El Incensario Roto

-Vamos hombre. Esta es nuestra oportunidad, estira esas piernas y camina más rápido. Pater nos ha dado una cita y no podemos llegar tarde. – Decía Peri, diminutivo de “El Perilla” porque siempre se dejaba una pelusilla con cuatro pelos recortados a la altura de la barbilla, pensando que eso le confería un aspecto más adulto, más molón. Estaba exaltado, eufórico. Después de mucho dar la lata pavoneándose por el club, de hablar con todos y de hacer trabajitos de cuarta intentando demostrar las potenciales habilidades de él y su grupo, al fín parecía que Pater, regente del club al que nos dirigíamos y de otros muchos más, suministrador de sustancias de toda la ciudad, alto mandatario de los bajos fondos y el tipo más escurridizo e invisible que me pudiera echar a la cara, quería vernos. A todo el grupo. Esa noche en el club, sin falta. Y cuando Pater quería verte, era porque acababas de ascender en este mundillo. Si Pater te quería vernos en persona significaba que acababamos de pasar de pandilleros insignificantes a grupo organizado con aspiraciones. No acertaba a adivinar qué cosa habíamos hecho tan bien como para que nos dirigieran la mirada, porque mal no habíamos hecho nada, eso seguro. Todos los “encargos” habían sido ejecutados con eficiencia en el menor tiempo posible. No cabía duda, habían advertido nuestra competencia, seríamos “alguien

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