia, con la humildad del discípulo devoto que has sido hasta ahora.

Confortado por las palabras del viejo y sabio monje, Parvupdata, recobró el ánimo, volviendo con más constancia y dedicación a sus estudios de alquimia, se volcó decido sobre sus experimentos, abrió de nuevos sus libros y pergaminos, repasó uno a uno todos los consejos de los sabios de los que había aprendido; volvió a estudiar cada uno de los conocimientos que había adquirido hacía ya mucho tiempo, desempolvó incluso los libros de magia que tenía guardados en un vetusto arcón de madera; aquellos libros y rollos que fueron

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