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ENSAYO SOBRE EL AMOR (Carta A Una Adolescente)


Enviado por   •  20 de Marzo de 2013  •  5.449 Palabras (22 Páginas)  •  1.046 Visitas

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ENSAYO SOBRE EL AMOR

Carta a una adolescente

Me tomo la libertad de escribirte estas líneas porque me gustaría que me dieras la oportunidad de ayudarte a sobrellevar tu aflicción en estos momentos pues creo sinceramente que puedo hacerlo, después de todo, tengo más de veinte años estudiando "el amor" y otro tanto trabajando sensiblemente con aquellos que lo viven y lo sufren a cada momento: mis alumnos, mis colegas, mis amigos, mi familia y yo misma...

Déjame compartirte algunas reflexiones personales sobre el amor y el desamor...

He aprendido que el amor es algo por lo que nunca debes sentirte avergonzado, el amor es plenitud, entrega y esperanza.

Cuando te sientes enamorado puedes reconocer una fuerte oleada de emociones que te hacen sentir invencible, inmune e invulnerable... ¡Y está bien, así debe ser!... Es la esencia misma del amor.

Cuando estás enamorado todo es bello y sorprendente, eres capaz de conmoverte con cualquier cosa y sin más, puedes enfrentar cualquier dificultad con valor y confianza. Te vuelves generoso, atrevido y amable (lo que literalmente significa esa palabra: digno de ser amado)... Es la fuerza del amor.

Y hasta aquí todo va bien... El problema surge cuando "perdemos" al objeto de nuestro amor, y es aquí precisamente donde me gustaría hacer hincapié, pues el gran "accidente del amor" radica en la forma en que lo percibimos.

El amor, mi pequeña, es el estado en el que debemos vivir siempre para ser felices (tal vez aquí es donde surge el nudo que puede confundir las cosas). El amor se siente por "lo otro", por los otros; es un estado sensible que surge cuando percibimos intensamente "lo otro" con nuestros sentidos y nos provoca un goce, una plenitud y una claridad que nos permiten incluso trascender nuestra propia existencia... Nos permite comprender quiénes somos y para qué estamos en esta aventura llamada vida... Es un hallazgo.

El amor es un estímulo externo, es un impacto, una sensación "inexplicable" que conmueve todos nuestros valores, nuestras ideas y nuestras convicciones... Ciertamente, el amor surge de nuestro contacto con "lo otro", con los otros, pero no es ahí donde vive... Vive en ti.

Siguiendo este principio (el amor es una emoción que surge cuando contemplamos algo que conmueve nuestros sentidos y que tiene la capacidad de transformar nuestra realidad), cabría preguntar:

¿El sentir esta emoción es lo que nos hace felices?... Sí y no. El amor es felicidad en potencia, es una razón, impulso, capacidad y motor para ser felices, pero no es la felicidad.

A diferencia del amor, la felicidad es un estado que nosotros construimos, que encuentra sus razones en lo más profundo de nuestro ser: en nuestros deseos y aspiraciones... En nuestra razón de vida.

La felicidad es aquello que sentimos cuando hemos alcanzado una meta, cuando conquistamos un obstáculo, cuando sentimos íntimamente que nos acercamos a ser aquella persona que siempre hemos querido ser, aquella persona que nace con nosotros como una certeza y que se va revelando mientras vivimos...

A nuestra esencia.

¿Cuál es el personaje con el que más te identificas en tu cuento favorito?

¿La princesa, el hada, la heroína, el fiel amigo, el villano, la bruja?

La felicidad es el resultado de nuestro esfuerzo y de nuestra lucha contra las adversidades de la vida... Y ciertamente, para librar esta "batalla" resulta muy útil la fuerza del amor.

Entonces, si el amor es una fuerza tan extraordinariamente poderosa y puede ayudarnos a alcanzar el estado de felicidad ¿debemos "atrapar" este sentimiento (y al objeto o sujeto que lo provoca) por temor a que se vaya y perder entonces nuestra oportunidad de ser felices?... No, sería inútil.

Tradicional y desafortunadamente, el "amor occidental" (que es el que conocemos de este lado del charco y que no es el mismo que profesan las culturas orientales) se basa en un principio harto alejado de su propia esencia: la posesión. Y al igual que casi todo lo que conforma nuestra cultura occidental, es precisamente esta virulenta y destructiva tendencia lo que destruye al amor.

Enfoquémonos ahora en el "amor romántico", el amor de pareja...

Nuevamente desde la perspectiva occidental (que será de la que hablaremos en adelante), se nos ha enseñado que para que exista "el amor en plenitud" se necesita que ambos "amantes" (la pareja romántica) amen de modo correspondiente e idéntico y que, en tal caso, estaremos en presencia de un: "Felices para siempre".

Nada está más lejos de la verdad, y las razones son varias...

Para empezar, no pueden existir dos sentimientos de amor idénticos. Y esto es porque las cosas que estimulan el amor en uno, no son las mismas que estimulan el amor en el otro. Cada quien percibe el amor según aquellos aspectos a los que es susceptible de impactarse o conmoverse y dichos aspectos están determinados por la historia de cada individuo y no se pueden equiparar.

Ahora bien, el amor surge en uno mismo independientemente de si surge en el otro. No se necesita del amor del otro para sentirse enamorado, lo que demuestra su absoluta independencia. Y aquí es donde surge el problema...

Si de pronto reconocemos que ha surgido en nosotros una maravillosa fuerza vital (provocada por ciertas características y cualidades en otro individuo) y esta profunda emoción nos hace sentir dichosos y extraordinarios, estamos entonces en presencia del amor... Inexplicablemente nos invade una alegría descomunal y todo nuestro entorno se transforma en colores pastel y caramelos... Muy bien, ¡es el amor!

¿Entonces cuál es el problema?

El problema es que creamos que necesitamos poseer al otro individuo para poder sentir el amor.

Hasta este punto podemos reconocer que el amor ha surgido independientemente del otro sujeto. Incluso, el otro sujeto podría no saber siquiera de nuestra existencia y aún así sentiríamos el amor tal cual lo describimos anteriormente, con toda su potencia, intensidad y capacidad transformadora... El amor no necesita del "otro" para ser en plenitud.

Otra

...

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